Presentación

La pintura de la voz (palabras con que el filósofo y escritor francés François-Marie Arouet, más conocido como Voltaire, calificó el arte de la escritura) nace con la pretensión de ser un lugar de intercambio de opiniones sobre literatura.
Cuando el tiempo me lo permita, iré publicando noticias interesantes del mundo literario, comentarios de libros que he leído recientemente, de mis obras favoritas, etc
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miércoles, 22 de diciembre de 2010

Lecturas recientes: Todo lo que tengo...


Todo lo que tengo lo llevo conmigo (2009)

Herta Müller

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Herta Müller reunió el material para escribir esta impresionante (sensu stricto) y conmovedora novela a partir de las conversaciones que mantuvo con su compatriota y amigo el poeta Oskar Pastior (1927-2006) y con otros supervivientes de la cruenta persecución sufrida por los alemanes rumanos en tiempos del despiadado Stalin, un capítulo reprobable y casi desconocido, por desgracia, de la historia europea. Todo lo que tengo lo llevo conmigo es el primer libro publicado por Herta Müller después de la concesión del merecidísimo Premio Nobel de Literatura en 2009.

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Precisamente alguien recordaba hace poco en un periódico digital que la Academia Sueca se había olvidado de grandes autores que ya nunca podrán recibir este premio (Kafka, Tolstoy, Joyce, Chejov, Henry James, Nobokov, Graham Green, Mark Twain, Zola, Visen, Borges o Proust), pero señalaba que, por suerte, no le había pasado de alto el talento incomparable de Herta Müller. Menos mal, pues ha dado a conocer más allá de sus fronteras a una escritora excepcional, absolutamente imprescindible.

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Si hubiéramos de juzgar la categoría literaria de la escritora germano-rumana a raíz de este libro, como suele hacer la crítica con todos los Nobel de literatura, no habría, a mi juicio, duda ninguna al respecto. Creo que Herta Müller demuestra con esta obra colosal que es uno de los más dignos merecedores de dicho galardón de las últimas décadas. Su calidad literaria está, desde luego, a un nivel altísimo. Dudo, de hecho, que su narrativa y el lirismo que cada una de sus frases transmite pueda ser hoy en día igualada por ningún escritor actual. En este blog ya hemos comentado El hombre es un faisán en el mundo y Tierras bajas, dos de las obras (quizá sobre todo la primera) que la hicieron merecedora del más alto galardón de las letras mundiales. Pero es que Todo lo que tengo lo llevo conmigo es una exhibición tal de poesía en estado puro, de sentimientos... de maestría narrativa desconocida en la prosa actual, que ni muchos menos podemos considerar esta obra inferior a las que la han dado renombre mundial.

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El protagonista de la novela es Leopold Auberg, un personaje ficticio basado en el poeta Oskar Pastior. Leopold es un joven alemán residente en Rumania que es llevado por los rusos a un campo de concentración situado en Ucrania. El grueso del libro está compuesto por sus años en el gulag, junto con los recuerdos de muchos otros rumanos, quienes como la propia madre de Herta Müller, fueron recluidos en los campos de concentración soviéticos después de la Segunda Guerra Mundial. Para aquel que no conozca este pasaje abominable de la historia de Europa, hay que recordar que Stalin (responsable de tantas muertes como Hitler, el otro cruel genocida que ha habido de sufrir la humanidad en el siglo XX) consiguió en 1944 derrocar al autoritario Ion Antonescu, el fiel aliado del Führer que gobernaba Rumania manu militari. Para resarcirse de los daños inflingidos a su país por los nazis y reconstruir la Unión Soviética, en enero de 1945 Stalin tomó la decisión de confinar en Ucrania a todos los rumanos de origen alemán, hombres y mujeres, comprendidos entre los dieciséis y cuarenta y cinco años de edad. Herta Müller nos cuenta, precisamente, la brutalidad que padecieron sus compatriotas, el hambre, el frío... la convivencia con los otros prisioneros. A propósito precisamente de esto último, me gustaría llamar la atención sobre los capítulos que narran el largo y horrendo viaje en tren desde Rumania a Ucrania. Se trata de unos pasajes demoledores: los deportados hacinados en los vagones de transporte de animales, el frío atroz... la humanidad e inhumanidad, al mismo tiempo, de unas escenas indescriptibles.

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Lo que hace Todo lo que tengo lo llevo conmigo distinto del prototipo de libro que trata el gulag es precisamente su visión poética; los detalles humanos lo llenan todo con un determinismo absoluto. En este sentido, la novela difiere notablemente de la perspectiva de autores como Shalamov (Relatos de Kolimá) o Grossman, cuyo Vida y destino abordaremos próximamente en este blog. No sé si sólo se tratará de una percepción personal, pero encuentro la visión de Herta Müller más próxima a la que del holocausto nazi muestra el también nobel húngaro Imre Kertész en Sin destino, que también comentamos en este blog. Me remito a la crítica que en su momento se hizo de esta magnífica novela.

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En Todo lo que tengo lo llevo conmigo encontramos no sólo personajes de carne y hueso (los torturados y los torturadores, los llamaría yo), sino entes como el carbón, el cemento, la arena amarilla, o la escoria, que se transmutan más allá de su propia materia para convertirse en personajes tangibles que conviven con los presos y cobran un protagonismo inesperado y poco habitual. Es por ello, precisamente, que hablamos de la poesía que se respira en cada una de las páginas de la novela, un ambiente onírico creado por la magnificación de los detalles, más propia del texto poético que del narrativo.

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No hemos de pensar, sin embargo, que el texto caiga en el sentimentalismo barato. Es, por el contrario (nada más y nada menos), un relato sensitivo. Percibimos una notable ausencia de sensación de pérdida en Leopold, igual que en su propia familia. En este sentido, no existe sensación alguna de desarraigo u odio.
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Con mucha frecuencia, la crítica e incluso el lector individual abusa de expresiones grandilocuentes, muy manidas, para definir manifestaciones artísticas. Sin embargo, en el caso que nos ocupa, creo que no me excedo un ápice ni recurro de forma gratuita a estas expresiones manoseadas, cuando afirmo que Todo lo que tengo lo llevo conmigo es una obra maestra. En ella se conjugan a la perfección la lírica de una prosa más asequible que la de anteriores novelas y una pizca justa de tristeza y melancolía absolutamente apropiadas para el tema que se aborda.

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No hay que olvidar, ya se mencionó en la reseña de alguna de sus otras obras, que la propia Herta Müller consiguió escapar de su Rumania natal a Alemania, en 1987. Sus libros de poemas y sus novelas habían llamado la atención de la temible Securitate (la policía secreta rumana), y el régimen del dictador Ceaucescu no dudó en prohibir su publicación.

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A.G.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Lecturas recientes: La señora Dalloway


La señora Dalloway (1925)

Virginia Woolf

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La historia comienza una soleada mañana de junio de 1923. Clarissa Dalloway, una dama de alcurnia que ese mismo día cumple cincuenta y dos años, y que vive inmersa en las obligaciones y quehaceres propios de la sociedad burguesa de su tiempo, sale a dar un paseo por el centro de Londres; una ciudad, lejana y añorada para Virginia Woolf, que se llena de tonalidades, ruidos, olores y formas. Según parece, para la elaboración de este personaje, Virginia Woolf se inspiró en una amiga de la infancia, Kitty Maxse. Antes de escribir la novela, compuso varias historias cortas, la primera de las cuales fue Mrs Dalloway en Enlace Street, publicada en 1923.

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Clarissa debe encargarse de organizar una fiesta. La novela concluye esa misma noche, cuando los invitados comienzan a marcharse de su casa. Sin embargo, un reencuentro, aquella misma mañana, hará recapacitar a Clarissa acerca de su vida pasada y las decisiones que se ha visto obligada a hacer durante ese tiempo; en especial la decisión de casarse con el diputado conservador Richard Dalloway, lo cual, a pesar de sus indudables ventajas, le impidió vivir la vida aventurera que le proponía su otro pretendiente, Peter Walsh, quien acaba de regresar de la India con un aura de fracaso a su alrededor.

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Al igual que el Ulises de James Joyce, La señora Dalloway se desarrolla en un solo día de la vida de los protagonistas. Además, tal como ocurre en la gran novela del autor irlandés, la historia está narrada desde la mente de los personajes. Se trata de la técnica conocida como stream of consciousness, o “monólogo interior”; un mecanismo aparentemente sencillo mediante el cual los distintos personajes quedan reducidos a la simple perspectiva subjetiva del lector. La señora Dalloway ha sido definida, de hecho, como un “laberinto de pensamientos”. La novela está plagada de digresiones, verdades a medias, flashbacks y cambios de perspectiva narrativa. Tan intrincados parecen estos pensamientos al lector que le obligan a realizar un sesudo ejercicio mental que le permita descifrar las múltiples personalidades que este monólogo interior refleja. A pesar de las dificultades que entraña, esta técnica permite entender, en el caso puntual de La señora Dalloway, el irreal estrés que provoca la sociedad en Clarissa, la originalidad de Rally, la debilidad de Peter Walsh, la desesperación de Rezia, los problemas psicológicos de Septimus Warren Smith, un excombatiente de la Gran Guerra, etc. Los caminos de los personajes se entrecruzan ocasionalmente, pero sin llegar a tocarse, ni desde luego comunicarse. La obra disfruta, en este sentido, de esa misma profunda penetración psicológica que impregna toda la obra de Virginia Woolf.

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La novela exhibe un empleo magistral de un recurso tan complicado como la analepsis, empleada para introducir fragmentos de la infancia y juventud de la protagonista, y elementos propios del arte cinematográfico, esto es, el montaje, los close-ups y cortes rápidos. La prosa de Virginia Woolf es exigente, un desafío constante para el lector, que lucha por abrirse camino entre un enjambre de subordinadas, incisos, acotaciones y cambios de voz y perspectiva narrativa.

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La novela fue llevada al cine en 1998 por Marleen Gorris con el nombre de Virginia Woolf's Mrs Dalloway. En España se distribuyó con el nombre de Mrs Dalloway. El guión fue escrito por Eilen Atkins, actriz y co-creadora de la genial serie Arriba y abajo, y protagonizada por Vanesa Redgrave y Natashcha McElhone, en el papel de la joven Clarissa.


A.G.