Estambul, ciudad y recuerdos (2003)
Ohran Pamuk
Hermosa postal de la capital turca, de su historia, su cultura, su gente… sus calles, sus ruinas, el Bósforo y el Cuerno de Oro… su antiguo esplendor y su amargura (que parece ser quien gobierna la ciudad) a través del sentido relato de la propia vida del autor hasta los veinte años, en que abandona los estudios de arquitectura para dedicarse a escribir: su infancia (vivida sobre todo en interiores), su adolescencia (en la que comienza su vida de solitario caminante por las calles entonces vacías de Estambul), los años de la universidad y su primer amor (un capítulo espléndido este último, por cierto); todo ello envuelto en un halo de melancolía y nostalgia.
Ohran Pamuk cuenta la historia de la ciudad antigua, su lugar de nacimiento, desde una perspectiva personal, sirviéndose de dos de sus pasiones: la pintura y la fotografía, esto es, mediante la utilización de un lenguaje enormemente plástico; sencillo, pero evocador. Está visión queda potenciada por las fotografías que se intercalan en el texto: imágines de la familia del autor y del desaparecido Estambul en blanco y negro de su infancia.
Al mismo tiempo, Pamuk analiza cómo vieron Estambul los escritores y artistas extranjeros, principalmente franceses, que la visitaron, en especial durante el siglo XIX, y que fueron quienes forjaron la imagen de la ciudad: Gautier, Flaubert o Nerval. Frente a esta interpretación que podríamos llamar exótica, Pamuk presenta la visión, básicamente nacionalista, que trataron de ofrecer autores locales, entre los que destaca con luz propia Resat Ekrem Koçu, el autor de la fascinante e inacabada Enciclopedia de Estambul.
Pero Estambul es también una evocación de recuerdos y retratos familiares, fascinantes y seductores: su padre, un extraño fracasado que vive una vida paralela con su amante y abandonaba el hogar familiar; su madre, una combinación de ingenua credulidad y el máximo pragmatismo; o su hermano mayor, con quien le une una relación muy especial de amor y odio... de rivalidad. A la vez, Pamuk analiza con sorprendente lucidez sus propias obsesiones: el sexo, la soledad o la imaginaria “vida criminal”.
Se trata, sin lugar a dudas, de un libro delicioso, de una bella estampa de Estambul elaborada sin el más mínimo artificio ni pretenciosidad; de la ciudad que fue, henchida de amargura, sugerente y evocadora, que despierta el deseo espontáneo del lector de coger las maletas para volar a la antigua capital otomana y sumergirse en sus calles, visitar sus mezquitas o contar los barcos del Bósforo, como solía hacer, entre tantos otros, el propio Ohran Pamuk. En definitiva, una obra redonda, emotiva y vibrante, propia de un escritor de la talla del Nobel turco, uno de los más grandes de nuestros días.
A.G.
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