Presentación

La pintura de la voz (palabras con que el filósofo y escritor francés François-Marie Arouet, más conocido como Voltaire, calificó el arte de la escritura) nace con la pretensión de ser un lugar de intercambio de opiniones sobre literatura.
Cuando el tiempo me lo permita, iré publicando noticias interesantes del mundo literario, comentarios de libros que he leído recientemente, de mis obras favoritas, etc
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sábado, 28 de enero de 2012

Lecturas recientes: El corazón helado


El corazón helado (2007)
Almudena Grandes

He de reconocer que me cuesta empezar a escribir una crítica, una reseña, o cómo se le quiera llamar, de esta novela. Quizá el motivo principal sea que su lectura, su larga lectura de casi mil páginas y no menos de un mes, me ha dejado un sabor agridulce, y no estoy utilizando por casualidad una expresión tan manida.

Jamás habría comenzado esta novela de no haber sido por la recomendación de una amiga, filóloga y cultivada lectora, que, en un animada conversación acompañada de ricos licores y no menos suculentas tapas, no escatimó parabienes y elogios al comentar El corazón helado. Persuadido por sus dotes oratorias, me dirigí a la Biblioteca Municipal, donde me hice con un grueso ejemplar de la misma.

No voy a detenerme en el proceso lector, siempre tan personal como enriquecedor, pero sí diré que a medida que leía página tras página, iba experimentando sensaciones contrapuestas que no pueden resumirse en unas cuantas líneas y en las que por razones de espacio, y siempre con el ánimo de no aburrir al incauto internauta que se detiene unos minutos en este blog, no me extenderé demasiado.

En un primer momento, me sorprendió el torbellino de frases, sensaciones, experiencias, sentimientos que se agolpan a lo largo de las páginas de la novela, y es algo que aprecié en un primer momento. Sin embargo, con las horas de lectura, llegué a acabar francamente aburrido, hasta el punto de dudar si seguir o no, por varios motivos: en primer lugar, Almudena Grandes explota, a mi gusto excesivamente, un estilo de escritura tan propio como exagerado; al comienzo resulta atractivo, pero acaba siendo un plomo; siempre los mismos recursos literarios, las largas aposiciones, los innumerables adjetivos concatenados, etc. Por otro lado, y quizá en relación con esto mismo, lo novela me ha resultado demasiado presuntuosa; ese estilo grandilocuente y recargado, demasiado artificial a veces, no es sino el resultado, y también la causa, de las exageradas pretensiones de la novela. Su autora trata un tema serio, de eso no hay duda, pero se excede en la expresión de sentimientos, se deleita, se gusta en demasía, y uno se encuentra con largos párrafos pedantes, presuntuosos... y agotadores. Todo es excesivo, y reitero un término que soy consciente de haber utilizado ya, pero, a mi juicio, es el que mejor define esta novela.

Las historia en sí, como he dicho, tiene su interés, eso es indudable. Pero he ahí otro problema o inconveniente, a mi parecer. Yo soy el primero que está interesado en la Guerra Civil, qué os voy a contar, pero si hay algo que no soporto es el sectarismo y el maniqueísmo a la hora de tratar este asunto. Al terminar la novela, estuve charlando al respecto de ella con un compañero de trabajo que también la había leído. Ambos coincidimos en que El corazón helado podría pasar por no ser más que una de tantas novelas de temática similar surgidas durante los (omitamos el adjetivos calificativo) años del Zapaterismo. Una de esas novelas que, al igual que infames películas y series de televisión, surgieron como setas en esos (omitamos de nuevo el adjetivo) años. Yo creo que El corazón helado es bastante mejor que algunas de estas novelas, de las que incluso se han hecho versiones cinematográficas, que además de ser tan sectarias como el original, eran de baja por no decir nula calidad literaria. No voy a citar a ninguna, pero ahora mismo me vienen dos a la cabeza, de cuyo nombre no quiero acordarme.

La novela de Almudena Grandes puede exhibir, al menos, una historia coherente en la que interactúan personajes de carne y hueso, y no meros clichés, con sentimientos creíbles, pero si la analizamos en su conjunto (e incluso por partes), nos encontramos con la desagradable (no por inesperada) sorpresa de que de nuevo los malos son los de siempre y los buenos, naturalmente, también. Eso ya cansa, para qué voy a negarlo. Yo no soy historiador, ni pretendo serlo, pero creo que ya está bien de falsear la historia; ya basta de sectarismo y maniqueísmo, como mencioné más arriba. En cierto lugar leí que la novela trataba el “conflicto de las nuevas generaciones con la memoria”. ¿Perdón? ¿cómo de nuevas? Porque Almudena Grandes no vivió la guerra... qué poca gente queda en nuestro país que realmente viviera aquellos años y la primera mitad de los 40, los más duros. Es cierto que la novela podría emocionar especialmente a españoles que tuvieron que emigrar durante aquellos años, pero ¿también a sus hijos? ¿a sus hijos franceses? Yo he conocido a hijos franceses de exiliados y a la mayoría no les suena ni el Jarama, ni Brunete... ni Paracuellos. ¿Hay hoy todavía algún conflicto con la memoria, sobre todo en las nuevas generaciones?

Por lo demás, resultan muy atractivos algunos personajes de la novela: Álvaro (el marido adúltero, científico y enamoradizo), Raquel (la vengativa y fría, aunque al final no tanto, femme fatale), Julio Carrión (el padrino, con sus matices, su pragmatismo y su mala leche)... y toda la pléyade de personajes mayores y menores que merodean por la historia.

En definitiva, no desanimaría a nadie que tuviera la intención de leer esta novela: tiene sus cosas buenas y sus cosas no tan buenas. Como literatura es aceptable, a mi juicio, aunque cojea por varias de sus patas; vamos, que se le ve el plumero; considero muy desacertadas algunas de las dedicatorias a personajes (sin adjetivo) históricos, añadidas al final. Creo que sobran.

Con todo, yo le daría un aprobado a la novela, por supuesto; resultan incuestionables la intensa labor de investigación y el trabajo duro de su autora. Y sólo por eso se merece que no la arrojemos a la hoguera como se habría hecho en la Alemania Nazi.

A.G.

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