Mujeres (1978)
Charles Bukowski
La tercera novela de Bukowski cuenta la vida de Henry Chinaski, el
alter ego del autor, en sus tres diferentes facetas de poeta, amante y
borracho.
Chinaski tiene ya más de cincuenta años y ha publicado cerca de
veinticinco libros, lo cual le permite recibir una renta suficiente para pagar
su alquiler en East Hollywood. Aunque come y bebe buen vino, Chinaski sigue
luchando por conseguir una mayor fama literaria. Vuela de un extremo al otro de
Estados Unidos haciendo lecturas sui géneris de su poesía. En este sentido, se retrata como
alguien comprometido con la escritura. Odia a otros escritores y asiste a
lecturas de libros tan sólo porque le ayudan a pagar las facturas.
Entre charla y charla, Chinaski se lleva a la cama a jóvenes lectoras sin
atarse
a ninguna de ellas. Chinaski no está interesado en las relaciones a largo plazo
que supongan una obligación y responsabilidad personales. Tiene una visión
cínica del amor y ve las relaciones principalmente en términos de lujuria.
El relato de los encuentros con las numerosas, e intercambiables,
seguidoras se convierte en un asunto ciertamente repetitivo, aunque en absoluto
predecible. Cualquier idiota puede emborracharse, irse a la cama con mujeres y
escribir poesía en verso libre, pero hace falta tener un talento especial como
Bukowski para escribir al respecto con credibilidad y sentido del humor. En
efecto, Bukowski
se muestra ingenioso y variado en sus numerosas descripciones de los actos de
amor. A menudo describe éstos como una manera de “asesinar” a su pareja. Como
algo violento, una actividad animal.
Por todo ello, Bukowski se revela como un modelo vergonzoso para
cualquiera que aspire a convertirse en escritor, pero escribe con un candor y
convicción extraordinarios. Bien es cierto que los incidentes que relata
Chinaski son fascinantes en sí mismos. Sin embargo, lo que eleva su prosa a un
nivel superior, lo que convierte su libro en una gran novela, es el modo en que
es capaz de destilar en unas pocas frases –entre trago y trago, masturbaciones
y polvos– su particular visión de la vida.
Chinaski ha realizado una ardua
investigación para este libro. Al principio ansiaba tener encuentros con
prostitutas, pero desde que ha conseguido que se conceda un creciente interés
en su escritura, ha desarrollado una mayor atención a las mujeres más sensibles
y cariñosas. De hecho, en cierto momento Chinaski reflexiona acerca de por qué
todas las mujeres lo abandonan. Con todo, en contra de su aparente deseo,
Chinaski parece estar gobernado por su “tercera pierna”.
Chinaski se pinta a sí mismo como un ser
solitario sin dios ni política. Después de maltratar docenas de mujeres
mayoritariamente jóvenes e inocentes, Chinaski sorprendentemente se ve a sí
mismo como un fornicador egoísta y consentido, y se llora patéticamente a sí
mismo cerca del final de la novela. Este cambio repentino no está preparado
adecuadamente y no suena real. Cualquiera que diga que Bukowski es un cerdo
sexista y machista podría tener razón, pero no podemos decir que eso sea todo
lo que es. Habrá quien piense que Chinaski es un buen tío y quien pensará todo
lo contrario. Lo que sí es cierto es que es un tipo real.
La escritura parece sencilla en manos de
Bukowski, gracias a la especial habilidad que ha adquirido con la escritura de
miles de poemas y relatos cortos. No en vano, Mujeres puede considerarse, más que como una novela, una serie de
anécdotas enlazadas entre sí por la mujer que Chinaski/Bukowski se pasó toda su
vida “investigando”.
A.G.