La
España visigoda (2005)
Roger
Collins
La
obra que nos ocupa presenta una síntesis de las últimas investigaciones sobre
el reino visigodo. Se divide en dos grandes apartados. Uno primero en el que
describe el panorama histórico-político general del período visigodo, y un
segundo que abarca temas de sociedad y cultura tales como la iglesia visigoda,
legalidad e identidad goda y un interesante apartado en el que se desglosan las
aportaciones más interesantes de la arqueología.
El
detallado estudio de Collins nos ayuda a comprender la importancia de los
visigodos para la formación de la España moderna, puesto que durante su
gobierno se “unificó”, no sin matices, la nación española; aquel conglomerado
de hispanorromanos y bárbaros de diversa procedencia. La aparición en escena de
los visigodos aparece perfectamente retratada. En el año 409 una frágil
confederación de pueblos bárbaros, compuesta por suevos, vándalos y alanos,
penetró en Hispania, poniendo en riesgo el gobierno imperial de la provincia
romana. Con el fin de recuperar el control, Roma convocó a las fuerzas
visigodas, que ya vivían pacíficamente dentro del Imperio, para hacer frente a
la confederación bárbara que campaba a sus anchas por la Península Ibérica.
Poco
se sabe acerca de quiénes fueron realmente los visigodos. Hasta hace unos años
existía un precario consenso acerca de su procedencia, Escandinavia, y su
descenso a través de Europa hasta su establecimiento en España y posterior
disgregación de los ostrogodos, que se asentarían en Italia. Sin embargo, la
línea de investigación actual, sostenida por el propio Collins, afirma que la
tal división de visigodos y ostrogodos jamás existió. Son más las
incertidumbres que las respuestas a la cuestión del origen del pueblo visigodo.
Los nuevos hallazgos apuntan a un origen balcánico de los godos y una
conciencia de identidad como pueblo que se remonta a finales del siglo IV.
Resulta también impreciso el tamaño de la confederación visigoda que se asentó
en Hispania. Collins rebaja la inicial cifra de 100.000 personas a un número no
superior a 30.000, contando el ejército y las familias que lo acompañaban.
Un
asunto al que sí responde de forma satisfactoria Roger Collins es el motivo por
el cual el Imperio Romano utilizó cada vez con más frecuencia al ejército
visigodo. Éste no fue otro sino las amenazas externas e internas. El vacío
generado por la caída de los jefes militares romanos y por la licencia de
tropas fue ocupado por los ejércitos mercenarios de los bárbaros.
La
confederación visigoda, a pesar de ocupar buena parte de la Península Ibérica,
constituía un reino fracturado y de enorme debilidad. No en vano, ya en 507 los
godos fueron derrotados en la batalla de Vouillé por los francos. La derrota en
las guerras suponía un fracaso absoluto, pues eran precisamente éstas y sus
botines quienes permitían sostener su estructura político-económica y
posibilitaba que las grandes familias de la élite emularan a sus antepasados.
En este sentido, Collins hace hincapié en la importancia del tesoro real, al
tratarse no sólo de un factor económico, sino de una especie de catalizador que
mantenía al pueblo unido a través de la historia y la tradición. La mencionada
élite goda, según sostiene Collins, tuvo más propensión de la que se pensaba
anteriormente a unirse a los pueblos romanos, en especial a la nobleza
regional.
Un
asunto de especial relevancia en la obra es el de la conversión del pueblo
visigodo al cristianismo, tras sus breves coqueteos con la herejía arriana. Fue
Recaredo quien resolvió la división político-religiosa con su conversión
personal, en lo que fue percibido como un acto simbólico que aceleraría la
solución a este a asunto. El III Concilio de Toledo (589) supuso la eliminación
del arrianismo del reino visigodo. En este sentido, los concilios eclesiásticos
entre obispos, nobles y poderosos de la corte fueron de vital importancia,
puesto que cumplieron el doble objetivo de restringir la autoridad real y
forzar la caída de numerosos monarcas.
Fue
el visigodo un periodo caracterizado por luchas intestinas entre clanes,
traiciones y duras pugnas entre los nobles. El reino visigodo fue perdiendo
vigor, a la vez que crecía la influencia del Islam. Tomando como base la
datación de monedas de este periodo, Collins determina la existencia de enfrentamientos
internos entre los miembros de élite visigoda durante la invasión musulmana.
Las fuentes discrepan, como en muchos otros casos, en este asunto. La mera
suposición lleva a Collins a concluir que Witiza fue derrocado en el año 711 por
un golpe de estado dirigido por Rodrigo con el apoyo de miembros de la élite.
Las luchas intestinas de los visigodos permitieron que lo que no habría pasado
de ser simples incursiones islámicas en la Península, pasara a convertirse en
una campaña en toda regla de conquista total de un territorio donde no
encontraron apenas resistencia.
Collins
dedica un apartado a resaltar algunas de las figuras más importantes del Reino: Leandro e Isidoro de Sevilla, Julián e Ildefonso de Toledo y Fructuoso de
Braga, entre otros. La producción de estos hombres incluye obras de historia,
teología, estudios sobre la Biblia, poesía, reglas monásticas y vidas de
santos. Hasta entonces, Hispania era muy pobre en lo intelectual, pero gracias
al legado africano en forma de libros, monjes e intelectuales, se puso en
marcha el despertar intelectual de la iglesia católica en Hispania.
Otro
apartado interesante es el dedicado a la arqueología visigoda, en especial
cementerios e iglesias. Es en este punto donde más han llamado mi atención las
afirmaciones de Collins, quien cuestiona los estudios arqueológicos anteriores
a los ochenta y afirma que los escasos hallazgos arqueológicos llevan a
cuestionarse gran parte de las conclusiones expuestas al respecto antes de esta
fecha. Collins duda incluso de la existencia de una arquitectura propiamente
visigoda, puesto que las dataciones de las que se consideraba iglesias
propiamente visigodas están basadas más en criterios puramente
artístico-decorativos que en arquitectónicos. A este hecho que hay añadir la
ausencia de excavaciones sistemáticas o de informes rigurosos de las mismas. Este
capítulo presta también un interés especial a las villas tardorromanas, de las
que se han encontrado muy pocas. La conclusión de Collins es que éstas fueron
abandonadas por sus habitantes como lugar de residencia a fines del 400, para
asentarse en pequeños poblados que comenzaron a surgir a finales del siglo V. Por
lo que respecta a los emplazamientos urbanos, Collins afirma que debían de ser
miserables y sórdidos. Los abandonados edificios públicos de las ciudades
romanas proporcionaron materiales de calidad para la construcción de edificios
principalmente eclesiásticos. Las grandes casas también fueron abandonadas o
divididas y convertidas en granjas urbanas.
En
un capítulo posterior, Collins aborda lo que él denomina “Legislación e
identidad étnica”. Respecto al asunto legislativo, Collins niega la teoría que
afirmaba que los códigos surgidos en el reino visigodo no tenían otra función
que la simbólica, y concluye que el Libro de los jueces fue algo más que eso.
De hecho, está considerado como la más amplia de todas las recopilaciones de
leyes promulgadas por gobernantes que no eran romanos. Este código sí tenía una
función práctica, pues contenía instrucciones sobre procedimientos para crear
normativas legales. Collins rastrea, a continuación, los códigos visigodos que
pudieron ser antecedentes directos del Libro de los jueces: el Código de
Eurico, el Breviario de Alarico y el Código de Leovigildo.
Finalmente
el autor se pregunta por qué Hispania nunca llegó a ser Gotia. La realidad es
que con el Libro de los jueces se marcó el final de cualquier forma específica
de ciudadanía romana en el reino visigodo, si es que esta ciudadanía existía
aún. Los hispano-romanos se convirtieron en godos. Aunque Isidoro de Sevilla
habla en el IV Concilio de Toledo (633) de pueblo y patria, y en el VII
Concilio de Toledo (646) ya se habla de gens et patria Gothorum, Collins no
puede responder a la pregunta inicial puesto que la escasez de testimonios desde
la conquista impide conocer al grado de construcción de esa nueva entidad
gótica.
Tal
como ya hemos afirmado, Collins rompe con propuestas que parecían ya consolidadas.
Sus juicios e interpretaciones plantean, en realidad, más dudas e
incertidumbres que certezas. Si hay algo de lo que podemos estar seguros es de
lo mucho que queda aún por estudiar si se quiere alcanzar una reconstrucción
fidedigna del periodo visigodo.
Roger
Collins es un reconocido historiador, profesor emérito de Historia Medieval de
la Universidad de Edimburgo. Ha publicado un gran número de trabajos
relacionados con la historia de España, que abarcan desde la Antigüedad tardía
y la temprana Edad Media, hasta el siglo XI.
A.G.