Presentación

La pintura de la voz (palabras con que el filósofo y escritor francés François-Marie Arouet, más conocido como Voltaire, calificó el arte de la escritura) nace con la pretensión de ser un lugar de intercambio de opiniones sobre literatura.
Cuando el tiempo me lo permita, iré publicando noticias interesantes del mundo literario, comentarios de libros que he leído recientemente, de mis obras favoritas, etc
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martes, 22 de diciembre de 2015

Lecturas recientes: La verdadera historia de la banda de Kelly

 
La verdadera historia de la banda de Kelly (2000)
Peter Carey

En su séptima novela, Peter Carey emplea de nuevo un tema histórico. Pero no uno cualquiera, sino la vida de uno de los mitos más perdurables de la Australia colonial: Ned Kelly (1855-1880), un proscrito legendario. Ladrón de ganado y de bancos, Kelly fue un famosísimo ladrón (de ganado, de bancos o de lo que fuera) que gustaba de dar el dinero a los pobres; una especie de Robin Hood australiano que jamás hizo daño ni a mujeres ni a niños, que se hizo construir una armadura con un cubo en la cabeza, que mató a infinidad de policías y se convirtió en un héroe del pueblo cuya violencia ha sido santificada, y que acabó colgado a la temprana edad de veinticinco años en la cárcel de Melbourne en 1880.

La violencia de Ned no es justificada, si bien se presenta como el resultado inevitable y trágico de la persecución policial de los pobres colonos irlandeses. El relato del primero asesinato que comete Ned, en Stringybark Creek, es devastador. Como consecuencia de éste, la madre es encarcelada tres años y los hermanos se ven obligados a huir.

El lector, especialmente aquel familiarizado con la vida y obra del personaje, podría esperar una mera transcripción de su vida. Partiendo de la idea de que su historia es bien conocida, urge preguntarnos qué esperaban los lectores de La verdadera historia de la banda de Kelly. Es de suponer que nadie se dejaría engañar por las citas de unas supuestas fuentes de archivo, ni con la atroz puntuación de una narración que, por lo demás, no tardamos en encontrar perfectamente adecuada.

Carey podría haber optado por contar la historia de un modo tangencial. Pero lejos de buscar un subterfugio mediante el cual abordar un asunto de dominio público, narra la historia de Ned Kelly de forma cronológica, en primera persona y guardando estricta fidelidad a los hechos narrados: desde el arresto de su padre por robar a un novillo en 1865, pasando por sus años de aprendizaje hasta conocer a Harry Power –el bandolero que habrá de convertirse en una mala influencia para Ned, quien acaba comprendiendo que en realidad no tiene nada que temer de él–, hasta la terrible escena del hotel Glenrowan en 1880, cuando la banda de Kelly planea hacer descarrilar un tren lleno de policías y cuando Ned con su armadura inhumana avanza hacia la lluvia de balas mientras hace golpear su revólver sobre su coraza hasta ser alcanzado por los disparos en las piernas.

Tres son los trucos de invención que utiliza Carey para convertir lo que podría no pasar de ser una simple biografía en una novela sensu stricto. El primero es la idea de que Kelly ha escrito durante los dos últimos años de su vida un relato de sí mismo para su hija y que este relato ha sido preservado en trece paquetes independientes de manuscritos del puño y letra de Kelly, todos los cuales conforman juntos la novela. A parte de unas escuetas notas editoriales y unos resúmenes al comienzo de cada sección, la historia es toda ella de Ned. Un material bueno y divertido, lleno de traición, asaltos a bancos y asesinatos. El segundo de los trucos es su relación con Mary Hearn, que le da una hija. Y el tercero es la voz que Carey le da a Ned, que es precisamente donde, a mi juicio, reside el verdadero encanto de la novela, lo que la convierte en una obra literaria hermosa y emocionante.

El lenguaje que emplea Ned es convincente y no deja de sorprendernos. Es simple y directo, coloquial y lleno de humor e incluso poesía. Se introduce en la mente del lector con la inmediatez de la expresión oral; en ciertos momentos parece que estuviéramos escuchando la voz del mismísimo Ned Kelly contándonos la desgarradora historia de su vida. Su voz es profundamente honesta y franca. La transparencia de su lenguaje nos lleva directamente al corazón de un personaje que es visto por los australianos como un gran héroe. Carey demanda del lector que confíe en el narrador de la historia tanto como en la historia misma. Carey está interesado en la imagen e identidad de los compatriotas, desde los primeros colonos que luchaban por comprender lo extraño y precario de sus vidas y del mundo que habitan, a la desilusión y el vacío del hombre urbano contemporáneo, separado de los vastos espacios –lugares repletos de leyendas– que se extienden alrededor.

El éxito de Carey radica, por tanto, en el hecho incuestionable de haber tomado como punto de partida la biografía del personaje escrita por Ian Jones en 1995 y proporciona a Ned Kelly de una voz que lo convierte en un ser dolorosamente real que mantiene, no obstante, su identidad de héroe. Carey dota a su novela del poder emocionante de una historia individual; no es sino el mito hecho real.

Ned Kelly en 1880
A través de los ojos de Ned Kelly, la novela examina una época singularmente incivilizada de la historia australiana –el final del siglo XIX–, una época en la que los emigrantes irlandeses sufrieron a manos de la clase británica dirigente. Nacido en el seno de una pobre familia irlandesa del noreste de Victoria, Ned sufre la mentira y manipulación de los adultos en su vida, incluyendo a su madre, Ellen, que es acosada por diversos pretendientes después de la muerte del padre de Ned. Demasiado avariciosa mas poco leal, Ellen se mantiene en el centro de los afectos de su hijo incluso después de haberlo vendido a la edad de quince años al bandido Harry Power. Como aprendiz suyo, un Ned de buen corazón se ve obligado a llevar una vida criminal, consecuencia de lo cual no tarda en dar con sus huesos en la cárcel, en lo que no es sino la primera de sus numerosas estancias entre rejas. Ned es privado del derecho a defenderse una vez detrás de otra y victimizado por un sistema legal que parece carecer de un elemento importante: la justicia. Unos años más tarde, cuando es acusado de asesinato, Ned se ve obligado a huir con sus hermano pequeño, Dan, y una banda de aliados. Durante casi dos años, eluden la justicia, robando bancos y empleando parte del dinero para ayudar a los empobrecidos habitantes del distrito.

La novela plantea una pregunta nada banal: ¿quien tiene derecho a escribir la historia? En un país donde la verdad y la justicia son conceptos peligrosamente subjetivos, ¿puede lo que es verdadero y justo ser alguna vez definido de forma satisfactoria? Ned Kelly, tal como aparece retratado en esta gran novela, se perdió en los márgenes de estas ideas, pues murió intentando abrirse camino a través de ellas.

A.G.

lunes, 21 de diciembre de 2015

Lecturas recientes: Julio César: la grandeza del héroe

  
Julio César: La grandeza del héroe (1958)
Hans Oppermann

La vida de Julio César ha fascinado a lo largo de los siglos a personas de toda índole, entre las que desde luego hemos de incluir a historiadores, novelistas o dramaturgos de renombre. La obra de Hans Oppermann nos presenta la doble vertiente del personaje: el hombre el público y el hombre privado. El político y hombre de estado que, sirviéndose de su habilidad como general, acabó por hacerse con el poder supremo en la República Romana y se convirtió en su dueño absoluto. El escritor que relata con detalle y pasión su campaña en las Galias, esposo de tres mujeres y amante de otras (y supuestamente también de otros)… El estratega. El gobernante magnánimo que no hacía un uso gratuito de la violencia y que fue asesinado por algunos de los muchos hombres a los que perdonó la vida. El hombre que abrió las puertas del nuevo Imperio a su delfín Octavio y cuyo nombre –César– se convirtió en un título con el que honraron su nombre los sucesivos emperadores romanos. Un título que simbolizada el poder supremo y legítimo del que aún encontramos reminiscencias en el siglo XX, durante el cual hombres poderosos adoptaron los títulos de Kaiser o Zar, como tributo a Julio César.

Oppermann repasa en su brillante estudio las diferentes etapas de la vida del personaje: desde los poco conocidos años de su infancia, turbulenta juventud y prometedora carrera política, durante la cual se relacionó –aunque de diferentes maneras– con personajes como Mario, Cinna, Sila o Cicerón, hasta su acceso al consulado. Julio César fue un fugitivo, prisionero de piratas, a los que acabaría ajusticiando, líder militar, abogado y cónsul en Hispania y la Galia, donde llevó a cabo una impresionante serie de duras campañas contra los diferentes pueblos bárbaros, que no dio por terminadas hasta llevarse esposado a Roma a Vercingétorix, el líder galo de la tribu de los Arvernos.

A Julio César jamás le faltó el valor necesario, si bien siempre actuó de acuerdo con los dictados de la razón. Fue paciente y perseverante con los Galos, calculador y decidido con Pompeyo, a quien trató con todos lo medios de convertir en su aliado, magnánimo con sus enemigos. Cruzó el Rubicón y emprendió una lucha encarnecida contra los pompeyanos, que hubo de continuar incluso después del vil asesinato de Pompeyo en Egipto; una crueldad sin sentido que Julio César recriminó a Ptolomeo, quien se sirvió de la traición de los propios hombres de Pompeyo para entregarle su cabeza a Julio César, en cuyo ánimo estuvo siempre restablecer la amistad entre los dos.

Tras el final de la Guerra Civil, triunfador de campañas militares que lo llevaron de una punta a otra del Mediterráneo, e incluso más allá (Veni, vidi, vici), Julio César se convirtió en dictador. Fue aclamado e idolatrado por sus legiones y por el pueblo, con quienes compartió la inmensa riqueza de sus botines de guerra.

Sin embargo, sus actos –a veces excesivamente despóticos– no fueron del agrado de todos, ni siquiera de aquellos a los que perdonó la vida, y se urdió una conspiración que acabó con su violento asesinato a las puertas del Teatro de Pompeyo el 15 de marzo del año 44 a.C. (A propósito de este asunto recomiendo Los Idus de Marzo (1948), la entretenida novela histórica del escritor norteamericano Thornton Wilder.)

El legado de Julio César –el que fuera gran admirador de Alejandro Magno– es inmenso, tal como Oppermann desgrana en uno de los capítulos finales de su obra; un legado historiográfico tanto como político… pero ésa es otra historia.

A.G.

lunes, 14 de diciembre de 2015

Lecturas recientes: Ve y pon un centinela


Ve y pon un centinela (2015)
Harper Lee

Escrito antes de Matar a un ruiseñor, la novela recién publicada por Harper Lee cuenta la historia de una Scout adulta que regresa desde Nueva York a Maycomb, al Sur profundo, donde se encuentra frente a frente con las actitudes racistas de su padre, Atticus Finch, al que asocia con el Ku Klux Klan, con su amigo de infancia Herny Clinton, y con el vívido recuerdo de Jem, su hermano muerto. La experiencia vital de Harper Lee fue muy parecida a la de Scout, pues ella nació también en Alabama, pero se trasladó siendo aún joven a Nueva York, donde comenzó a escribir.

Utilizando como telón de fondo uno de los cambios más monumentales de la sociedad norteamericana, vemos crecientes tensiones por los derechos humanos y el final de la segregación, si bien son patentes más divisiones, pues la novela expone en primer plano los prejuicios entre razas, el conflicto entre el Norte y el Sur y entre diferentes generaciones. A medida que Jean Louise logra adaptarse a una sociedad que cambia a gran velocidad, su percepción de sus vecinos, amigos y familiares queda alterada para siempre. Debe aprender a adaptarse a sus nuevos descubrimientos y tratar con sus desilusiones. No en vano, Ve y pon un centinela (su título está tomado de la Biblia (Isaías 21,6)) es además de todo esto un novela acerca del crecimiento, del alcance de la madurez.

Además, constituye un análisis sorprendente y certero de la historia de los Estados Unidos, pues plantea asuntos que aún hoy siguen siendo candentes. La comparación entre cómo era antes la sociedad y cómo es ahora despierta un doble sentimiento, pues percibimos por una parte cuánto ha cambiado la sociedad norteamericana en ciertos aspectos, mientras en otros el cambio parece haber sido insignificante.

Resulta inevitable comparar Ve y pon un centinela con Matar a un ruiseñor. No hay duda alguna de que la primera carece del ingenio, del impacto o del brillo de la segunda. En este sentido, no me parece de justicia emprender la tarea de comparar de forma exhaustiva ambas novelas. No hay que olvidar que Harper Lee nunca tuvo la intención de publicar Ve y pon un centinela, y puesto que fue escrita antes que Matar a un ruiseñor, resulta ridículo leerla como una secuela de la anterior. Creo que no podemos alterar nuestra opinión, ni cambiar nuestros sentimientos sobre la ingente figura de Atticus Finch, un auténtico héroe –más que literario– para para tantos, entre los que encuentro. En Ve y pon un centinela, Atticus ha envejecido y ya no es la referencia moral que solía ser. A pesar de sus leves tintes de racismo, me parecería injusto cambiar nuestra percepción sobre él. Quizá debiéramos interpretar el personaje de Atticus en Matar a un ruiseñor como un producto de la evolución de un personaje preexistente, que ha llegado a convertirse, como hemos afirmado, en un referente moral sin fisuras y absolutamente convincente.

Con todo, se me antoja inevitable exponer, siquiera brevemente, algunas diferencias entre Ve y pon un centinela y Matar a un ruiseñor, pues éstas son sorprendentes. Mientras la primera muestra a Atticus Finch como un pueblerino sureño que está siempre de mal humor, en la segunda el personaje se convierte en el Atticus que el mundo conoce y ama, en el símbolo sagrado de la decencia y la justicia. Sin embargo, es la liberación de su hija, Scout, lo que realmente sorprende. Mientras en la primera novela, la voz en tercera persona resulta convencional y poco participativa, en la segunda se escucha a una Scout de seis años recordando unos días de infancia que la cambiarán para siempre. Esta destreza narrativa propone una perspectiva adulta, a la vez que cuenta la historia de Scout en la voz de una niña. Además de éstas, encontramos otras mejoras notables en la comparación de ambas novelas. Mientras en Ve y pon un centinela, la descripción del Sur profundo resulta burda, partidista e incluso tosca, en Matar a un ruiseñor, la visión de la sesgada sociedad blanca es reproducida con compasión. En definitiva, mientras Matar a un ruiseñor concluye con la esperanza de que la gente es buena de verdad, Ve y pon un centinela concluye con resignación que la gente a veces no puede cambiar. Jean Louise se da cuenta de que no puede dar por perdido a su padre, con sus cosas buenas y sus cosas malas, sólo por su perspectiva del mundo o porque sea una figura del pasado que se esté esfumando lentamente. Sólo esforzándose por verlo con los ojos de un adulto puede permitir a Scout comprender su verdadero significado.

Harper Lee refleja en el personaje de Scout la idea de la pérdida del idealismo de la juventud y la desilusión que experimenta el ser humano a medida que va creciendo. En este sentido, observamos también la advertencia que nos lanza la autora acerca de los peligros de idealizar a la gente hasta el extremo de convertirlos en ídolos.

Harper Lee nos recuerda que no podemos ser ajenos a un hecho irrefutable: a medida que crecemos como individuos, también evoluciona la sociedad. Así pues, debemos de poner nuestro empeños en congeniar estas dos circunstancias, ambas de una importancia vital y que, sucedidas de forma simultánea, provocan un conflicto en nosotros y perfilan nuestra personalidad a través de desilusiones, descubrimientos y nuevas experiencias. Tal como le recuerda a Scout su tío Jack, el nacimiento del ser humano es algo de lo más desagradable. Es desordenado y extremadamente doloroso, además de ser arriesgado y siempre sangriento. Es, por tanto, como la propia civilización.

Esta afirmación capta perfectamente el espíritu de una época de agitación política y tensiones civiles. Lee utiliza Maycomb como un microcosmos de la sociedad norteamericana y a través de los ojos de Scout observamos las reacciones de las diferentes comunidades y cómo las políticas implementadas para unir a las personas comienzan a separarlas.

Jean Louise ha permanecido fiel a sus ideales y se erige como un símbolo del feminismo y un contraste refrescante del estereotipo de la mujer sureña, definida a la perfección por la tía Alexandra. Scout no tiene más remedio que aceptar Maycomb tal como es. No puede ni vencer a sus vecinos ni unirse a ellos. Incapaz de cambiar las ideas de la gente, y renuente a cambiar las suyas propias, Scout opta por ver los puntos buenos de esa gente con la que no congenia, en lugar de fijarse tan sólo en sus defectos.

Aunque Ve y pon un centinela no alcanza el altísimo nivel literario de Matar a un ruiseñor, es una obra que pone en marcha nuestro cerebro y nos impele a cuestionar muchas de las decisiones tomadas en el mundo de hoy, que quizá de manera demasiado sumisa juzgamos adecuadas.

Debemos, pues, leer Ve y pon un centinela con una mente abierta, pues se trata de una historia hermosa en la que se exponen ideologías y opiniones de gran calado.

A.G.