Presentación

La pintura de la voz (palabras con que el filósofo y escritor francés François-Marie Arouet, más conocido como Voltaire, calificó el arte de la escritura) nace con la pretensión de ser un lugar de intercambio de opiniones sobre literatura.
Cuando el tiempo me lo permita, iré publicando noticias interesantes del mundo literario, comentarios de libros que he leído recientemente, de mis obras favoritas, etc
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jueves, 29 de agosto de 2013

Lecturas recientes: El ladrón de meriendas


El ladrón de meriendas (1996)
Andrea Camilleri

En la tercera entrega de la “serie” del inspector Montalbano, el singular inspector siciliano se despierta una mañana con la noticia del asesinato a tiros de un tunecino, mientras se encontraba a bordo de un barco de pesca. Poco después aparece en un ascensor otro cadáver, el de un comerciante jubilado llamado Lapecora; le han clavado un cuchillo de cocina. Aparentemente no existe relación alguna entre ambas muertes, pero el inspector Montalbano comienza a investigar el segundo de los asesinatos y no tarda en descubrir el nexo de unión entre ambas: la tunecina Karima, que se encuentra en paradero desconocido, y de cuyo hijo habrá de hacerse cargo Montalbano. La joven resulta ser la amante de Lapecora. Pero lo que no parece ser más que un crimen pasional resulta ser mucho más complicado, pues extiende sus ramificaciones hasta el turbio mundo de los servicios secretos y su guerra sucia contra el terrorismo internacional.

Andrea Camilleri construye en El ladrón de meriendas un mundo absolutamente verosímil y demuestra una total implicación en el mundo que le ha tocado vivir. Refleja con crudeza, mediante el comisario Salvo Montalbano, la dura existencia de los inmigrantes ilegales norteafricanos, y en especial de la infancia, que buscan una vida mejor en Europa. Camilleri retomará este mismo asunto en una obra posterior: Un giro decisivo.

Encontramos también en El ladrón de meriendas un nuevo giro en la relación entre Montalbano y Livia, quien afirma no sentirse satisfecha con su relación (se ven de vez en cuando y durante poco tiempo). Livia, que se ha encariñado con François (el hijo de Karima), quiere un compromiso por parte de Montalbano y tener hijos con él. Pero la actitud de Livia asusta a Montalbano, que no parece preparado ni dispuesto a afrontar un cambio de tales dimensiones en su vida. Su actitud traerá nuevas tensiones a su relación.

El ladrón de meriendas exhibe algunas de las principales virtudes de la serie de Montalbano, comunes a todos las novelas de la serie: un uso hábil y comedido del lenguaje llano, un acertado ritmo narrativo (alternancia de pasajes ágiles con otros pausados), amplios pasajes dedicados a cantar las excelencias de la gastronomía siciliana y un excelente retrato de la vida siciliana: los asesinos actúan movidos por los celos, la venganza u otros motivos triviales. Y, por supuesto, mucho humor e ironía.

El comisario Montalbano vuelve a manifestarse como una hombre inteligente, comprensivo y perspicaz, a la vez que un ser entrañable y buen conocedor de las miserias humanas.

A.G.

lunes, 19 de agosto de 2013

Lecturas recientes: Ángeles fugaces


Ángeles fugaces (2001)
Tracy Chevalier

El día después de la muerte de la reina Victoria, dos familias visitan tumbas próximas en un cementerio londinense.  Una de ellas es una urna, mientras la otra está decorada con un ángel. Los Waterhouse admiran a la reina recién fallecida y se aferran a las tradiciones victorianas. Los Coleman, sin embargo, desean una sociedad más moderna. Pero el destino quiere que ambas familias acaben siendo vecinas. Sus hijas se hacen amigas, gracias también a su fijación compartida por el cementerio, y pronto se les une en esta nueva amistad Simon Field, el hijo del sepulturero.

Maude Coleman es una niña inteligente y educada, buena observadora y reflexiva. Su amiga, Lavinia Waterhouse, es sin embargo algo estúpida y superficial, aunque muy hermosa, y le gusta llevar vestidos especialmente elegidos para cada ocasión. Es precisamente esta contraposición entre sus caracteres lo que les hace que se complementen tan bien y crezca entre ellas una gran amistad.

Lavinia y Maude ejemplifican, pues, el contrapunto entre dos formas distintas de ver la vida. Mientras la primera parece una chica real de su tiempo, preocupada por la moda y los actos sociales, y sin aspiraciones sociales que vayan más allá de echarle el guante a un buen marido, la segunda es una chica madura con ciertas inquietudes intelectuales que añora la figura de una madre tradicional con la que pasar más tiempo.

A medida que las niñas crecen y el nuevo siglo va avanzando, los Waterhouse y los Coleman observan como los coches sustituyen a los caballos y la electricidad reemplaza a la luz de gas; Inglaterra se abre paso entre las tinieblas hacia una nueva era, más luminosa y llena de nuevas esperanzas.

Es entonces cuando Kitty Coleman, una madre joven y hermosa, mas frustrada e infeliz en su rutinaria vida de mujer casada de clase alta, comienza su lucha personal por conquistar una libertad personal de la que carece. Aspira a ver cumplidos unos sueños e ilusiones virtualmente inalcanzables, demasiado lejanos de la realidad que la envuelve. El devenir caprichoso de los acontecimientos la arrastrará por un camino muy distinto al originalmente planeado, de modo que acabará convertirla en una sufragista. Será precisamente en esta lucha por conseguir el voto para la mujer (por unos ideales de igualdad y libertad), donde Kitty halle la verdadera felicidad, si bien habrá de pagar por ello un alto precio. En contraposición a ella encontramos a Gertrude Waterhouse, una mujer tradicional que contempla con espanto el comportamiento y excentricidades de su vecina.

Gran parte de la novela transcurre en un cementerio. Las dos niñas pasan buena parte de su tiempo cogidas de la mano mirando las figuras silentes de los ángeles que acompañan algunas tumbas, mientras los sepultureros cavan. Inmóviles, las dos niñas parecen columbrar que ése es también el final que el tiempo les depara a ellas.

La novela está ambientada en la llamada era eduardiana, es decir, aquellos años que transcurren desde la muerte de la reina Victoria (1901) a la de su hijo Eduardo VII (1910). Este período fue conocido también como la Belle Époque, unos años dorados, con largos atardeceres de verano y fiestas de jardín a las que acudían damas con grandes sombreros. Una época vista después con nostalgia por los que hubieron de padecer los duros años de la Gran Guerra. A pesar de la prevalencia del rígido sistema británico de clases sociales heredado de la época victoriana, la era eduardiana fue testigo de cambios sociales y económicos que permitieron una cierta movilidad social. Éstos incluyeron un creciente interés por el sufragio femenino, tal como aborda la novela, además de por el socialismo, la situación apremiante de los pobres o el incremento de oportunidades económicas generado por la rápida industrialización. Es también la época de grandes avances científicos; los años en que Albert Einstein redactó varios trabajos fundamentales sobre física que le valieron el grado de doctor por la Universidad de Zúrich y publicó su teoría de la relatividad especial y otros trabajos que sentarían las bases para la física estadística y la mecánica cuántica; los años en que Sigmund Freud fue reconocido oficialmente como el creador del psicoanálisis y recibió el título honorífico doctor honoris causa por la universidad norteamericana de Clark, gracias a lo cual fue invitado a dar una serie de conferencias en las que divulgar el psicoanálisis en Estados Unidos. Son también los años en que se concedieron los primeros premios nobel. Ernest Rutherford publicó su obra Radioactividad, Marconi envió las primeras señales transatlánticas de tipo inalámbrica, los hermanos Wright realizaron su primero vuelo y Amundsen y Scott lideraron las primeras expediciones al Polo Sur.

Ángeles fugaces tiene, a mi juicio, una serie de virtudes que podrían llevar a considerarla una novela notable. En primer lugar, merece destacar la buena caracterización de los personajes, esbozada con anterioridad, que incluye también a los personajes secundarios: Richard Coleman (el marido de Kitty), Edith Coleman (la madre viuda de Richard), Alfred Waterhouse (el marido de Gertrude), Ivy May (su otra hija), o Jenny y la señora Baker, que trabajan en la casa de los Coleman. En segundo lugar, es también digno de mención el acertado punto de vista narrativo de la novela: Tracy Chevalier dota a los personajes de una voz propia, de tal forma que éstas se van alternando, dando agilidad a la narración. También cuenta la novela con una excelente ambientación histórica, de la que también hemos presentado un breve esbozo. Sin embargo, la narración es lenta y carente de acción y no parece ir a ninguna parte, pues uno tiene la impresión de que no existe en realidad una historia consistente que contar. Un argumento demasiado pobre que no consiguen compensar las virtudes anteriormente expuestas, lo que nos lleva a no considerar Ángeles fugaces como una lectura digna de recomendar. Después de la grata impresión de su extraordinaria La joven de la perla, una de las mejores novelas del género, había depositado ciertas expectativas en esta novela y en su autora, que no se han visto cumplidas.

A.G.

jueves, 15 de agosto de 2013

Lecturas recientes: El hundimiento


El hundimiento (2005)
Joachim Fest

En noviembre de 1941 Adolf Hitler intuyó que la guerra estaba perdida. Ni siquiera la propaganda basurienta y demagógica de Goebbels, que deliraba con armas secretas inexistentes y la, a su juicio, inminente quiebra de la unión de los aliados, logró persuadir al Führer de su convencimiento. El hundimiento analiza, de forma espléndida y analítica, sin divagaciones ni ampulosidad, el tramo final de la caída del Tercer Reich. Su interés se centra en el relato de los meses que Hitler, venido desde su campamento en la Prusia Oriental, pasó en el búnker de Berlín que se había hecho construir, según el diseño de Albert Speer, a comienzos de los años cuarenta. Hitler había declarado que él jamás capitularía, e incluso a comienzos de 1945 aseguró: “Podemos hundirnos. Pero nos llevaremos un mundo con nosotros”.

Rodeado de su corte (colaboradores, militares, secretarias…), Hitler vivió en un absoluto delirio el fatal desenlace del asalto final a Berlín del Ejército Rojo, sus odiados bolcheviques. A diez metros bajo tierra, encerrado en su búnker maloliente, soportando el ruido constante de los ventiladores y las máquinas, las estrecheces de sus pasillos y salas claustrofóbicos, pasó sus últimos días aquel hombre embrutecido y demente que creía dirigir ejércitos que habían sido derrotados hacía tiempo. Mas en aquel ambiente de locura e irrealidad, ninguno de los generales del estado mayor alemán se atrevía a llevarle la contraria. En vez de tratar de hacerle comprender que ya nada se podía hacer para cambiar las cosas, varios de sus colaboradores (los había incluso desde los tiempos del Putsch de Munich de 1923), no dudaron en abandonar el búnker. Algunos, como Himmler y Göring, lucharon denodadamente por la sucesión y no dudaron en negociar con los aliados. Otros, sin embargo, supieron adaptarse mejor a las nuevas circunstancias; tal es el caso del astuto y cobarde Speer. Mucho podríamos hablar de qué les llevó a decidirse por una u otra opción a gente como Bormann, Burgdorf, Goebbels o Krebs, pero prefiero postergar esta discusión a la reseña de algunas monografías que prestan más atención a la “Corte de Hitler”.

Impasible ante la destrucción, tercamente opuesto a negociar la rendición con los aliados, Hitler persistía en su creencia de que el pueblo alemán no merecía sobrevivir, pues no era digno ni de él mismo, ni de continuar en el camino de la historia. En efecto, el Führer no parecía consciente de la inminencia del final, del Parkinson que no dejaba de hacer temblar su brazo izquierdo, o del excesivo y paranoico consumo de drogas que le hacían aparentar muchos más de los cincuenta y seis años que celebró el 20 de abril engullendo bizcochos compulsivamente, sintiendo probablemente como únicas personas leales a Eva Braun, Goebbels (que no tardó en preocuparse únicamente por teatralizar el final de aquella epopeya delirante) y su esposa, Magda Goebbels, de quien al parecer Hitler estaba enamorado desde sus años de agitador en el Múnich de los años 20.

Lo más significativo de la obra de Joachim Fest, lo que la diferencia de otros estudios sobre los últimos días de Hitler (y de los que trataremos aquí próximamente), es su exhaustivo y brillante hincapié en el proceso de descomposición, algo que Fest analiza con gran acierto y rigor. Un hundimiento al que también se veían abocados, ajenos a lo que estaba ocurriendo en el sórdido búnker bajo el jardín de la Cancillería, los indefensos e inocentes ciudadanos de Berlín, que luchaban desesperadamente por mantenerse con vida, asediados de día y de noche por el cruel fuego ruso.

En paralelo al relato de los acontecimientos, Fest disecciona la personalidad de Hitler, a quien consideraba un espíritu nulo cuyo único y real objetivo era la destrucción, aunque él mismo se viera abocado a ella. Viendo, pues, que las tropas rusas estrechaban el cerco del búnker, y temiendo ser apresado por los bolcheviques y ser objeto de su ira, Hitler organizó su propia muerte. Pero antes decidió regularizar su situación con Eva Braun, con quien se casó en una diminuta habitación ante la presencia de un puñado de sus más fieles acólitos. Decidió que se envenenaría con cianuro, y para comprobar la eficacia de su veneno hizo ingerir una cápsula del mismo su perro favorito, Blondie (a los otros dos los había hecho matar antes)... Ni los animales se libraban de su crueldad. Más tarde redactó su testamento político y su testamento personal, de los que Fest no da demasiado detalles, pero que tendremos la ocasión de comentar cuando analicemos otros estudios sobre este tema. También dio instrucciones precisas sobre qué hacer con su cuerpo y el de Eva Braun. Entonces se encerró en una salita con su esposa y ya nadie volvió a verlos con vida. Eva Braun ingirió una cápsula de veneno. Hitler ingirió otra y se descerrajó un disparo en la sien.

Tal como había ordenado hacer, sus cuerpos fueron quemados en el jardín de la Cancillería, junto a una de las salidas del búnker, y enterrados en las proximidades. Sobre el destino de los restos de Hitler y Eva Braun han corrido ríos y ríos de tinta, por lo que he considerado oportuno omitirlo en esta reseña. El mismo destino que su amo quisieron tener y tuvieron, de hecho, Joseph y Magda Goebbels, quien antes envenenó a sus seis hijos para ahorrarles el dolor de un mundo sin Nacionalsocialismo… ¡Demente!

Joachim Fest (1926-2006) fue un notable historiador y publicista alemán que debe su fama mundial a su biografía Hitler (1973). Es autor de otros ensayos sobre el nazismo y de obras de carácter literario-cultural.

El hundimiento sirvió de base, junto con Hasta el último momento (el libro de memorias de Traudl Junge (1920-2002), una de las secretarias del Führer, que permaneció en el búnker hasta el final) para la película homónima (Der Untergang, en el original), dirigida por Oliver Hirschbiebel y protagonizada por un excepcional Bruno Ganz. Recomiendo encarecidamente esta película, que levantó una buena polvareda en Alemania, donde, con toda la razón, son bastante reacios a mencionar siquiera los años trágicos, nefastos y horrendos del Tercer Reich.

A.G.

viernes, 2 de agosto de 2013

Lecturas recientes: El rey de la ciudad púrpura


El rey de la ciudad púrpura (2002)
Rebecca Gablé

La historia de esta entretenida novela transcurre principalmente en el Londres del siglo XIV, época en que la capital inglesa era conocida como “la ciudad púrpura”.

Jonah Durham es un joven huérfano que trabaja de aprendiz en el taller de su pérfido primo, Rupert Hillock, un comerciante de paños sin escrúpulos, cruel y brutal sin medida. A pesar del parentesco que los une, Rupert no para de hacerles la vida imposible a su primo y a todas las personas de su entorno. Sin embargo, un hecho viene a cambiar el status quo. La sirvienta Annot es violada por Rupert y, por consiguiente, expulsada de la casa. Desesperada y abandonada a su suerte, Annot busca un lugar donde ir y en el que puedan cuidar de ella y su futuro hijo, mas acaba trabajando en un prostíbulo. La abuela de Jonah, Cecilia, la única con cuyo apoyo puede contar Jonah, se niega a hacer nada por ella, lo que provoca el enojo de Jonah, siempre caritativo y dispuesto a ayudar a quien pueda necesitarlo, a pesar de su precario estado.

Poco tiempo después muere la anciana Cecilia y Jonah recibe, ante su propia sorpresa y el tremendo enfado de Rupert, toda la fortuna de su abuela. Jonah desea empezar una nueva vida; de hecho acabará convirtiéndose en uno de los comerciantes de paño más prósperos de Londres. Mas el tiempo habrá de depararle nuevas dificultades que Jonah será capaz de superar gracias a su propia pericia y a la ayuda de Philippa, la esposa del rey Eduardo III. Por pura casualidad Jonah se topa en Norwich con el rey, lo cual le permite entablar una larga y fructífera relación con la reina. A lo largo de su vida, empero, Jonah mantiene una curiosa relación de amor con tres mujeres: la reina Philippa, su amor platónico, la prostituta Annot y su esposa.

La estrecha colaboración entre Jonah y Philippa desemboca en una auténtica revolución en la producción de telas, aunque nuestro sufrido héroe haya de soportar los vicios y caprichos del mismísimo rey. Mas, por si fuera poco, una nueva amenaza se cierne sobre Jonah, el gremio de pañeros y la propia ciudad: el estallido de la Guerra de los Cien Años. Además, Inglaterra se verá asolada por la peste, que ha de segar la vida de un tercio de la población europea, entre los que se encuentra alguien muy especial para Jonah, su íntimo amigo y colaborador Crispin.

En definitiva, una lectura entretenida como todas las novelas históricas de Rebecca Gablé; una sabia mezcla de intriga e historia, en la que la Edad Media cobra vida gracias a la destreza contrastada de su autora.

A.G.