La casa de las bellas durmientes (1969)
Yasunari Kawabata
No debía hacer nada del mal gusto, advirtió al anciano
la mujer de la posada. No debía poner el dedo en la boca
de la mujer dormida ni intentar nada parecido.
la mujer de la posada. No debía poner el dedo en la boca
de la mujer dormida ni intentar nada parecido.
La Casa de las Bellas Durmientes no es
un burdel al uso. Es un lugar muy exclusivo en el que se atiende únicamente a
hombres ancianos que han perdido la potencia sexual. Hombres de los que se
puede esperar que pasen la noche al lado de una chica desnuda dormida sin hacer
el amor con ella.
Las chicas tienen entre dieciséis y
veinte años. La dueña del burdel supuestamente las induce a un sueño profundo
mediante la ingestión de drogas, del que no llegarán a despertar mientras están
en compañía de un hombre. No están muertas, pero parecen estarlo. Los clientes
tienen la libertad de examinar y explorar los cuerpos de las bellas durmientes
para regocijo de sus corazonas, pero las normas de la casa son muy estrictas y
prohíben a los hombres hacer el amor con ellas. Las chicas son reducidas a su
mera esencia física, como si fueran figuritas de porcelana, desprovistas de
personalidad y de respuesta; incapaces de interactuar, aunque no del todo, como
resulta al final.
Eguchi, uno de los ancianos, ha tenido
una larga vida de experiencias sexuales con muchas mujeres, y se cree todavía capaz
de mantener relaciones sexuales. Sigue deseando dormir junto al cuerpo desnudo
de una chica, aunque ésta esté drogada y sea insensible. Aunque afirma estar
profundamente desilusionado con las mujeres, éstas siguen ofreciéndole un
confort que merece la pena pagar; también hay un gran confort en los recuerdos
que estas jóvenes evocan; recuerdos que se desvanecieron hace tiempo. Eguchi
encuentra sus cuerpos hermosos y fascinantes. Sigue sintiéndose atraído por las
mujeres, a pesar de su desilusión por ellas. No ha renunciado a los placeres
del sexo, en busca de una espiritualidad ideal. Comtemplamos, perturbados, la tristeza
de un anciano que toca las manos de una muchacha dormida, mientras escucha las
primeras gotas de la lluvia nocturna en el mar silencioso. Maravilloso, pero
profundamente perturbador. Un anciano que ha pagado para pasar la noche (casta,
pero lasciva) en la cama con una joven drogada hasta quedar insensible.
Eguchi siente el impulso tanto de hacer
el amor con ellas como de matarlas. Sus sentimientos hacia ellas son
contradictorios. El conflicto entre el impulso a matar las chicas, por un lado,
o dejarlas vivir y disfrutar durmiendo con ellas es el tema que recorre la
historia desde el comienzo hasta el final. El motivo de sus impulsos asesinos
hacia las chicas deriva del dolor que le produce su deseo imposible de
interactuar íntimamente con una mujer viva, que respire. Este deseo le causa,
en efecto, un inmenso dolor, pues acentúa su soledad y aislamiento, y su
incapacidad de ir más allá. Matando a la chica quizá pueda matar el deseo que
siente en su interior por ella.
La dueña del burdel averiguar que Eguchi
es capaz de establecer un cierto vínculo con las mujeres. (De hecho, el anciano
considera en muchas ocasiones la posibilidad de vulnerar las normas de la casa
y tomarse libertades sexuales con las chicas, mas siempre encuentra una excusa
para echar marcha atrás.) Así pues, toma la inciativa y trata de asegurarse que
el anciano no duerma con la misma chica más de una vez. Comprende, pues, su
tendencia a sentirse “unido” con las chicas, a implicarse en algo más que el
mero conocimiento de su cuerpo, y trata de evitar que esto se produzca.
En efecto, cada vez que Eguchi visita la
casa, la chica y la experiencia son distintas. En su visita final la dueña le
proporciona dos chicas. La experiencia de dormir con dos chicas a la vez divide
su atención y le dificulta conciliar el sueño. Durante la noche una de las
chicas muere, quizá debido a una sobredosis de la droga somnífera, o una
reacción alérgica a ella. La dueña del burdel anima a Eguchi a quedarse. La fría
indiferencia con que se trata la muerte de la chica evidencia la hostilidad
hacia las mujeres que subyace en todas las historias. Eguchi pasa el resto de
la noche con la otra chica.
La historia que nos cuenta Kawabata
encierra, por tanto, una profunda complejidad psicológica y opera en muy
diversos niveles. En primer lugar, uno puede cuestionarse si las chicas están
realmente drogadas y duermen un sueño profundo, o si se trata de una actuación.
Un buen número de pasajes sugieren que las chicas son conscientes de las
exploraciones de los hombres, pues parecen responder en ocasiones a sus
estímulos como si gozaran de una cierta conciencia sensitiva. La dueña del
burdel le dijo una vez que la chica de esa tarde estaba “entrenándose”. Ante lo
cual no preguntamos: ¿cuánto entrenamiento se necesita para drogarse hasta
llegar a un estado de estupor y mentira inconsciente que dura toda la noche
mientras se está desnudo?
Kawabata nos introduce en un mundo
diminuto y cerrado, sin amor, que es descrito mediante una prosa compacta y
lúcida. Nos cuenta una historia de macabra belleza que encierra, a su vez,
historias horripilantes antes la que el lector no puede evitar conmoverse. Una
narración tierna y sórdida, a la vez.
La obra sirvió de fuente de inspiración para
Memorias de mis putas tristes (2004), la última novela de Gabriel García
Márquez. quien reconoce de forma implícita su legado al incluir las siguientes
líneas en su obra antes de comenzar la narración:
A.G.
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