Presentación

La pintura de la voz (palabras con que el filósofo y escritor francés François-Marie Arouet, más conocido como Voltaire, calificó el arte de la escritura) nace con la pretensión de ser un lugar de intercambio de opiniones sobre literatura.
Cuando el tiempo me lo permita, iré publicando noticias interesantes del mundo literario, comentarios de libros que he leído recientemente, de mis obras favoritas, etc
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miércoles, 27 de mayo de 2015

Lecturas recientes: Mujeres


Mujeres (1978)
Charles Bukowski

La tercera novela de Bukowski cuenta la vida de Henry Chinaski, el alter ego del autor, en sus tres diferentes facetas de poeta, amante y borracho.

Chinaski tiene ya más de cincuenta años y ha publicado cerca de veinticinco libros, lo cual le permite recibir una renta suficiente para pagar su alquiler en East Hollywood. Aunque come y bebe buen vino, Chinaski sigue luchando por conseguir una mayor fama literaria. Vuela de un extremo al otro de Estados Unidos haciendo lecturas sui géneris de su poesía. En este sentido, se retrata como alguien comprometido con la escritura. Odia a otros escritores y asiste a lecturas de libros tan sólo porque le ayudan a pagar las facturas.

Entre charla y charla, Chinaski se lleva a la cama a jóvenes lectoras sin atarse a ninguna de ellas. Chinaski no está interesado en las relaciones a largo plazo que supongan una obligación y responsabilidad personales. Tiene una visión cínica del amor y ve las relaciones principalmente en términos de lujuria.

El relato de los encuentros con las numerosas, e intercambiables, seguidoras se convierte en un asunto ciertamente repetitivo, aunque en absoluto predecible. Cualquier idiota puede emborracharse, irse a la cama con mujeres y escribir poesía en verso libre, pero hace falta tener un talento especial como Bukowski para escribir al respecto con credibilidad y sentido del humor. En efecto, Bukowski se muestra ingenioso y variado en sus numerosas descripciones de los actos de amor. A menudo describe éstos como una manera de “asesinar” a su pareja. Como algo violento, una actividad animal.

Por todo ello, Bukowski se revela como un modelo vergonzoso para cualquiera que aspire a convertirse en escritor, pero escribe con un candor y convicción extraordinarios. Bien es cierto que los incidentes que relata Chinaski son fascinantes en sí mismos. Sin embargo, lo que eleva su prosa a un nivel superior, lo que convierte su libro en una gran novela, es el modo en que es capaz de destilar en unas pocas frases –entre trago y trago, masturbaciones y polvos– su particular visión de la vida.

Chinaski ha realizado una ardua investigación para este libro. Al principio ansiaba tener encuentros con prostitutas, pero desde que ha conseguido que se conceda un creciente interés en su escritura, ha desarrollado una mayor atención a las mujeres más sensibles y cariñosas. De hecho, en cierto momento Chinaski reflexiona acerca de por qué todas las mujeres lo abandonan. Con todo, en contra de su aparente deseo, Chinaski parece estar gobernado por su “tercera pierna”.

Chinaski se pinta a sí mismo como un ser solitario sin dios ni política. Después de maltratar docenas de mujeres mayoritariamente jóvenes e inocentes, Chinaski sorprendentemente se ve a sí mismo como un fornicador egoísta y consentido, y se llora patéticamente a sí mismo cerca del final de la novela. Este cambio repentino no está preparado adecuadamente y no suena real. Cualquiera que diga que Bukowski es un cerdo sexista y machista podría tener razón, pero no podemos decir que eso sea todo lo que es. Habrá quien piense que Chinaski es un buen tío y quien pensará todo lo contrario. Lo que sí es cierto es que es un tipo real.

La escritura parece sencilla en manos de Bukowski, gracias a la especial habilidad que ha adquirido con la escritura de miles de poemas y relatos cortos. No en vano, Mujeres puede considerarse, más que como una novela, una serie de anécdotas enlazadas entre sí por la mujer que Chinaski/Bukowski se pasó toda su vida “investigando”.

A.G.

viernes, 22 de mayo de 2015

Lecturas recientes: Dientes blancos


Dientes blancos

Zadie Smith (2000)

Ésta es la crónica de dos familias que elaboran, mediante diferentes retales culturales, voces, tonos y texturas, un cuadro vívido del Londres de finales del siglo XX. Zadie Smith desarrolla en su primera novela una astuta investigación acerca de la raza y la identidad, y satiriza con ternura los antagonismos religiosos y la confusión cultural.

La novela se inicia con la historia del inglés Archie Jones y su amistad accidental con Samad Iqbal, un musulmán bengalí de Bangladesh. Los dos hombres se conocieron en 1945, cuando ambos pertenecían a la tripulación de un tanque británico que se movía pesadamente a lo largo de la Europa de los días finales de la Segunda Guerra Mundial. A partir de este momento, seguimos la vida y milagros de los dos hombres durante tres décadas. Archie es un tipo gris pero decente condenado al fracaso, lo cual incluye su propio intento de suicidio. La mañana de Año Nuevo de 1975, Archie intenta asfixiarse con el humo de su coche, pero un vecino sospecha de lo que ocurre y lo salva en lo que a todas luces se nos revela como una escena que tiene más de comedia que de tragedia. Samad, a pesar de parecerse a Omar Sharif, no es más que un camarero explotado en un restaurante indio del West End, y obsesionado por la historia de su tatarabuelo, Mangal Panda, quien presuntamente disparó, y falló, el primer tiro del motín indio de 1857.

A mediados de los 1970, Archie volvió a casarse, esta vez con una gigantona jamaicana a la que doble en edad, llamada Clara. Tuvieron una hija, Irie, que se convertirá en el centro de la narración. Samad, por su parte, optó por el matrimonio arreglado con una bengalí, la fogosa Alsana, y tuvo dos hijos, Magid y Millat.

Ambas familias, los Jones y los Iqbal, viven en el animado suburbio de Willesden, en el noroeste de Londres, un “melting pot” de razas y colores. Archie aboga por la convivencia pacífica entre miembros de diferentes culturas, mientras Samad valora la diferencia y ansía el debate. Encontramos, así, una abierta yuxtaposición entre la moralidad bíblica y los detalles mundanos de lo doméstico, que está relacionada en gran medida con la brecha entre expectación y realidad. Vemos un claro ejemplo de ello en los hijos de Samad, los primeros descendientes del gran “experimento trasoceánico”. Samad exige demasiado a sus gemelos, y paga por ello un precio calamitoso. Envía a Magid a casa para ser educado, pero éste regresa ocho años después con un acento inglés pukka y un sereno ateísmo. Millat, por su parte, parece haberse convertido en un integrista.

Por si no tuviéramos suficiente con estas dos familias, Zadie Smith introduce una tercera, los Chalfen, orgullosos representantes de la modernidad liberal del norte de Londres. Marcus Chalfen es un profesor universitario y curioso científico que anda embarcado un controvertido experimento sobre la genética de los roedores. Joyce, su mujer, es una esforzada horticultura que no duda en decirles a Irie y Millat que le resultan muy exóticos, y que a la pregunta de dónde proceden originalmente, se encuentra inexorablemente con la respuesta “merecida”.

La irrupción de los Chalfen marca un punto de inflexión en la novela, cuyo desenlace habréis de descubrir vosotros mismos.

A pesar de sus tensiones, creo que Dientes blancos es una novela luminosa. Su mezcla de voces y puntos de vista enfrentados, su retrato de una sociedad que lucha para conseguir una grado aceptable de comodidad, tolerancia, e incluso compañerismo la convierten en una novela admirable y reveladora.

A.G.