Presentación

La pintura de la voz (palabras con que el filósofo y escritor francés François-Marie Arouet, más conocido como Voltaire, calificó el arte de la escritura) nace con la pretensión de ser un lugar de intercambio de opiniones sobre literatura.
Cuando el tiempo me lo permita, iré publicando noticias interesantes del mundo literario, comentarios de libros que he leído recientemente, de mis obras favoritas, etc
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martes, 22 de octubre de 2013

Lecturas recientes: Hasta el último momento


Hasta el último momento (2002)
Junge, Traudl

Gertraud (Traudl) Humps nació en Múnich. Su padre, cervecero y teniente en la reserva, fue uno de los primeros miembros del Partido Nazi. Participó en el Putsch de Hitler el 9 de noviembre de 1923 y en 1925 dejó a su mujer Hildegard y sus dos hijas Traudl e Inge. Más tarde llegó a ser General de las SS en la reserva.

Traudl creció en el ambiente del advenimiento del régimen nazi y se inscribió en la Liga de Muchachas Alemanas. Trabajó de secretaria, aunque su sueño era trasladarse a Berlín y convertirse en bailarina profesional. Aunque fue contrata por la compañía de danza Deutsche Tanzbühne de Berlín, su jefe no aceptó su petición de despido y le impidió marcharse a la capital. Pero finalmente, gracias a los contactos de su hermana, consiguió ir a Berlín en la primavera de 1942.

En diciembre de 1942 supo, por medio de la bailarina Beate Eberbach (la cuñada de Albert Bormann) que había quedado vacante un puesto de secretaria en la Cancillería y logró colocarse entre las postulantes. El primer encuentro de Traudl con Hitler tuvo lugar unos días más tarde. Ella y otras dos chicas que había solicitado el puesto de secretaria estaban durmiendo en un tren en las afueras de la Guarida del Lobo, el cuartel general de Hitler en Prusia oriental, cuando se les llamó para que acudieran a donde se encontraba el Führer. El pánico cundió entre ellas. Temblaban de tal forma que no eran capaces de encontrar sus zapatos o de abrocharse los botones. Tras el examen al que las sometió Hitler, Traudl supo que ella era la elegida. Se encargaría de redactar de cartas y documentos de orden doméstico, administrativo y personal. Tenía veintidós años, no sabía nada de política. Tan sólo pensó que sería emocionante desempeñar un puesto tan especial.

Durante los siguientes tres años, Traudl vivió con Hitler en sus varios bunkers. Paseo y habló con él, y escuchó sus peroratas sobre los temas más diversos. Hitler incluso interfirió en su vida, algo que tanto le gustaba hacer. Instó a Traudl a contraer matrimonio, tras un período de compromiso más bien breve, con Hans Hermann Junge, oficial de las SS y ayuda de cámara de Hitler. Su marido murió en combate en un avión de observación en las cercanías de Dreux (Normandía) el 13 de agosto de 1944, apenas un año después de su boda.

Cuando el Ejército Rojo comenzó a avanzar sobre el este de Europa tras la caída de Stalingrado, la Guarida del Lobo tuvo que ser abandonada. Traudl, junto con Gerda Christian (la otra secretaria de Hitler), acompañó al Führer y su séquito a su último destino, el búnker de la Cancillería.

Durante este tiempo, Traudl no dudó ni por un segundo que estaba en presencia de un líder bueno y sabio, aunque ella jamás fue miembro del partido. Sólo cuando el ruido de la artillería soviética se hizo ensordecedor, comenzó a cuestionarse ciertas cosas. Con todo, permaneció con Hitler hasta el mismísimo final.

Mientras Berlín caía y resultaba daba a entender a todos que planeaba suicidarse, Traudl se despidió y recibió dos regalos: veneno, de parte de su jefe (las cápsulas de cianuro había sido proporcionadas por el sanguinario Heinrich Himmler), y un abrigo de piel de zorro de su nueva esposa, Eva Braun. Después de su suicidio, Traudl se fue a la habitación donde Hitler y su esposa se habían dado muerte. Allí, entre la sangre, encontró un pañuelo de gasa rosa, un revólver Walther PPK semiautomático y una cápsula de veneno. La cápsula se parecía a “un pintalabios vacío”, afirma. Habiendo redactado el testamento político y privado de Hitler, y después del asesinato por su propia madre de los seis hijos del matrimonio Goebbels y la muerte de la sanguinaria pareja, Traudl abandonó el búnker. Era el 30 de abril de 1945. Salió al exterior en compañía de Otto Günsche, Erich Kempka y Martin Bormann, tratando de romper el cerco de las tropas soviéticas. Mas no tardó en ser capturada por soldados rusos, quienes la entregaron a los estadounidense. Considerándola una simple simpatizante del régimen, éstos la pusieron en libertad en 1947. Jamás fue procesada por ningún crimen.

Traudl Junge redactó su relato de los años de la guerra en 1947. Éste fue publicado por primera vez en 1989 en el libro Voces del búnker, de Pierre Galante y Eugene Silianoff.

La narración de Traudl demuestra que era una persona que se fijaba en los detalles. Sitúa a Hitler en el centro de la vida doméstica. El efecto es sorprendente y constituye lo que podríamos llamar la “banalidad del mal”. Hitler es presentado como una criatura macilenta, carismática pero debilucha. Es vegetariano y sigue una dieta estricta, si bien exime de su cumplimiento al personal a su cargo en Berghof. Sus únicos vicios son los huevos fritos y el puré de patata.

A medida que la situación empeora para Alemania, la narrativa de Traudl va adoptando una nueva urgencia. Ella fue testigo de excepción del fallido atentado urdido por von Stauffenberg el 20 de julio de 1944. Tras la explosión de la bomba, Traudl pudo a duras penas aguantar la risa al ver a Hitler despeinado y con los pantalones hechos trizas. Traudl también formó parte de del puñado de acólitos que permanecieron en el búnker de la Cancillería del Reich cuando Hitler asumió definitivamente que todo está perdido. Traudl recuerda que todos hablaban de cuál era la mejor forma de morir. Durante esos días Traudl jugó con los seis hijos de Goebbels, sabiendo que en el bolso de su madre estaba el veneno que acabaría con sus vidas. Incluso discutió las virtudes del cianuro con Eva, que deseaba que el suyo fuera un cadáver hermoso, y asistió a la boda de una cocinera.

En sus memorias Traudl Junge describe también la lucha por la supervivencia en el inmediato caos después de la guerra y cómo gradualmente fueron mejorando sus condiciones de vida. Años después Traudl Junge trabajó como periodista en diferentes medios. En 1959 publicó el libro Animales con vida de familia.

En los últimos años de su vida, Traudl comenzó a considerar la responsabilidad personal de los horrores perpetrados por el líder al que sirvió, y sufrió un período de depresión. Aquellas reflexiones la llevaron a declararse en contra de las atrocidades del régimen nazi, de tal modo que aceptaba finalmente su responsabilidad personal por no haberse opuesto a los nazis. Afirmó que durante el ejercicio de sus labores durante la Alemania nazi nunca llegó a saber del genocidio perpetrado por el régimen de Hitler, debido a su fascinación por el carisma paternal de su jefe. Traudl Junge murió en Berlín en 2002.

Hasta el último momento es un notable documento histórico. Está precedido por una introducción de su editora, Melissa Müller, una periodista y escritora austriaca que a mediados de los 90 escribió un libro sobre Anna Frank. Años más tarde, mientras investigaba para un proyecto acerca de los artistas en el Tercer Reich, conoció a Traudl Junge. Durante sus encuentros se gestó Hasta el último momento.

Melissa Müller enmarca biográficamente el texto de Traudl Junge a través de una introducción biográfica y un amplio epílogo basado en conversaciones con ella los últimos años de su vida, como una anciana deprimida, culpable y sola. Pero ante todo es un recuerdo doloroso de cómo es posible que una persona –o incluso una nación entera–  puede lentamente caminar como un sonámbulo hacia el pecado.

Melissa Müller responde así a la pregunta de cómo pudo suceder que aquella joven ingenua ocupara un lugar junto al hombre que destruyó la vida de millones de personas. Müller explica también cómo veía Traudl Junge su pasado, el mismo que la acompañó toda su vida como una sombra, y describe su horror al reconocer su ingenuidad y su culpa.

En 2004 se estrenó la película El hundimiento, dirigida por el alemán Oliver Hirschbiegel. Su guión se basa principalmente en las memorias de Traudl y el libro homónimo de Joachim Fest, que comentamos aquí recientemente.

A.G.

viernes, 18 de octubre de 2013

Sorpresas gratas: No quisiera estar en sus zapatos


No quisiera estar en sus zapatos (1943)
William Irish

Tom Quinn y su esposa Ann comparten un diminuto apartamento de una habitación en un extraño edificio de Nueva York. Sueñan con convertirse en bailarines famosos. Las noches les resultan insoportables debido a los maullidos de los gatos. Desesperado, incapaz de conciliar el sueño, Tom les tira sus zapatos para callen como último remedio a su pesadilla. Pero su mujer no tarda en cuestionar lo que acaba de hacer y le obliga a bajar a por ellos. (Se encuentran acuciados por una precaria situación económica.) Sin embargo, Tom no consigue encontrarlos. Tom tiene un problema en los pies y calza zapatos ortopédicos. El día siguiente los zapatos aparecen frente a su puerta. Hasta ahí todo podría parecer normal.

Pero a pocas manzanas del edificio, un anciano que se alimentaba de latas de conserva aparece asesinado en su casa de madera en ruinas. La policía, en la persona del detective Clint Judd, ha encontrado la huella de un zapato ortopédico en el lugar del crimen. Las pesquisas de la policía no tardan en implicar a Tom en el sangriento asesinato. Las sospechas, fundadas en sus zapatos, se ven acrecentadas cuando la policía encuentra en poder de Tom una cartera con una gran cantidad de dinero (en billetes viejos de 20 dólares) que afirma haberse encontrado en la calle. Podemos fácilmente imaginar las consecuencias fatales para Tom, no sólo a nivel judicial sino a nivel familiar. La historia se va tornando cada vez más angustiosa para Tom, que se ve abocado a un final fatal. La elaborada trama tejida por William Irish nos conduce por vericuetos insospechados donde nada resulta ser lo que parece, donde la lógica y lo tangible no siempre reflejan la realidad.

Tom es juzgado y condenado a la pena de muerte. La noche antes de su ejecución Ann busca la ayuda de Judd para probar la inocencia de Tom. Aparece entonces un sospechoso, Kosloff, pero una impecable coartada lo exculpa. ¿Qué ocurre al final? Tendréis que leerlo para averiguar el desenlace de este intrigante relato.

William Irish (seudónimo de Cornell Woolrich) es uno de los indudables precursores de la novela de suspense, en tanto subgénero de la novela negra. En sus novelas los personajes se ven atrapados de un modo fatal en una atmósfera sobrecogedora. El universo del escritor desata los miedos atávicos, no sólo de los protagonistas de sus obras, sino en las almas de los lectores. Nada es superfluo ni gratuito.

Sus novelas y relatos han servido de inspiración a una treintena de películas. La más conocida de ellas es La ventana indiscreta, obra maestra del cine de suspense, dirigida por Alfred Hichcock, y basada en el cuento It had to be murder (1942). No quisiera estar en sus zapatos fue llevada a la gran pantalla por William Nigh en 1948.

A.G.

viernes, 11 de octubre de 2013

Lecturas recientes: La voz del violín


La voz del violín (1997)
Andrea Camilleri

La cuarta entrega de la serie de Montalbano se inicia con un absurdo accidente en una solitaria carretera de las cercanías de Vigàta. Alguien ha chocado con un coche aparcado a la puerta de un chalet, pero nadie denuncia el suceso. La sospecha lleva a Salvo Montalbano a colarse en la vivienda, que resulta estar en reforma, sin dudar en saltarse de nuevo todas las normas establecidas. En su interior descubre el cadáver desnudo de una hermosa joven siciliana, esposa de un médico de Bolonia. Entre sus escasas pertenencias figura un violín guardado en su estuche. Sus joyas han desaparecido. Acto seguido, Montalbano elimina sus huellas del lugar del crimen y organiza, gracias a su peculiar maestría, el descubrimiento “oficial” del cuerpo.

En un primer momento son varios los sospechosos del asesinato de Michela Licalzi: el marido de la víctima, un reputado médico boloñés mucho mayor que ella, que no parece afectado por su muerte; su amante, un anticuario que vive también en Bolonia; Anna, la mejor amiga de la fallecida, cuyos encantos no pasan desapercibidos para Montalbano; y un pariente de su marido. Las primeras pesquisas policiales apuntan al pariente de la fallecida, un joven desequilibrado admirador suyo, que desapareció la misma noche del crimen. Unos días después de que Montalbano iniciara la investigación, el joven pariente muere a disparos de la policía en una escena que hace sospechar a Salvo de que algo siniestro se oculta tras esta acción aparentemente inopinada. Montalbano se topa de bruces con una jerarquía policial cuyo único interés parece ser cerrar casos y presentar resultados, más que hacer las cosas cómo es debido y cazar a los auténticos culpables de los delitos.

La voz del violín vuelve a exhibir una de las principales virtudes de la saga: una escritura ágil que nos conduce a toda velocidad por los acontecimientos, y tras la cual se oculta una indudable calidad literaria. Encontramos de nuevo sabias pinceladas de humor a lo largo de trama y una cada vez más rica caracterización de los personajes secundarios. En este caso me gustaría destacar al incomparable Catarella, que es enviado a hacer un curso de informática y resulta ser el primero de la case; y por supuesto el personaje de Livia, cuya peculiar relación con Salvo no parece atravesar uno de sus mejores momentos. En este sentido resulta imprescindible la lectura de El ladrón de meriendas, la novela anterior, cuyos acontecimientos van a determinar el desarrollo posterior de la relación entre Livia y Salvo. Y qué decir de Montalbano, el singular inspector vigatés, con su cinismo e irrespetuosidad, su lenguaje directo y natural (y a veces grosero, mas sin excesos), y su fascinación (casi obsesiva) por la gastronomía y las mujeres.

Camilleri vuelve a erigirse en el fustigador impertérrito de todos esos colectivos degenerados que han conducido a Italia al lamentable estado que denuncia el escritor: la burguesía, capaz de todo por dinero, la omnipresente mafia, la injusta justica, la policía corrupta y chapucera, los periodistas parciales… ese microcosmos siciliano que tan bien retrata Camilleri.

A.G.

sábado, 5 de octubre de 2013

Sorpresas gratas: El largo adiós


El largo adiós (1953)
Raymond Chandler

El detective privado Philip Marlowe se desenvuelve a sus anchas en esta pieza imprescindible de la novela negra americana, la sexta novela protagonizada por este notable personaje, un héroe imperfecto y magullado, mezcla de dureza distante y amargo romanticismo.

Las características más significativas de su personaje se han desarrollado plenamente desde sus tempranos inicios en El confidente. Aunque Chandler escribirá una última novela, Playback, tenemos la impresión de que El largo adiós es ciertamente un largo adiós al mundo de policías corruptos, más corruptos incluso que los gánsteres o el propio Marlowe.

En esta ocasión Marlowe conoce a Terry Lennox, un veterano de guerra con la cara devastada por antiguas cicatrices de guerra y una fallida cirugía plástica. Esta nueva e inesperada amistad introduce a Marlowe en una tupida red de decadencia, corrupción y asesinato… el decadente Los Ángeles de los años 50.

Lennox es un borracho empedernido y tiene una esposa riquísima y ninfómana de la que no tardó en divorciarse y con la que volvió a casarse años más tarde. Durante uno de los encuentros entre Marlowe y Terry, éste acusa a su mujer Sylvia de infidelidad. Tiempo después Sylvia es encontrada muerta. La policía averigua que unos días antes Marlowe había llevado a Lennox a Tijuana y sospecha de que el marido sea el asesino. Pero no hay pruebas de su implicación en el asesinato. Marlowe, por su parte, se niega a cooperar con Harlan Potter, el abogado que ha enviado el padre millonario de Sylvia.

En paralelo a este asunto se desarrolla una segunda trama que en realidad acaba por revelarse estrechamente ligada con el affair Terry-Sylvia. El representante literario Howard Spencer contrata a Marlowe para que tutorice al novelista Roger Wade, un sólido autorretrato del propio Chandler, quien también se había convertido en un célebre escritor alcohólico de media edad que se odiaba a sí mismo. El dipsómano Wade no es capaz de terminar su novela y se encuentra perdido, pero su mujer, la sorprendente rubia Eileen, proporciona datos esenciales sobre el doctor que cuida de su marido. Marlowe se sirve de ellos para emprender un arduo trabajo destinado a revelar el secreto que se esconde tras la vida de tan oscuros personajes.

La similitud entre Raymond Chandler y el autodestructivo Roger Wade no es el único punto de encuentro entre el autor y los protagonistas de El largo adiós. Al igual que Terry Lennox, Chandler fue un ex soldado con cicatrices de la Primera Guerra Mundial cuyos días de juventud en Dabneuy Oil estuvieron llenos de cochazos y asuntos ilícitos. Con Philip Marlowe comparte Chandler la fe en ideales de otro tiempo: el carácter, fidelidad y respeto por la creación.

El argumento está lleno de giros. Chandler desarrolla muchos hilos narrativos diferentes y aparentemente inconexos y logra unirlos al final con tanta limpieza que el lector no puede evitar quedarse atónito ante el modo en que se ha llegado al desenlace final.

El largo adiós es una de las obras emblemáticas de su género. Una novela que demostró por primera vez que este tipo de ficción podía servir como vehículo de crítica social. En realidad, la novela transciende la simple ficción y se convierte en un profundo lamento sobre la oscuridad de la condición humana.

Marlowe es el único personaje de la novela interesado de verdad en encontrar la verdad sobre lo que le ocurrió a su amigo. La policía, los representantes oficiales de la ley, están presentados como estúpidos rufianes. En el mundo cínico y corrupto de Chandler, la ley es algo maleable. Todos actúan de acuerdo con sus propios intereses: dinero, silencio, sexo. Chandler es también el único que muestra una pizca de conciencia, algo tan inquietante como las cicatrices fantasmas en el rostro de Terry Lennox.

Gran parte de culpa de esta perfección narrativa la tiene la espléndida escritura de Chandler, que tan notable influencia ha ejercido en la novela posterior. Su escritura fresca y sus ágiles diálogos ayudan a construir una prosa directa. Chandler es también un maestro en la descripción de lugares y ambientes. Además, sus personajes son seres vivos, con sus vestidos, que Marlowe se extiende en describir, sus gestos y su modo peculiar de hablar.

A.G.