Presentación

La pintura de la voz (palabras con que el filósofo y escritor francés François-Marie Arouet, más conocido como Voltaire, calificó el arte de la escritura) nace con la pretensión de ser un lugar de intercambio de opiniones sobre literatura.
Cuando el tiempo me lo permita, iré publicando noticias interesantes del mundo literario, comentarios de libros que he leído recientemente, de mis obras favoritas, etc
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miércoles, 10 de mayo de 2017

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La ópera flotante
John Barth (1956)

La mañana del 23 ó 24 de junio de 1937 Todd Andrews –el mejor abogado de la costa este de Maryland y el ciudadano más excéntrico de la ciudad de Cambridge– se toma un trago largo de whisky de centeno Sherbrook, tal como suele hacer todas las mañanas desde su época en la universidad. Se echa agua en la cara y siente que tiene una inspiración: ése es el día en que se suicidará, pues la vida es un sinsentido. Además, tiene la impresión de que no ha progresado en los últimos dieciocho años.

Todd completa este día tan importante en su vida con tareas poco inusuales: se ocupa en el embrollado proceso judicial de su amigo Harrison Mack, que aspira a la herencia de 3 millones de dólares de su padre; le enseña a la hija de tres años de los Mack el showboat que da nombre al libro, etc. Más tarde, el matrimonio Mack y Todd asisten a la actuación de la Ópera Flotante de Jacob Adam, y Todd toma la decisión acerca de su tentativa de suicidio.

Mediante un peculiar estilo de stream of consciousness, Todd se dirige al lector –sirviéndose de un uso comedido de la segunda persona–, al que invita a acompañarle en su narración sin albergar temor alguno por su corazón débil. Sin duda, Todd Andrews es un tipo raro, aunque él lo niegue. ¿Quién en su sano juicio –tal como sabremos más tarde– regalaría 3.000 dólares a un millonario local sin esperar nada a cambio, rechazando pertinazmente todos los ofrecimientos e incluso la devolución del dinero del citado benefactor, hasta provocar su histeria?.

A continuación, conocemos en detalle a Todd Andrews. Tiene 37 años, es soltero y está alojado en el Hotel Dorset. Cada mañana Todd paga su noche en el hotel mediante un cheque de 1’50 dólares y más tarde se registra para otra noche. No tardaremos en comprender que a Todd le gusta hacer todo de un modo diferente. A lo largo de la extensa narración, dividida en varias de decenas de capítulos de variada extensión, Todd nos cuenta su vida: su primera experiencia sexual, la universidad, el servicio militar, la facultad de Derecho y su carrera de abogado. Nos habla del suicidio de su padre y de su intento de averiguar qué le llevó a tomar una decisión tan drástica. También nos habla de su más que aceptable vida sexual, minada, eso sí, por su problema crónico de próstata, y de su affair con Jane Mack, la mujer de su amigo Harrison; algo más que una simple aventura, instigada por el propio matrimonio en parte como un modo de celebrar su amistad. De hecho, llegamos a la conclusión de que la hija de los Mack puede en realidad ser hija de Todd. También leemos acerca de su traumática experiencia en los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial, y en especial de su encuentro con un soldado alemán, al que acabó asesinando. De sus estudios en la Universidad Johns Hopkins y de su primera experiencia sexual con una chica de la ciudad que más tarde se convirtió en prostituta. Nos detalla el complicado proceso judicial entre Harrison Mack y su madre y nos da detalles de sus problemas de salud: su corazón débil, que puede matarle cualquier día, y la mencionada infección de próstata, que le impide en ocasiones cumplir en la cama. También nos habla del trabajo de toda una vida: su Investigación, que comenzó antes de ese día de junio de 1937 y continúa hasta mediados de los 50.

Fragmentos del pasado y presente de la vida de Todd vienen y van delante de nuestros ojos para reforzar la creencia del narrador de que la vida no es otra cosa sino una broma estúpida y sin sentido. Todd se da cuenta de que en toda su vida no ha sentido más que unas pocas emociones, cada una de las cuales es el resultado de acontecimientos nada gloriosos y a menudo cómicamente patéticos. Aprendió el júbilo al descubrir la postura ridícula que el espejo le mostraba durante su primera experiencia sexual (a la vez que humillaba a su compañera); aprendió el miedo en la guerra (matando de forma cobarde a un soldado alemán con el que por un momento pensó que había unido su alma); aprendió la sorpresa cuando Jane, la mujer de su mejor amigo, se ofreció a ser su amante (lo cual ocurrió con las bendiciones del marido, como hemos visto); y aprendió la desesperación cuando aprehendió la epifanía de toda la verdad contenida en la frase de Camus (la noche antes de su suicidio planeado): “suicidarse supone reconocer que no merece la pena vivir”, afirma el escritor francés en El mito de Sísifo.

Aunque La opera flotante recuerda el día más importante en la vida de Todd Andrews, tal como él mismo recuerda una década más tarde, vivió para contar una historia que se construye no sólo para demostrar lo correcto de su decisión, sino también para todo lo contrario: para acentuar la carencia de importancia de cualquiera de las dos decisiones. Sin duda, parece el modo de actuar propio de un existencialista y/o un nihilista. En 1954, Todd se sienta para escribir un relato de ese día memorable y para contar por qué no se suicidó después de todo; de hecho, tenía siete cajas de melocotones llenos de anotaciones sobre el asunto. Todd concluye que no existe razón última para vivir, ni para suicidarse. Incluso llega a la conclusión de que no existe motivo alguno para leer su novela.

A pesar de los defectos que críticos de prestigio han afirmado ver en la novela, debidos principalmente al entusiasmo de un novelista joven que a veces exhibe un poco de postureo (como se dice hoy en día), creo que la ausencia de unidad estructural no es uno de ellos. Por el contrario, la coherencia de la narrativa es una de las cosas que más me ha gustado. Pero también es cierto que no he percibido su ópera como una farsa, sino como una novela metatextual que enmascara una realista. No en vano, su tema principal, tal como sugiere con sutileza el título, aborda la complicada relación entre el creador y su arte. De hecho, el significado del título, explícito e implícito, señala precisamente en esta dirección.

John Barth admitió que el título de la novela está inspirado por el nombre de un barco que vio en 1937. El citado showboat, o barco con teatro abordo, recorría Virginia y Maryland. También aporta una segunda explicación más profunda, según la cual, era su sueño construir un showboat que estuviera siempre a la deriva, con una sola cubierta abierta donde de forma ininterrumpida pudieran realizarse espectáculos para una audiencia que, desde la orilla, vería tan sólo la parte del espectáculo que la marea le permitiera cuando el barco pasara por delante. Una poderosa metáfora para la narrativa de John Barth.

El showboat es también el lugar donde se desarrolla el clímax abortado de su suicidio. El lugar que reúne por última vez a los personajes de la historia, preparados para que su amigo los haga saltar por los aires. Todd, ahora de cincuenta años de edad, les permite esquivar su destino fatal por el simple motivo de que ha llegado a la conclusión de que, en realidad, no hay más justificación para el suicidio que para seguir viviendo.

Respetando las opiniones de avezados críticos en una dirección diferente, creo que La ópera flotante es esencialmente una novela cómica. Puede ser bastante divertida a ratos, si bien John Barth exhibe un humor negro que no resulta siempre fácil de comprender. Coincido con la opinión de muchos de estos críticos, quienes afirman que La ópera flotante es también –aunque no sé si sobre todo –una novela filosófica en la que Todd expone su exacerbado nihilismo; su creencia en que la vida no tiene sentido ninguno. La vida de Todd es, en realidad, satisfactoria, en el sentido que es un abogado de éxito que hace mucho dinero, y tiene una hermosa amante. Pero su vida es también bastante triste: tiene una amante, pero no una esposa; a veces no puede dar la talla en la cama; su padre se suicidó; vive en un hotel; su actitud hacia la ley es que se trata de un juego cínico, etc. El contraste entre estas visiones contrapuestas de su propia existencia le lleva a tomar unas decisiones drásticas.

La ópera flotante es un libro divertido y fácil de leer, con el contrapunto efectivo de ese lado oscuro que aflora a lo largo de la narración. Algunos contados capítulos, tales como aquellos en que se aborda el proceso judicial de los Mack, resultan algo tediosos, si bien hay algunos otros, recuerdo en especial el titulado “Coito”, que son extraordinarios. En este capítulo, muy al comienzo del libro, Todd narra, entre la incredulidad y el cinismo que lo caracteriza, su relación adúltera con la bella Jane Mack; cómo ambos miembros del matrimonio le animan a que se embarque en ese sui géneris menage a trois, sus reticencias iniciales y el enorme deleite que le supuso irse a la cama varios centenares de veces con la hermosa y complaciente Jane Mack. Un capítulo glorioso. Sinceramente, una de las piezas narrativas que más he disfrutado en los últimos años. Una espléndida exhibición de la armonía narrativa de Barth, de su sentido del humor, de su cinismo, de su forma especial de acercarse al tema del amor y la sensualidad. Sólo por estas páginas merece la pena haber leído esta novela que tan extraña les habrá parecido a los lectores que no estén familiarizados con la literatura postmoderna, de la que he de confesarme un fiel seguidor.

John Barth, nacido en 1930 y aún vivito y coleando, está considerado como uno de los decanos de la novela postmoderna norteamericana.

A.G.