Presentación

La pintura de la voz (palabras con que el filósofo y escritor francés François-Marie Arouet, más conocido como Voltaire, calificó el arte de la escritura) nace con la pretensión de ser un lugar de intercambio de opiniones sobre literatura.
Cuando el tiempo me lo permita, iré publicando noticias interesantes del mundo literario, comentarios de libros que he leído recientemente, de mis obras favoritas, etc
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domingo, 11 de mayo de 2014

Lecturas recientes: El camino del tabaco


El camino del tabaco (1932)
Erskine Caldwell

Ambientada durante la Gran Depresión en las exhaustas granjas de los alrededores de Augusta (Georgia), esta breve novela –una de las obras de ficción más escabrosas que han emergido de la literatura del Sur Americano– cuenta la historia de los Lester, una familia de aparceros blancos tan desamparados que la mayoría de sus acreedores ha perdido la fe en ellos.

A primera vista, los Lester parecen héroes idílicos. Son pobres, pues su tierra está exhausta a causa de los cultivos de algodón. Setenta y cinco años antes, el abuelo Lester había poseído una gran plantación de tabaco, pero la propiedad fue vendida en su totalidad a sus acreedores. Los Lester permanecen en su pequeña parcela gracias a la piedad de su nuevo dueño. Su casa, que nunca ha sido pintada, se está hundiendo y pudriéndose. Trozos de techo se desprenden cada vez que llueve.

Jeeter Lester, el patriarca, tiene doce hijos vivos, mas no recuerda la mayor parte de sus nombres. Todos excepto dos se marcharon de casa tan pronto como pudieron, para no volver jamás. Lester no puede permitirse alquilar una mula o suministros básicos, por lo que su principal ingreso procede de la venta de sus hijas en matrimonio. A su hija Pearl, de doce años, se la vendió a un vecino por unas colchas, algo menos de un galón de aceite de motor y siete dólares. Jeeter vive con su mujer, Ada, que se consume de pelagra y se pasa los días soñando despierta con comprarse un vestido bonito con el que ser enterrada; su madre, a la que nadie habla más que lo imprescindible; un hijo retrasado, Dude, de dieciséis años; y una hija voluptuosa, Ellie May, de dieciocho. La única razón por la que Ellie May no se ha casado es porque tiene un labio leporino que hace que sus encías parezcan “una dolorosa herida sangrante”. La familia se muere de hambre. Los Lester son pobres, pero no tienen la dignidad de los personajes de John Steinbeck o Carson McCullers. Se comportan como animales salvajes. Los instintos básicos parecen ser los únicos que tienen los Lester. Se roban los unos a los otros, se pegan, intentan tener sexo entre ellos. Son violentos, estúpidos sin solución y holgazanes hasta un grado patológico. Jeeter es tan vago que cuando se tropieza y cae, sigue en el suelo una hora antes de molestarse en volver a ponerse de pie.

Echados a perder por la pobreza hasta un estado elemental de ignorancia y egoísmo, los Lester están preocupados por su hambre y sus deseos sexuales, y temen que llegue el día en que desciendan a un peldaño de la escalera por debajo de las familias de negros que viven cerca de ellos.

Caldwell es uno de los padres de lo que podría llamarse la “degenerada escuela de la ficción americana”. Entre sus descendientes se cuentan William S. Burroughs, Harry Crews, Katherine Dunn y Barry Gifford. La novela recibió numerosas críticas reprobatorias tras su publicación, pero después de ser adaptada al teatro vendió diez millones de ejemplares. No es raro que los críticos se sintieran incómodos con la historia de los Lesters, una familia de salvajes crueles e iletrados. En los primeros años de la Gran Depresión, las preocupaciones intelectuales de los años 20 fueron desechadas rápidamente. Los artistas y los críticos no volvieron a quejarse de que Estados Unidos fuera un país mecanizado, estandarizado y puritano, gobernado por Babbits, mojigatos y lerdos hombres de negocios.

La crudeza inmisericorde de los Lester frustró a los críticos de Caldwell. Vieron la novela como un reclamo de justicia social, a la vez que una sátira inmoral. El camino del tabaco es sórdido, pero jamás trágico. Los personajes de Caldwell carecen de la dignidad de los personajes trágicos; son demasiado crueles y odiosos.

La versión teatral fue escrita por Jack Kirkland y estrenada a finales de 1933, en el Masque Theatre de Nueva York. Un mes más tarde, la obra se trasladó al Teatro de la Calle 48, donde acabó por convertirse en un éxito rotundo. Estuvo en cartelera más de siete años, lo cual se convirtió en un récord en Broadway, y tuvo más de tres mil representaciones.

En 1940, Darryl F. Zanuck y la Twentieth Century Fox, que ya habían producido la versión de Las uvas de la ira, de Steinbeck, dirigida por John Ford, compraron los derechos cinematográficos de la novela. Ford y el guionista Nunnally Johnson, original de Georgia como Caldwell, intentaron preservar la comedia caústica y la protesta social de la novela y la obra de teatro, pero el estudio impuso su criterio respecto a los asuntos más importantes y el trágico final. El resultado fue un burlesco sentimental del que el propio Caldwell renegó. La película se estrenó en 1941 y gozó al comienzo de un cierto éxito, pero se la considera una de las producciones más flojas de John Huston, un pariente pobre su gran obra maestra Las uvas de la ira.

A.G.