Presentación

La pintura de la voz (palabras con que el filósofo y escritor francés François-Marie Arouet, más conocido como Voltaire, calificó el arte de la escritura) nace con la pretensión de ser un lugar de intercambio de opiniones sobre literatura.
Cuando el tiempo me lo permita, iré publicando noticias interesantes del mundo literario, comentarios de libros que he leído recientemente, de mis obras favoritas, etc
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viernes, 27 de julio de 2012

Sorpresas gratas: La corte del zar rojo


La corte del zar rojo (2004)
Simon Sebag Montefiore

Stalin, cuyo nombre real era Iosiv Visariónovic Djugashvili, ha pasado a la historia como un hombre brillante y ambicioso que desde un origen humilde llegó a convertirse en uno de los personajes más importantes del siglo XX. Su padre, Visarion, era un borracho que abandonó a su familia, mientras su madre, Keke, tenía la mano demasiado suelta y posiblemente ejerciera de concubina en la casa donde servía. Stalin estudió en un seminario, fue agente doble, pues estaba afiliado al partido bolchevique y era informador de la Ojrana, la policía política zarista. Un hombre de acero (stal) hecho a sí mismo, que escribía tiernas cartas a su mujer Nadia. Un hombre al que le gustaba comer, beber y cantar tonadas georgianas hasta el paroxismo con su camarilla de canallas y aduladores, entre los que se encontraban personajes como Kaganovich, Mikoyan, Molotov, Beria, Yezhov, Voroschilov, Jruschov o Malenkov... una panda siniestra de fanáticos, borrachos, sádicos y asesinos en masa.

Y es que Stalin fue, ante todo, un criminal despiadado, como expone con brillantez Montefiore en su ensayo de más de ochocientas páginas. Se supo rodear de los instrumentos necesarios para construir una sociedad nueva mediante la tortura y el asesinato que ejecutaba de un modo despiadado su cohorte de sanguinarios sin escrúpulos –Yagoda, Yezhov y Beria–, que acabaron, como ellos mismo bien sabían, igual que los centenares de miles de hombres que por cualquier motivo pasaron por sus manos asesinas.

La corte del zar rojo se inicia con el suicidio de Nadia, a comienzos de los años treinta, y termina con la muerte de Stalin, en marzo de 1953. Son dos décadas fascinantes y aterradoras: el Gran Terror, las hambrunas, las purgas, el pacto con Hitler, la Segunda Guerra Mundial tras la derrota nazi y los consiguientes “tiras y aflojas” con las potencias aliadas –EEUU y Gran Bretaña–, hasta el posterior distanciamiento y el “alzamiento” del Telón de Acero. Sirviéndose de archivos recientemente descalificados, entrevistas y libros de memorias, Montefiore ha elaborado una obra colosal que resalta los horrores de la “corte bolchevique”.

El libro describe la vida privada de Stalin y su entorno. Cuenta sus relaciones con las mujeres, siembre conflictivas, y cómo tras el suicidio de su segunda mujer Stalin convivió el resto de su vida con Valechka, su ama de llaves, tal como hicieron otros jerarcas bolcheviques, quienes no dudaron en abandonar la austeridad bolchevique propia de los años de lucha clandestina para acumular riquezas, dachas, coches y amantes.

La corte de Stalin se fue pareciendo poco a poco a la de los zares. Aunque enviara a miles de hombres a la guerra, a la vez Stalin se consideraba un protector del pueblo. De hecho, le gustaba que sus súbditos lo llamaran el “Vozhd”, el amo.

Sebag Montefiore es licenciado en Historia en el Gonville and Caius College de la Universidad de Cambridge. Ha recibido numerosos premios, y es miembro de la Royal Society of Literature. Es también autor de Llamadme Stalin, un libro escrito años más tarde que recoge los años anteriores a los de la llegada al poder de Stalin, los referidos en La corte del zar rojo, un libro que recomiendo encarecidamente a los amantes de la historia.

A.G.

jueves, 19 de julio de 2012

Lecturas recientes: Diez negritos


Diez negritos (1939)
Agatha Christie

Un grupo de personas desconocidas entre sí reciben sendos mensajes en los que se los invita a pasar unos días en una isla misteriosa al sur de Inglaterra.

El planteamiento inicial es sugerente, no cabe duda. La incertidumbre de los invitados comienza cuando descubren que la isla está deshabitada salvo por el matrimonio que sirve en la casa de su misterioso anfitrión, del que nadie sabe nada. Pero aún hay más. Al poco de su llegada, una voz grabada en un disco acusa a cada uno de los invitados de haber cometido una serie de crímenes por los que ninguno de ellos ha respondido ante la justica. La tensión aumenta al máximo cuando éstos descubren en una mesa unas figuras de diez negritos de porcelana y una canción infantil que, según va avanzando la acción, explica las muertes sucesivas de todos los personajes. Con los asesinatos de cada uno de los personajes, de acuerdo con lo aseverado en la canción, resulta inevitable que todos sospechen de todos.

Las personas que llegan a la isla y descubren los cadáveres no son capaces de discernir qué ha podido ocurrir, quién es el asesino de las diez víctimas ni el cómo ni el porqué.

Pero no todos han muerto, pues en el último capítulo, en lo que constituye uno de los finales más originales y brillante de la novela de este género, del que Agatha Christie es su maestra indiscutible, el asesino resulta ser uno de los diez habitantes efímeros de isla.

En el capítulo final el asesino envía un mensaje en una botella en el que explica lo ocurrido y los motivos que le llevaron a asesinar a los demás. El final es redondo, sin cabos sueltos como por desgracia estamos acostumbrándonos a encontrar en novelas actuales aplaudidas por la crítica y/o promocionadas ad nauseam en virtud de sus más que cuestionables méritos.

Una novela magnífica, en definitiva, inteligente e ingeniosa, a la que han intentado imitar sin demasiado éxito escritores (de alguno prefiero no acordarme) y cineastas. Como suelo decir cuando la ocasión lo merece, una novela muy recomendable.

A.G.