Presentación

La pintura de la voz (palabras con que el filósofo y escritor francés François-Marie Arouet, más conocido como Voltaire, calificó el arte de la escritura) nace con la pretensión de ser un lugar de intercambio de opiniones sobre literatura.
Cuando el tiempo me lo permita, iré publicando noticias interesantes del mundo literario, comentarios de libros que he leído recientemente, de mis obras favoritas, etc
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sábado, 28 de marzo de 2009

Mis novelas favoritas: El ruido y la furia


El ruido y la furia (1929)
William Faulkner


Aunque ya hayan pasado casi dos semanas desde que terminé con ella, sigo paladeando el poso que deja la lectura de esta enorme novela, una de las mejores, sin duda, de la literatura mundial. Pero vayamos por partes. En primer lugar, es de sobra conocido que William Faulkner se inspiró para su escritura en un verso de Macbeth (acto 5, escena 5), que describe la vida como una historia contada por un idiota, lo cual no es sino una síntesis perfecta de la novela.

En efecto, El ruido y la furia narra la decadencia (el cruel, duro e imparable proceso de putrefacción moral y social) y destrucción final de la familia Compton, un viejo linaje del tradicionalista sur de Estados Unidos, antaño poderoso. La novela retrata todo un mundo de odios, incestos, envidias, rencores y amores, comprimidos en la atmósfera asfixiante de un pueblo sureño y su casa grande familiar. Esta decadencia no es sino el reflejo de la propia de la corrosión de la moral tradicional, que es paulatinamente reemplazada por el desamparo de la modernidad, en el que sobreviven a duras penas un hermano suicida, una hermana desaparecida, un hermano idiota y otro solterón, violento y avaricioso. Todos hijos de un padre alcohólico y una madre histérica e hipocondríaca.

En este sentido, son precisamente los personajes más trágico, Caddy o Quentin (de quienes hablaremos más adelante), quienes podrían sobrevivir en esa sociedad tradicional cuyos valores rechazan en realidad. Sin embargo, es Jason, un ser implacable, aunque pragmático, competentemente pragmático, quien mantiene el status quo de permanente y languidescente declive, como es el final de la novela.

La novela está dividida en cuatro partes, cada una de las cuales discurre en un día determinado y es contada por un narrador distinto.

Parte 1: 7 de abril de 1928, narrada por por Benjamín Compson (Benjy), el menor de los hermanos Compson y fuente de vergüenza para la familia debido a su autismo y retraso mental. Se trata, por tanto, de una voz aparentemente caótica en lo que se refiere al tiempo, al orden de los acontecimientos. Su voz narrativa se caracteriza, por tanto, por una inhabilidad por entender la cronología y las leyes de causalidad de los eventos, lo cual convierte su narración en un reto para los lectores, que suelen tener problemas para entender esta sección de la novela: su lenguaje impresionista y sus frecuentes desplazamientos de tiempo y espacio. Sin embargo, Benjy proporciona una mirada interna a las verdaderas motivaciones de varios personajes, que es especialmente consciente de los sentimientos. En este sentido, es un ser dependiente de los olores, los colores: del fuego, de la hierba…, de las voces de las gentes que le rodean, gentes a quien ama; son impulsos primarios. Y a través de sus llantos, sus expresiones inconexas, sus visiones de una realidad que nos transmite cuarteada y difusa, pero tierna e inocente, se nos da con todo su primitivo patetismo. Los únicos personajes que muestran un genuino interés por él son su hermana Caddy y Dilsey, la matriarca de la servidumbre .

Parte 2: 2 de junio de 1910, narrada por Quentin, el más inteligente y torturado de los hermanos Compson. Esta segunda parte es, quizás, el más bello ejemplo de la narrativa experimental faulkneriana. Quentin narra de su deambular por las calles de Cambridge, mientras estudia en la universidad de Harvard, mientras reflexiona sobre la muerte y la condena moral a la que la familia ha sometido a su hermana Caddy. Se trata también de un relato no estrictamente lineal que está focalizado en Caddy, a quien él ama sin medida y por cuyo amor él se siente inmensamente culpable. Poco tiempo después del viaje de Quentin a Harvard en otoño de 1909, Caddy queda embarazada de Dalton Ames, a quien Quentin confronta. Los dos pelean con el resultado de una catastrófica derrota para Quentin y con Caddy jurando no volverle a hablar nunca más a Dalton Ames a causa de la afrenta infringida a su hermano. Embarazada y sola, Caddy se casa entonces con Herbert Head, a quien Quentin encuentra repulsivo. Sin embargo, Caddy está resuelta a casarse antes del nacimiento de su hija, pero Herbert Head descubre que la niña no es suya y se deshace sin reparos de madre e hija. Esta sección también resulta difícil de entender a muchos lectores, algunos de las cuales llegan a considerar su lectura casi imposible, no solo por el entramado cronológico de los eventos, sino también porque frecuentemente (especialmente hacia el final) Faulkner se desentiende de la gramática, ortografía y la puntuación, lo que da como resultado series inconexas de palabras, frases y oraciones que no tienen separaciones que indiquen donde terminan las unas y donde comienzan las otras. Debido a su asombrosa complejidad, esta sección es la más frecuentemente estudiada por los especialistas.

Parte 3: 6 de abril de 1928, narrada por Jason, el menos simpático de los niños Compson. De los tres hermanos que narran, su relato es el más directo, lo que refleja su frío y omnipresente deseo de riqueza material. Para 1928, Jason es el pilar económico de la familia después de la muerte de su padre. Él mantiene a su madre, Benjy, Miss Quentin (la hija adolescente de Caddy) así como a la familia de sirvientes. Este rol lo ha hecho cínico y amargado, con pocos rasgos de la apasionada sensibilidad que definieron a su hermano mayor y a su hermana. Esta es la primera sección que está narrada de modo lineal, pues sigue el devenir del viernes Santo, un día en el que Jason decide dejar de trabajar para ir en busca de Miss Quentin (la hija de Caddy), que se ha marchado de casa.

Parte 4: 8 de abril de 1928. Esta es la única sección que no cuenta con un narrador. Está centrada en el personaje de Dilsey, la arquetípica matriarca de la familia negra sirviente de los Compson. Ella, en contraste con los decadentes Compson, saca una tremenda cantidad de energía de ella misma y de su fe, y así se erige como una orgullosa figura, casi totémica, frente a una agonizante familia. Puede decirse que Dilsey obtiene su fortaleza de una mirada hacia el exterior, mientras los Compson se debilitan debido a una suerte de una mirada al interior. A través de ella podemos ver, en cierto sentido, las consecuencias de la decadencia y la depravación en las que los Compson han vivido durante décadas. Los miembros de la familia tratan a Dilsey mal y de forma abusiva. Sin embargo, ella permanece leal. Es la única que cuida de Benjy, lo lleva a la iglesia y trata de de salvarlo. La tensión entre Jason y Miss Jason se incrementa hasta su ineluctable clímax: la familia descubre que Quentin ha huido en medio de la noche junto a un artista de feria, después de haber roto el escritorio de Jason y tomado tanto su dinero (el dinero enviado para ella por Caddy y que Jason había estado robándole) y los ahorros de toda la vida de su codicioso tío. Jason llama a la policía pero no puede decirles que su dinero ha sido robado, porque eso significaría reconocer que ha estado escamoteando el dinero de Quentin, por lo que se lanza el mismo en persecución de la muchacha por su propia cuenta, pero pierde su pista cerca de Mottstown.

La novela termina con una poderosa y definitiva imagen. De vuelta de la iglesia, Dilsey permite a su hijo Luster conducir a Benjy en el decrepito carruaje de caballo (otro signo de decadencia) al cementerio. Luster, quien no se ha percatado que Benjy está tan arraigado en la rutina de su vida que el más mínimo cambio de ruta es capaz de hacerle montar en cólera. Conduce por un camino equivocado alrededor del monumento. Los sollozos histéricos de Benjy y su violento arrebato solo pueden ser aquietados por Jason, el único que sabe como aplacar a su hermano. Jason abofetea a Luster, conduce el carruaje por el camino habitual y Benjy vuelve a ser feliz.

En definitiva, y como hemos visto, Faulkner desarrolla las distintas voces narrativas (en lo que se denomina una estructura polifónica, cuyo acierto es dar a conocer al lector los personajes desde ellos mismos) y consigue, a partir de procedimientos aparentemente sencillos individualizar a los personajes y dotarlos de características propias, circunstancia que permite al autor, no obstante, plasmar sus propias ideas de una manera bastante uniforme y a través del uso de un lenguaje que él crea y que es sin duda la llave de entrada a su magnífico mundo interior, del que es único dueño y propietario.

En definitiva, una de las aportaciones principales de El ruido y la furia es la asombrosa habilidad de su autor de recrear literariamente los rasgos de la mente humana, incluso de las más anormales. En este sentido constituye un importante aporte al desarrollo de la técnica conocida como libre fluir de la conciencia (stream of conciousness).

Otro asunto importante es el tratamiento y representación del tiempo, que fue saludado por la crítica de su época como revolucionario. Faulkner sugiere que el tiempo no es una constante u objetivamente una entidad, y que los humanos pueden interactuar con él en una gran variedad de formas.

Existe consenso entre la crítica literaria en lo relativo a considerar El ruido y la furia entre una de las grandes novelas norteamericanas, frecuentemente considerada entre los cien mejores libros de todos los tiempos. Recientemente fue seleccionada por la Modern Library como la sexta novela más importante en lengua inglesa del siglo XX. Además jugó un rol importante en la concesión del premio Nóbel de literatura de 1949 a Faulkner. Personalmente la considero una obra maestra. Su lectura no es fácil en absoluto, sobre todo al comienzo, pero esta dificultad se ve de sobra superada por la perfección de sus descripciones, rayanas en ocasiones a la poesía, sus veloces e intensos diálogos, el monólogo interior, que Faulkner maneja como un auténtico maestro; el tratamiento de toda la gama de relaciones imaginables en la vida: amor, envidia, odio, venganza, esperanza, furia… toda pintada en trazos exactos, sin traspasar los límites de lo exagerado u obsceno; la cautivadora atmósfera de la novela, pues se crea un clima entre personajes, un ambiente opresivo y baldío que rodea al pueblo que no resulta sino perfecto.

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A.G.

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