Sangre Sabia (1952)
Flannery O’Connor
Hazel Motes es un hombre atrapado en una lucha sin final contra su destino innato y desesperado y contra un mundo que no lo considera más que un cínico demente; un “predicador sin Dios” que reniega de sus creencias cristianas y toma medidas desesperadas para demostrar su desengaño. Sus acciones incoherentes suscitan en los demás incertidumbre y desasosiego. No puede ser otra la reacción que provoca su decisión inopinada –tras una peregrinación religiosa accidentada y fútil– de quemarse los ojos con cal viva para poder mirar mejor en su interior. O’Connor recupera, de este modo, el concepto de ceguera como castigo o bendición de los dioses, acuñado por las religiones antiguas; el tránsito voluntario de la luz a las sombras. Frente a Hazel Motes, que se ha visto obligado a elegir la oscuridad como última tabla de salvación, no hay más que seres humanos que no creen en nada, convencidos de que así les va mucho mejor.
Sangre sabia es un cuento de redención, retribución, profetas falsos, ceguera, sabiduría y violencia, que nos recuerda a algunas novelas de William Faulkner, como El ruido y la furia o Santuario, que hemos comentado en este blog. Es una historia que nos hace sentir pavor y conmoción, que agita nuestra conciencia. No resulta fácil sustraerse a las vidas de sus personajes.
La novela también hace un uso especial de lo grotesco, circunstancia que quizá derive de la propia experiencia de O’Connor, quien sufrió una larga y dolorosa enfermedad degenerativa. Sin embargo, su escritura está determinada, más que por su delicada salud, por la educación religiosa que recibió. No en vano, uno de los elementos –quizá el primordial– que sostiene toda la estructura de la novela sea la gracia, un concepto inequívocamente cristiano. Si la literatura no nos salva, pues lo terrible está fuera de la ficción, tampoco la gracia interviene en el proceso narrativo. Flannery O’Connor obliga a sus personajes a vagar sin paz ni descanso por esos parajes desolados de Estados Unidos, inabarcables y alienantes. Les niega la posibilidad de arrepentirse y los colma de horrores y desgracias. El lector, mientras tanto, ha de consolarse con la falsa tranquilidad que le da pensar que no es como ellos.
A.G.
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