Presentación

La pintura de la voz (palabras con que el filósofo y escritor francés François-Marie Arouet, más conocido como Voltaire, calificó el arte de la escritura) nace con la pretensión de ser un lugar de intercambio de opiniones sobre literatura.
Cuando el tiempo me lo permita, iré publicando noticias interesantes del mundo literario, comentarios de libros que he leído recientemente, de mis obras favoritas, etc
.

viernes, 23 de enero de 2009

Lecturas recientes: San Manuel Bueno, Mártir


San Manuel Bueno, Mártir (1933)
Miguel de Unamuno

.
..
La novela que nos ocupa cuenta la historia de don Manuel Bueno, párroco de Valverde Lucerna –un pequeño pueblo zamorano situado al borde de un bello lago, junto a un macizo de montaña-, un santo varón y dechado de amor a los hombres. Su historia es narrada por Ángela Carballino –Ángela significa “mensajera”en griego-, quien expresa su certeza de que hay algo en el interior del sacerdote que lo tortura.

Un día, regresa al pueblo Lázaro, el hermano de Ángela; un convencido anticlerical con ideas progresistas, que no tarda en experimentar hacia don Manuel una animadversión que, paradójicamente, irá tornándose poco a poco –a medida que comprueba la abnegación del sacerdote- en una ferviente admiración. Es precisamente Lázaro a quien don Manuel confiesa su terrible secreto: no tiene fe, no puede creer en Dios, ni en la resurrección de la carne, pese a sus ímprobos deseos de que así sea. Lázaro le confía el secreto a Ángela y finge convertirse con la única intención de colaborar con la ingente labor de don Manuel.

Un día muere don Manuel, sin haber recobrado la fe, pero con la consideración general de haber sido un santo. Más tarde muere Lázaro y Ángela se interrogará acerca de la salvación de los seres queridos.

La novela presenta un enfoque nuevo de dos de las grandes obsesiones unamunianas, esto es, la inmortalidad y la fe. Lo novedoso es precisamente el planteamiento de una alternativa entre una verdad trágica y una felicidad ilusoria. En San Manuel Bueno, Mártir, Unamuno parece optar por la segunda.

Por otra parte, la novela ensalza los valores de la abnegación y el amor al prójimo. Se trata, sin duda, de una paradoja muy unamuniana, pues San Manuel Bueno, un hombre sin fe ni esperanza, es quien se convierte en ejemplo de caridad. Unamuno plantea también el problema de la salvación, si bien el doble enfoque del asunto –Unamuno (autor) y Ángela (narradora)- dificulta su análisis. No es hasta el epílogo, cuando Unamuno toma la palabra, que descubrimos sus reflexiones finales y su apuesta voluntariosa por la esperanza.

En definitiva, San Manuel Bueno, mártir afronta la dicotomía entre credulidad e incredulidad desde un interesante enfoque religioso. Todo ello, mediante una sencilla escritura, la escritura de uno de los grandes escritores en lengua española, en la que merece la pena deleitarse. En este sentido, resulta especialmente elogiosa la adaptación que hace del lenguaje a sus personajes y, en otro orden de cosas, de recreación onírica de los paisajes. Personalmente, prefiero Niebla, si tuviera que decantarme por una de las obras de Unamuno, pero he de confesar que la novela que nos ocupa es deliciosa y profunda.
.
A.G.

miércoles, 21 de enero de 2009

Lecturas recientes: El guardián entre el centeno


El guardián entre el centeno (1945)
J.D. Salinger


El argumento de esta novela, que ha gozado de un éxito enorme a lo largo de varias generaciones, es bien sencillo: Holden Caufield es un niño rico, hijo de un abogado, que tiene dos hermanos: una niña muy inteligente, quizá demasiado, que habla como un adulto y hasta se permite aconsejar a Holden, y un hermano mayor que es escritor en Hollywood. Holden no es un joven muy aplicado. Casi nada le gusta. Es arisco y contradictorio, pues oscila entre la depresión y la alegría con la mayor facilidad, pero en el fondo tiene buen corazón. Es cariñoso (en especial con su hermana), pero se haya absolutamente desorientado por su rebeldía adolescente. Cuando es expulsado del colegio Pencey, donde estudia, apenas tres semanas antes de que terminen las clases, decide regresar a Nueva York y vagar por la ciudad para que sus padres no se enteren de su expulsión. La novela cuenta las diversas peripecias que le suceden: tiene una cita con una prostituta en un hotel, que más tarde le roba el dinero con la ayuda de su chulo; queda con una amiga, con la que va al cine; regresa a su casa a escondidas para hablar con su hermana; se aloja en casa de un profesor, de donde huye después de sorprender a éste acariciándole la cabeza mientras duerme, etc.

Se trata, a mi juicio, de un espléndido retrato psicológico, escrito con gran sensibilidad y valentía, pues afronta con la mayor solvencia un tema tan complicado como la adolescencia. Es esto precisamente, denominado “la idealización del adolescente” por buena parte de la crítica, uno de los asuntos más controvertidos de la novela. El debate se centra en la cuestión de si la rebeldía del personaje supone o no una transgresión. No hay que olvidar, como ya se apuntó, que Holden es un niño rico que durante su escapada dispone del dinero suficiente para permitirse ciertos lujos; no se encuentra en absoluto desamparado. El guardián entre el centeno retrata la desorientación de alguien que quiere rebelarse, pero no encuentra contra qué. Desde este punto de vista, Salinger critica las quejas injustificadas de los adolescentes, que ya en la época en que la novela fue escrita estaba bien nutrida, no carecía de bienes materiales, y se quejaba de forma injustificada. En definitiva, se critica la frivolización que supone dar importancia a naderías, algo en cierto sentido propio de la adolescencia, pero también bastante común de una sociedad occidental opulenta y caprichosa.

No obstante, una parte considerable de la crítica niega la existencia de esta rebeldía ficticia y, por el contrario, la califica como un acto de inconformismo ante lo existente, ante la hipocresía del mundo adulto. En efecto, Holden trata de actuar con una madurez de la que carece, que le lleva a realizar actos absurdos como fumar y beber, tal como hacen los adultas, o a entablar relaciones de amistad con gente mayor que él. Sin embargo, cuando se ve obligado a adoptar posturas de adulto, se da cuenta de que la situación lo desborda, pues en realidad es sólo un niño. En este sentido, Holden es un rebelde que no sabe contra quién rebelarse ni encuentra motivos para hacerlo. No es más que un niño rico, mimado y caprichoso que critica a los demás por no ser como él quiere.

En lo concerniente al aspecto formal de la novela, es preciso señalar que El guardián entre el centeno está escrito con un estilo simple, mediante la utilización de un lenguaje coloquial repleto de interjecciones y calificativos despreciativos de diversa índole. Un estilo distinto e interesante, a mi juicio, muy adecuado a la voz narrativa de la novela. No hay que olvidar que está contada en primera persona por un adolescente.

Para terminar, me gustaría decir que coincido con la idea bastante extendida de que la novela ha sido sobrevalorada, quizá porque se ha visto rodeada desde el comienzo de un halo de misterio. Mucho se ha hablado de que era la novela que estaba escribiendo el asesino de John Lennon cuando cometió tan execrable crimen, pero lo cierto es que cuando se lee resulta difícil comprender por qué la crítica ha tratado siempre de ver en ella algo más de lo que es en realidad y que he tratado de explicar más arriba. Creo que es una novela muy recomendable y entretenida, y muy americana. Imprescindible, sin duda, en una biblioteca que se precie.

A.G.

jueves, 15 de enero de 2009

Sorpresas gratas: Estambul, ciudad y recuerdos


Estambul, ciudad y recuerdos (2003)
Ohran Pamuk


Hermosa postal de la capital turca, de su historia, su cultura, su gente… sus calles, sus ruinas, el Bósforo y el Cuerno de Oro… su antiguo esplendor y su amargura (que parece ser quien gobierna la ciudad) a través del sentido relato de la propia vida del autor hasta los veinte años, en que abandona los estudios de arquitectura para dedicarse a escribir: su infancia (vivida sobre todo en interiores), su adolescencia (en la que comienza su vida de solitario caminante por las calles entonces vacías de Estambul), los años de la universidad y su primer amor (un capítulo espléndido este último, por cierto); todo ello envuelto en un halo de melancolía y nostalgia.

Ohran Pamuk cuenta la historia de la ciudad antigua, su lugar de nacimiento, desde una perspectiva personal, sirviéndose de dos de sus pasiones: la pintura y la fotografía, esto es, mediante la utilización de un lenguaje enormemente plástico; sencillo, pero evocador. Está visión queda potenciada por las fotografías que se intercalan en el texto: imágines de la familia del autor y del desaparecido Estambul en blanco y negro de su infancia.

Al mismo tiempo, Pamuk analiza cómo vieron Estambul los escritores y artistas extranjeros, principalmente franceses, que la visitaron, en especial durante el siglo XIX, y que fueron quienes forjaron la imagen de la ciudad: Gautier, Flaubert o Nerval. Frente a esta interpretación que podríamos llamar exótica, Pamuk presenta la visión, básicamente nacionalista, que trataron de ofrecer autores locales, entre los que destaca con luz propia Resat Ekrem Koçu, el autor de la fascinante e inacabada Enciclopedia de Estambul.

Pero Estambul es también una evocación de recuerdos y retratos familiares, fascinantes y seductores: su padre, un extraño fracasado que vive una vida paralela con su amante y abandonaba el hogar familiar; su madre, una combinación de ingenua credulidad y el máximo pragmatismo; o su hermano mayor, con quien le une una relación muy especial de amor y odio... de rivalidad. A la vez, Pamuk analiza con sorprendente lucidez sus propias obsesiones: el sexo, la soledad o la imaginaria “vida criminal”.

Se trata, sin lugar a dudas, de un libro delicioso, de una bella estampa de Estambul elaborada sin el más mínimo artificio ni pretenciosidad; de la ciudad que fue, henchida de amargura, sugerente y evocadora, que despierta el deseo espontáneo del lector de coger las maletas para volar a la antigua capital otomana y sumergirse en sus calles, visitar sus mezquitas o contar los barcos del Bósforo, como solía hacer, entre tantos otros, el propio Ohran Pamuk. En definitiva, una obra redonda, emotiva y vibrante, propia de un escritor de la talla del Nobel turco, uno de los más grandes de nuestros días.

A.G.