Acaso no matan a los caballos (1935)
Horace McCoy
La historia se
inicia con la confesión de un asesinato. El narrador confiesa que “la mató”, y
compara su muerte con la del caballo favorito de la familia, al que hubieron de
sacrificar después de haberse roto una pata. Por tanto, nada más comenzar la
novela, averiguamos quién ha cometido el crimen y el porqué del título de la
novela.
Robert
Syverten soñaba con convertirse en un gran director cuando llegó a Hollywood,
mientras Gloria Beatty, que había huido a Dallas desde una granja de Texas,
decidió ir a Hollywood, tras un intento fallido de suicidio, con el propósito
de convertirse en actriz. Robert y Gloria se encuentran en los estudios de la
Paramount la mañana en que a ambos les han negado un pequeño papel.
Gloria convence a Robert para participar en un maratón
de baile que tiene lugar en una sala del Muelle de Santa Mónica, cerca de Los
Ángeles. Piensa que puede ser una buena manera de captar la atención de los
productores cinematográficos y las estrellas del celuloide. No hay que olvidar
que la novela fue escrita en 1935, un tiempo en que los maratones de baile
estaban en su máximo apogeo. Los concursos de baile atraían a cientos de
personas ávidas por conseguir una fama efímera o, simplemente, algo de dinero.
El propio McCoy, cuya vida se asemeja a la de Robert, había trabajado de
portero en un concurso similar en California. El baile
es una metáfora de la Gran Depresión: algunos pueden sobrevivir el extenuante
sufrimiento, otros no.
El libro está contado en un estilo no-lineal, y en
ello se diferencia de la mayoría de las novelas negras. Este constante ir y
venir, en el que abundan los flashbacks, muestra a Robert asistiendo al
sacrifico del caballo de la familia y cómo esto le afectó profundamente. Leemos
también acerca de su sueño de convertirse en director de cine, y la desilusión
que experimentó cuando fue rechazado y se vio obligado a aceptar papeles
insignificantes. También sabemos de la vida anterior de Gloria, de la relación
con su lascivo tío, su intento desesperado de convertirse en una chica
independiente, su depresión y por qué trato de suicidarse en Dallas. Los
antecedentes de Gloria no hacen sino revelar su visión pesimista y fatal del
futuro. Hasta tal punto que le repite constantemente a Robert su deseo de estar
muerta.
Un total de ciento cuarenta parejas toma parte en la
competición, seducidos por el premio de $1,000. A medida
que avanza el baile, la multitud aumenta y los medios de comunicación llegan para
cubrir el concurso. Mientras algunas parejas se vienen abajo y se retiran, otras
conspiran desesperadamente para coger ventaja. Entonces comienza a extenderse
el rumor de que el concurso está apañado y a duras penas logran los
concursantes capear el intento de la Sociedad Local para la Defensa de la Moral
de dar el concurso por terminado. Gloria está enfadada y desesperada.
Lo que hace de
la novela un clásico es no sólo su retrato de la vida en la Gran Depresión,
sino su retrato más amplio de la vida en cada generación. Revela qué fácil es
que los sueños se desmoronen y cómo nuestros egos pueden volverse contra
nosotros al proponernos objetivos que están más allá de nuestras posibilidades.
Gloria sueña y busca la redención convirtiéndose en una artista de Hollywood,
cuando en realidad no es lo suficientemente atractiva para ello. Es
precisamente este tema universal lo que convierte la novela en un clásico.
Acaso no matan
a los caballos ha sido
considerado, junto con Las uvas de la ira,
que ya hemos comentado en este blog, como uno de los retratos de ficción más
convincentes y conmovedores de la literatura norteamericana de la Gran
Depresión. Es un retrato asombroso de la pobreza y el desamparo de su época.
Una
historia cruda cuya brutalidad se ve compensada, no obstante, por la precisión
y belleza poética de la narrativa de McCoy, quien pone el foco de atención en
los pensamientos y aspiraciones de sus personajes.
Horace McCoy, junto con James M. Cain y algunos
otros autores de la primera mitad del siglo XX, fue muy pronto etiquetado como
un autor descarnado y duro, en la línea de Raymond Chandler o Dashiell Hammet.
Sin embargo, la mayor parte de sus novelas (y sirva como ejemplo de ella Acaso no matan a los caballos) no son
historias de detectives, ni sus protagonistas principales han de resolver un
misterio. La novela que nos ocupa es algo más, pues tienen ese algo de humano y
trágico que la hace imperecedera.
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