Presentación

La pintura de la voz (palabras con que el filósofo y escritor francés François-Marie Arouet, más conocido como Voltaire, calificó el arte de la escritura) nace con la pretensión de ser un lugar de intercambio de opiniones sobre literatura.
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miércoles, 5 de abril de 2017

Lecturas recientes: Tigre blanco


Tigre blanco (2008)
Aravind Adiga

Nos encontramos ante la historia de Balram Halwai, quien ha decidido contarle la verdad acerca de la India a Wen Jiabao, el Primer Ministro de China, antes de su próxima visita de estado al país. Su narrativa triunfal, configurada de un modo algo inexplicable mediante una serie de cartas, se despliega a lo largo de siete días y siete noches en Bangalore. En ellas Balram no sólo cuenta su historia, sino que critica con virulencia su país, sirviéndose del humor negro y de un lenguaje crudo y simple.

Se trata, no obstante, de una historia mucho más complicada de lo que puede pensarse inicialmente. Balram es hijo de un tirador de rickshaw que vive en un pequeño pueblo de la India. La miseria en que vive su familia le resulta tan repulsiva que decide buscarse un porvenir alejado de ellos. Por eso está siempre alerta a las oportunidades que puedan aliviar su pobreza. Aprende a conducir y consigue un trabajo como chófer del señor de su pueblo. La suerte le acompaña cuando le piden que acompañe a Ashok, el hijo de su señor, a Delhi como su chófer personal. En Delhi, Balram aprende los modos y maneras de la sociedad urbana: un buen observador aprende rápido, afirma, y así Balram se da cuenta muy pronto de que un poco de indecencia puede reportar el suficiente dinero para asegurarse un futuro próspero.

Balram no tarda en descubrir que el señor al que sirve es un hombre de voluntad débil. Ashok, moderno y liberal, expresa constantemente su sentimiento de culpa por la forma en que trata a Balram, pero sus buenas palabras no llegan nunca a ser más que eso, palabras.

Resuelto a hacer cualquier cosa para conseguir dar un giro a su vida, Balram encuentra la oportunidad perfecta un día lluvioso, mientras lleva en el coche a su jefe. Balram le machacael cráneo a Ashok y le roba una bolsa que contiene una gran cantidad de dinero –el importe de una mordida rutinaria–, con el que financia su negocio de taxis en Bangalore. Un negocio que, como tantos otros, depende de tener contenta a la policía con sobornos periódicos; las mismas que hacía su jefe a los ministerios del gobierno. Años más tarde, Balram disfruta de una carrera exitosa y está considerado como un miembro influyente de los círculos de poder de Bangalore.

En definitiva, Balram se jacta de ser un emprendedor moderno; un hombre hecho a sí mismo que ha surgido a las espaldas de la elogiada industria tecnológica de la India. En una nación que se desprende con orgullo de una historia de pobreza y subdesarrollo, Balram afirma representar “el mañana”.  En este sentido, podría parecer el prototipo de héroe indio moderno en un país embriagado por su potencial económico recién descubierto. No obstante, si hay algo cierto es que Balram es un asesino ciertamente satírico y un manifiesto antihéroe.

A modo de parábola de la nueva India, la historia de Balram presenta, pues, un giro macabro. No sólo es un empresario, sino un pícaro criminal con una notable capacidad de autojustificación. Asimismo, el escenario en el que opera no es sólo una nación y una economía emergentes, sino un paisaje de corrupción, desigualdad y pobreza. De hecho, en algunos pasajes Balram describe la vida de su familia en la “Oscuridad”, una región caracterizada por la penuria que está dominada por los señores, y donde se saca a los niños de la escuela para engrosar las filas de la servidumbre y las elecciones se compran y se venden de forma rutinaria. Este mundo sombrío tiene poco que ver con las brillantes imágenes de las estrellas de Bollywood y los empresarios de la industria tecnológica que se han encargado de sustituir los clásicos estereotipos indios.

Mediante una prosa desnuda y alejada del sentimentalismo, Adiga despoja su nación de su brillo autocomplaciente y revela, en cambio, un país en el que la compacta sociedad india parece resquebrajarse y mostrar un punto de ruptura. Balram incluso justifica el asesinato de su jefe como un acto de enfrentamiento de clases.

La obra trae a primer plano las desigualdades que persisten en la nueva prosperidad de la India. Adiga no pierde la oportunidad de recordar a sus lectores la crueldad de su país. En este sentido, los personajes parecen también ser superficiales. El jefe de Balram y su mujer son meras caricaturas de la insensible clase alta, cruel y distante de sus empleados. Aunque el personaje de Balram es más interesante, su credulidad e inocencia resultan a veces difíciles de creer. Por eso quizá se pueda llegar a la conclusión de que los personajes de la novela quedan reducidos a meros símbolos. Existe una ausencia de complejidad humana, no sólo en sus personajes sino, lo que es más problemático, en su retrato de una nación que en realidad se encuentra atrapada entre la visión de Adiga y la visión más brillante que tan clara y apropiadamente ridiculiza. Al carecer de una perspectiva más equilibrada –quizá ésta no sea más que la visión de un outsider ciertamente superficial– la novela resulta algo simple, puesto que se revela como un retrato incompleto de una nación y un pueblo en plena lucha con las ambigüedades de la modernidad.

La novela se revela como una parábola de la cambiante sociedad india. A muchos escritores como Adiga, vivan en la India o en el extranjero, parece habérseles caído las vendas de los ojos y han venido a presentar a la India como un lugar de injusticia brutal y sórdida corrupción. Un lugar en el que los pobres están siempre desposeídos y victimizados por sus enemigos sempiternos: los ricos.

Sin embargo, llama la atención que Adiga olvide en su narración la presencia de una incipiente clase media, nacida al albur del progreso económico. Él empieza en la “Oscuridad” rural, un mundo de señores y criados, sin ni siquiera un nombre; su familia lo llama simplemente “Munna” o “chico”. En día que Balram se topa con la fortuna de conducir el coche de un rico de Nueva Delhi, cree haber entrado en el mundo de la “Luz”, pero no es así, pues en ese mundo la oscuridad moral no hace sino crecer cada vez más. Entra, así, en un mundo de amos y siervos. Según su percepción, el secreto de la India es el modo en que su extrema desigualdad queda estabilizada por sus fuertes estructuras familiares. Nunca antes en la historia de la humanidad, afirma Balram, tan pocos han debido tanto a tantos. Sólo se puede avanzar mediante el clientelismo y la corrupción, o gracias al método de Balram: salirse del “corral” de la moral convencional. Por eso, debe también contarle al Primer Ministro chino cómo él mismo se convirtió en un big belly. Cansado de su vida de servidumbre, decide realizar una acción violenta que le asegure un lugar entre los ricos de Delhi. Sin embargo, Balram parece sufrir bien poco por su falta. El protagonista justifica su rabia como una reacción a la avaricia de la élite india, que se esfuerza por perpetuar un sistema en el que muchos son sacrificados en beneficio de unos pocos.

Novela fresca, divertida y diferente que gustará a aquellos que deseen saber acerca de la India actual, si bien la ofrece menos de lo que podría haber conseguido. Quizá exagere la fealdad, y en este sentido podemos afirmar que la historia que nos cuenta Adiga es algo sensacionalista y no muy plausible. Creo que es posible que exista esperanza en la Oscuridad que vemos retratada en Tigre blanco. Nunca he estado en la India, pero tal como cuentan los extranjeros que con ojo crítico han hablado de su experiencia en este país de contrastes, un futuro mejor es posible, a pesar de todo lo que aún queda por hacer en materia social, cultural y económica en los pueblos indios. Hay maestros de los que los niños pueden aprender y médicos que ayudan a los pobres, y se puede albergarse, por tanto, la esperanza de un futuro mejor.

A.G.

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