Desgracia (1999)
J.M. Coetzee
A medias entre la novela de campus y la antipastoral, Desgracia tiene un comienzo apacible en Ciudad del Cabo. Han pasado cinco años desde que el nuevo gobierno llegó al poder. La voz narrativa pertenece a David Lurie, un profesor de 52 años de edad, dos veces divorciado, que enseña Comunicación en la Universidad Técnica de Ciudad del Cabo, más por obligación que por deseo. Su auténtico interés se centra en los poetas románticos, si bien el estudio de las lenguas ha sido abolido como parte de una racionalización a nivel nacional de los recursos educativos.
A Lurie se le permite enseñar un solo curso
sobre los poetas románticos, pero no es un buen comunicador y trabaja con
estudiantes que no son sino típicos productos de una educación sudafricana postcristiana, posthistórica y pos alfabeta, que carecen de los rudimentos
básicos del contexto y fuentes de la literatura que están estudiando. A la vez,
Lurie juega con la idea de escribir una ópera de cámara sobre el romance de
Lord Byron con la joven de diecinueve años Teresa Guiccioli, que el poeta
inició en Italia en 1819 después de haber sido condenado al ostracismo en
Inglaterra por su relación escandalosa con su medio hermana, Augusta.
Lurie comparte un cierto tipo de apetito sexual
como el de Byron, y en especial un gusto por las mujeres exóticas. Incapaz de
una relación emocional profunda, satisface este gusto con una prostituta que se
hace llamar Soraya, a la que visita cada jueves por la tarde en un apartamento
anónimo. Llega a las dos y se marcha noventa minutos después, habiendo pagado
la tarifa convenida antes de acostarse con ella.
Un sábado por la mañana ve a Soraya en la calle,
en compañía de dos niños pequeños que deben de ser sus hijos. Los tres entran
en un restaurante y se sientan junto a la ventana. Las miradas de Lurie y
Soraya se cruzan un instante. El siguiente jueves, ni Soraya ni él mencionan lo
ocurrido, pero el incidente supone que Lurie y Soraya dejarán de verse.
Una noche, algún tiempo después, Lurie invita a
una estudiante a casa a tomar un trago, luego a cenar, y más tarde le pide
“hacer algo insensato”. Y aunque cree o afirma creer que la belleza de una
mujer no le pertenece a ella sólo, al final llega un momento en el que incluso
él sabe que está mal. La guapa estudiante se llama Melanie Isaacs, una hermosa joven
de pelo oscuro que tiene veinte años. La estudiante permanece pasiva, pero no
en silencio, y es entonces cuando percibimos que la desgracia se cierne sobre
Lurie.
El novio de Melanie ha descubierto que Lurie
está acostándose con ella; el escándalo está asegurado. Melanie acusa a Lurie
de acoso. Forzado a declarar ante un comité de investigación de la Universidad,
Lurie admite su culpa, pero no pide perdón, tal como se espera que haga, y
dimite.
Después de haber pasado el alboroto de los
comités universitarios y los flashes de los reporteros, Lurie se refugia con su
hija, Lucy, en su pequeña propiedad en el campo cerca de Salem, en la “vieja
Cafrería”, en la provincia del Cabo Oriental. Lucie es una granjera que vende
su producción en un puesto del Mercado de la cercana Grahamstown y cría perros,
en lo que percibimos como un lugar de retiro donde mantenerse alejada del modo
de vida y valores de su padre. Su relación con él es problemática, pues se
trata del tipo de mujer que Lurie descartaría de inmediato por motivos físicos,
y además es lesbiana.
En este punto Desgracia se convierte en un libro más oscuro y desgarrador. El
amor de Lurie por su única hija parece ser la gracia salvadora de este hombre
desgraciado. Lucy parece feliz, aunque vive sola en la granja, donde recibe tan
sólo la ayuda de un hombre llamado Petrus, su antiguo empleado pero ahora, en
la nueva Sudáfrica, simplemente su vecino y copropietario. Lurie siente
ansiedad por la situación de su hija, allí sola, y aunque Petrus dice que todo
es peligroso hoy en día, Lurie piensa que todo irá bien.
Lurie acaba acostumbrándose a la rutina del
campo, sobre todo cuando empieza a ayudar a Bev Shaw, una amiga de Lucy, en su
clínica de cuidado de animales. Petrus, el vecino más cercano de Lucy, hace
trabajos raros para ella. Pronto habrá de convertirse en el propietario de la
tierra, de acuerdo con la nueva ley de la Nueva Sudáfrica.
En efecto, todo parece marchar bien, hasta el
día en que Petrus se marcha sin avisar. Durante su ausencia, aparecen por la
propiedad tres forasteros negros que le piden utilizar el teléfono. Una vez
dentro saquean la casa, encierran a Lurie en el baño, al que rocían de alcohol
de quemar y prenden fuego, disparan a los perros y violan a su hija. Lure logra
sofocar las llamas, pero no puede evitar que el fuego le produzca graves
quemaduras en el cuero cabelludo y una oreja. Lurie está preocupado por las
consecuencias del crimen cometido sobre su hija. Si bien piensa que puede darse
por afortunado por haber sobrevivido ataque, en vez de ser prisionero de los
negros en el coche, alejándose de allí a toda velocidad, o tirado en una cuenta
con un tiro en la cabeza. Lucy también ha tenido suerte, si consideramos el
riesgo al que está sometida: ningún sitio donde ir; demasiada gente, pero demasiadas pocas cosas.
Las heridas de Lurie se curan pronto, pero no
así las de Lucy, que cae en una profunda depresión y se niega a informar a la
policía de lo ocurrido y presentar cargos contra sus agresores. Entonces Lurie
se da cuenta de qué sus atacantes no son personas desconocidas y de que uno de
ellos incluso está relacionado con la esposa de Petrus.
Al tratar de entender a su hija, Lurie llega a
comprender una de las lecciones más difíciles de la paternidad: aprende a
aceptar la existencia absolutamente autónoma de su hija, incluso (o sobre todo)
cuando piensa que está equivocada. Lurie le insta a Lucy a que venda todo, en
la creencia de los violadores puedan volver. Pero Lucy se niega, y aunque
afirma que no puede recuperarse del shock de ser tan odiada, insiste en que
vivir con ese peligro es el precio que los blancos deben ahora pagar por su
derecho a permanecer en la tierra.
Cuando Lucy se pregunta por qué aquellos hombre
a los que jamás había visto la odiaban tanto, su padre le responde que era la
historia quien hablaba a través de ellos; una historia de maldad e injusticia.
Lucy decide no presentar cargos, creyendo que su violación, en el contexto de
Sudáfrica, no es un asunto público. Como si las demandas de los individuos
fueran necesariamente de una importancia secundaria, incluso irrelevante.
Uno de los violadores (un chico llamado Pollux)
está relacionado con Petrus y se ha convertido recientemente en miembro de su
familia. Petrus, que sospechosamente se encontraba ausente en la tarde de la
violación, se niega a hacer comentarios al respecto. Dándose cuenta de que
corre el riesgo de sufrir otro ataque, pero resistiéndose a lo que parece cada
vez más una trama urdida por Petrus y su familia para obligarla a abandonar su
tierra, Lucy no presenta cargos, considerándose que la violación quizá será el
precio que uno tiene que pagar para seguir. Con todo, Lucy tiene la sensación
de que ellos la ven como si les debiera algo, mientras ellos se ven a sí mismos
como cobradores de deudas o de impuestos.
Cuando descubre que está embarazada como
consecuencia de la violación, le entrega la propiedad a Petrus, a la vez que
accede en convertirse en su manceba a cambio de su protección. Volverá a
empezar después de haber pagado su deuda, sin armas, ni propiedad, sin derechos
ni dignidad… como un perro, concluye su padre. Sí, como un perro, replica Lucy.
Tal como suele ocurrir en la ficción de Coetzee,
los personajes de Desgracia tienen
una función metonímica o simbólica. Cuando lo conocemos al comienzo de la novela,
Lurie tiene sexo con muchachas que podrían ser sus propias hijas. Esto implica
que se trata de un padre innatural, un depredador más que un protector. Tanto
la prostituta Soraya como la estudiante Melanie son mujeres “utilizadas”. La
analogía con un cierto tipo de paternalismo colonial explotador está
establecida tan ligera y hábilmente que apenas es perceptible.
Entre los principales escritores sudafricanos,
J.M. Coetzee ha sido quizá único en su reluctancia a escribir directamente
sobre la vida bajo el apartheid. La desgracia de su país ha sido una constante
en su obra, en especial en la novela que nos ocupa, ambientada en una Sudáfrica
de una violenta época postapartheid.
Pero hay más cosas en Desgracia. Está el intento de Lurie, como especialista en poesía
romántica, de escribir una obra largo tiempo planeada sobre Byron, en la que se
encuentra adoptando la voz de la amante rechazada del poeta. Hay también una
profunda meditación acerca de las vidas y derechos de los animales; una
meditación que adopta la forma del castigo y salvación que Lurie encuentra en
el refugio de animales de Bev, ayudándola a sacrificar a perros abandonados. Y
está el intento del autor de hacernos entender, aunque no simpatizar, con la
arrogancia intelectual y deseo incorregible, y la comparación con su hija; una
hija marcada por una integridad que su padre saber que no puede reclamar para
sí mismo.
Como ocurre en otras novelas suyas, Coetzee
ofrece en Desgracia un compromiso
postmoderno con un tema colosal: el impacto, en África y en otros lugares, de
una filosofía política occidental expansionista y el proceso de la consiguiente
disolución. En su obra Coetzee tiene como objetivo cuestionarse el estatus y
las estructuras del poder colonial y postcolonial desde diferentes puntos de
vista.
Desgracia es un libro perturbador
y nada amable; una historia sutil que presenta varias capas. La obra de madurez
de un escritor que ha refinado sus obsesiones textuales para producir una prosa
exacta y efectiva, y condensado su preocupación temática con autoridad hasta
lograr una historia engañosamente sencilla de vida familiar.
A.G.