El camino del tabaco (1932)
Erskine Caldwell
Ambientada
durante la Gran Depresión en las exhaustas granjas de los alrededores de
Augusta (Georgia), esta breve novela –una de las obras de ficción más
escabrosas que han emergido de la literatura del Sur Americano– cuenta la
historia de los Lester, una familia de aparceros blancos tan desamparados que
la mayoría de sus acreedores ha perdido la fe en ellos.
A primera vista, los Lester parecen héroes idílicos.
Son pobres, pues su tierra está exhausta a causa de los cultivos de algodón.
Setenta y cinco años antes, el abuelo Lester había poseído una gran plantación
de tabaco, pero la propiedad fue vendida en su totalidad a sus acreedores. Los
Lester permanecen en su pequeña parcela gracias a la piedad de su nuevo dueño.
Su casa, que nunca ha sido pintada, se está hundiendo y pudriéndose. Trozos de
techo se desprenden cada vez que llueve.
Jeeter Lester, el patriarca, tiene doce hijos vivos,
mas no recuerda la mayor parte de sus nombres. Todos excepto dos se marcharon
de casa tan pronto como pudieron, para no volver jamás. Lester no puede
permitirse alquilar una mula o suministros básicos, por lo que su principal
ingreso procede de la venta de sus hijas en matrimonio. A su hija Pearl, de
doce años, se la vendió a un vecino por unas colchas, algo menos de un galón de
aceite de motor y siete dólares. Jeeter vive con su mujer, Ada, que se consume
de pelagra y se pasa los días soñando despierta con comprarse un vestido bonito
con el que ser enterrada; su madre, a la que nadie habla más que lo
imprescindible; un hijo retrasado, Dude, de dieciséis años; y una hija
voluptuosa, Ellie May, de dieciocho. La única razón por la que Ellie May no se
ha casado es porque tiene un labio leporino que hace que sus encías parezcan “una
dolorosa herida sangrante”. La familia se muere de hambre. Los Lester son
pobres, pero no tienen la dignidad de los personajes de John Steinbeck o Carson
McCullers. Se comportan como animales salvajes. Los
instintos básicos parecen ser los únicos que tienen los Lester. Se roban los unos a los otros, se
pegan, intentan tener sexo entre ellos. Son violentos, estúpidos sin solución y
holgazanes hasta un grado patológico. Jeeter es tan vago que cuando se tropieza
y cae, sigue en el suelo una hora antes de molestarse en volver a ponerse de
pie.
Echados a
perder por la pobreza hasta un estado elemental de ignorancia y egoísmo, los
Lester están preocupados por su hambre y sus deseos sexuales, y temen que
llegue el día en que desciendan a un peldaño de la escalera por debajo de las
familias de negros que viven cerca de ellos.
Caldwell es uno de los padres de lo que
podría llamarse la “degenerada escuela de la ficción americana”. Entre sus descendientes se cuentan William S.
Burroughs, Harry Crews, Katherine Dunn y Barry Gifford. La novela recibió
numerosas críticas reprobatorias tras su publicación, pero después de ser
adaptada al teatro vendió diez millones de ejemplares. No es raro que los
críticos se sintieran incómodos con la historia de los Lesters, una familia de
salvajes crueles e iletrados. En los primeros años de la Gran Depresión, las
preocupaciones intelectuales de los años 20 fueron desechadas rápidamente. Los
artistas y los críticos no volvieron a quejarse de que Estados Unidos fuera un
país mecanizado, estandarizado y puritano, gobernado por Babbits, mojigatos y lerdos
hombres de negocios.
La crudeza inmisericorde de los Lester frustró a los
críticos de Caldwell. Vieron la novela como un reclamo de justicia social, a la
vez que una sátira inmoral. El camino del
tabaco es sórdido, pero jamás trágico. Los personajes de Caldwell carecen
de la dignidad de los personajes trágicos; son demasiado crueles y odiosos.
La versión teatral fue escrita por Jack
Kirkland y estrenada a finales de 1933, en el Masque Theatre de Nueva York. Un
mes más tarde, la obra se trasladó al Teatro de la Calle 48, donde acabó por
convertirse en un éxito rotundo. Estuvo en cartelera más de siete años, lo cual
se convirtió en un récord en Broadway, y tuvo más de tres mil representaciones.
En 1940, Darryl F. Zanuck y la Twentieth
Century Fox, que ya habían producido la versión de Las uvas de la ira, de Steinbeck, dirigida por John Ford, compraron
los derechos cinematográficos de la novela. Ford y el guionista Nunnally
Johnson, original de Georgia como Caldwell, intentaron preservar la comedia
caústica y la protesta social de la novela y la obra de teatro, pero el estudio
impuso su criterio respecto a los asuntos más importantes y el trágico final.
El resultado fue un burlesco sentimental del que el propio Caldwell renegó. La
película se estrenó en 1941 y gozó al comienzo de un cierto éxito, pero se la
considera una de las producciones más flojas de John Huston, un pariente pobre
su gran obra maestra Las uvas de la ira.
A.G.