País de nieve
(1937)
Yasunari
Kawabata
Shimamura
es un adinerado hombre de negocios que viaja con frecuencia viaja al País de
Nieve, donde se encuentran unas famosas fuentes termales. Con el tiempo
aprendemos que Shimamura tiene una familia en Tokio, si bien su incapacidad de
vivir una “vida de ociosidad” le lleva a emprender un largo viaje a esta zona montañosa,
recóndita y fría de Japón, con el fin de revivirse y recuperar parte de la
honestidad que siente haber perdido. Aprendemos también que Shimamura se
considera un experto en ballet europeo, aunque no haya asistido jamás a una
representación.
Durante
el trayecto en tren, en dirección al País de Nieve, Shimamura observa a una
bella mujer que cuida de un hombre enfermo que parece ser su marido. Admira su
belleza y la amabilidad y el cuidado con que se ocupa del hombre. Más tarde sabrá
que se llama Yoko. Al final de un largo túnel llega al País de Nieve, donde
está esperándole una chica llamada Komako, una geisha de la que se ha
encaprichado en un viaje anterior. La novela explora las relaciones, a lo largo
de varios años, entre Shimamura y la fiel Komako, quien no tardará en revelar
sus serios problemas con el alcohol. Yoko, por su parte, aparece constantemente
como una ayudante más que una geisha. Shimamura no tarde en interesarse por Yoko.
Seducido por ella, en especial después de saber que el hombre al que acompañaba
en el tren ha muerto, Shimamura prefiere la fantasía libre e incontrolada a lo
tangible y real. Con el tiempo aprende que las vidas de estas dos mujeres están
indefectiblemente unidas por la tragedia.
A
medida que Shimamura se familiariza con Komako, vemos que se trata de alguien
que no es capaz de entregarse libremente, lo cual hace que le sea muy difícil
amar. Shimanura tiene la libertad de darse los gustos que quiere, pero se
muestra incapaz de establecer una conexión real con Yoko, la amiga y rival de Komako.
A Shimamura le preocupa que Komako beba en exceso. La joven pasa cada vez más
tiempo en los aposentos de Shimamura, sin preocuparse por marcharse antes del
amanecer cuando se queda a pasar la noche. Komako, en realidad, no encaja en
los esquemas de las fantasías de Shimamura.
Un día, Shimamura se embarca en una excursión
por los alrededores del balneario. A su regreso al hotel encuentra el pueblo
sumido en el caos. En compañía de Komako ve una columna de chispas y marchan
juntos a la escena del desastre, un taller utilizado como una improvisada sala
de cine. Cuando llegan, Shimamura ve que se ha desatado un violento incendio en
el edificio. Yoko pide ayuda desde un balcón. Shimamura se queda paralizado y
es incapaz de reaccionar. Komako es la única que tiene la valentía de entrar en
el edificio y sacar a Yuko de las llamas. Komako se lleva a Yoko, mientras
Shimamura impotente y embriagado por la belleza del cielo nocturno, se revela
como un completo inútil, pues es incapaz de ofrecer ayuda real. Cuando intenta
ponerse en movimiento, lo echan a un lado unos hombres que arrancan a Yoko de
los brazos de Komako. Al final, no sabemos a ciencia cierta si Yoko está viva o
muerta, si bien Kawaba nos da algunas pistas que nos llevan a pensar que está
muerta.
Uno
de los elementos más significativos de la novela es el papel, tan importante
como los propios personajes, que juegan la naturaleza y el
paisaje; el terreno montañoso con sus cumbres cubiertas de nieve se convierte
en un personaje más. Kawabata relaciona la
descripción de los paisajes con los personajes de la historia. El
paisaje se utiliza para evocar el estado de ánimo de los personajes, en
especial el de Shimamura, que percibe el lugar donde se encuentra como un “mundo
distante”, del que él ahora es una parte, aunque sea él quien está distante.
Kawaba toma un paisaje rico en belleza natural
como escenario de una efímera y melancólica historia de amor. La belleza de
Komako, tal como Shimamura siente, parece haber surgido del mismo paisaje: su
cara recortada sobre el paisaje que se movía lentamente alrededor de su
silueta. Shimamura, por su parte, es descrito como un
personaje ocioso y asceta.
En
efecto, tragedia y belleza juegan un papel decisivo en la novela. Las
secuencias trágicas a menudo contienen momentos de inesperada belleza; y la
belleza a menudo tiene un reverso trágico. Por ejemplo, cuando Shimamura
escucha por primera vez la voz de Yoko, piensa que es de una belleza tal que
suena triste. Más tarde, su fascinación por Yoko lleva a Shimamura a pensar en
ella como una figura predestinada que provoca ansiedad. Al final, cuando
Shimamura ve la caída catastrófica de Yoko desde el balcón, se queda embelesado
por la “línea perfectamente horizontal” que traza su cuero, pero también siente
una “angustia indefinible”. Yoko, al menos tal como la ve Shimamura, se
convierte en una presencia fascinante e inmensamente trágica.
Kawabata
utiliza breves descripciones de la vida en el balneario al modo de un haiku,
una de las formas tradicionales de la escritura japonesa: imágenes sugestivas e
información incierta y deliberadamente oculta. Estas descripciones aparecen
salpicadas de vívidos diálogos entre Shinamura y Komako y crean una atmósfera hermosa
y emocionalmente rica que conduce al lector al interior de las misteriosas
relaciones que existían entre una geisha y su cliente en un Japón ya
desaparecido. Las visitas de Komako a la habitación de Shimamura revelan la
delicada comprensión de Kawabata de cómo descorazonador debe de haber sido para
las mujeres como ella saber que cualquier aventura que tuvieran con un cliente
está predestinada.
País de Nieve es una
obra introspectiva y meditativa, y es precisamente esto lo que la convierte en
una gran obra de arte. Aborda la complejidad de las relaciones humanas, el
aislamiento y la soledad y, lo que es aún peor, cuando dos personas intentan
conectar pero son incapaces de conseguirlo. La gran tragedia de la humanidad.
A.G.