Samarcanda (1988)
Amin Maalouf
Llegado a Samarcanda de su natal Persia, Omar Jayyam es
reconocido en la calle por un poeta procaz que escribe de vino y mujeres,
y cuya filosofía se mofa del Islam. Los matones callejeros declaran a Jayyam
infiel y lo conducen al juez para recibir el castigo apropiado. Pero el juez,
que es un intelectual, reconoce el genio de Jayyam y le da un pequeño libro en
blanco compuesto de hermosas hojas de papel chino. Le encomienda la difícil
tarea de anotar en él cualquier verso que tome forma en su mente o en la punta
de su lengua. Ahora bien, el libro habrá de permanecer oculto. De esta manera,
salva el cuello un gran poeta y nace el rubayat de Jayyam, la simple
y hermosa estrofa de cuatro versos pentámetros yámbicos que riman AABA.
La historia de Jayyam transcurre
en el Asia Central del siglo XI, cuando las ciudades de Bujará y Samarcanda eran
las más grandes de la época. Maalouf se recrea con insólita destreza en las
descripciones de las cortes, las fuentes, el bazar, las vidas de los místicos,
los reyes y amantes en una prosa lánguida y evocadora. Sin pretender
intentarlo, sin artificio ni banalidad, la novela establece un tono que está en
perfecta armonía con el misticismo sufí y retrata con éxito las paradojas, la
sutil ironía y el humor autodespectivo de su característica escritura.
Los nueve años de relación
amorosa de Jayyam y Jahn, la poetisa de la corte, resuenan también con una
palpable sensualidad.
Las grandes figuras del Asia
Central medieval son vistos a través de los ojos de Jayyam: Nizam al
Mulk, el déspota visir persa del sultán turco Malik Sha, que aún es recordado
por sus notables innovaciones en cuestiones de gobierno y por sus teorías filosóficas
que anticipan a Maquiavelo; Hasan ibn al-Sabbah, un hombre muy sabio
y cruel que se convierte en el fundador de la comunidad ismaelí que interpretó
el Islám de un modo diferente y que dirige a los miembros de la Orden de
los Asesinos desde su fortaleza de Alamut; y, por supuesto, el propio
Omar Jayyam, un hombre extraordinario, un sabio instruido en diferentes
disciplinas del conocimiento (matemáticas, filosofía, astrología, física y
literatura) que jamás quiere involucrarse en política o en cualquier asunto relacionado
con ella y de quien todos solicitan consejo en esta y otras materias.
La novela viaja también más allá
de Asia Central, pues el autor cruza siglos y continentes siguiendo la pista
del manuscrito original de los rubayat. Las anotaciones de Jayyam en el
libro, que son traducidas en el siglo XIX por Edward Fitzgerald y
sorprenden a la sociedad victoriana, son robadas por primera vez por el líder
de los Asesinos, el despiadado Hasan ibn al-Sabbah. La fortaleza de los
Asesinos, donde se guarda el manuscrito, es destruida y el manuscrito se pierde
durante cientos de años. En el siglo XIX un erudito americano se obsesiona con
encontrar el original. Viaja a Persia en 1896, donde se encuentra con las
primeras luchas de los demócratas persas por un gobierno constitucional después
de que el Sha ha sido asesinado.
El erudito se enamora de Shireen,
una princesa persa que ha descubierto el texto perdido. Viven los primeros
meses de la primera República de Irán, pero cuando regresan a Estados Unidos
juntos en el Titanic, en 1912, éste se hunde. Aunque los dos se salvan y
llegan sanos y salvos a Nueva York, el manuscrito se pierde en el fondo del
océano. Shireen no puede seguir vivendo sin el manuscrito y abandona a su
amante americano en el muelle de Nueva York.
Maalouf es el autor de una
estupenda novela que tiene la virtud de describir las vidas y la época de unos
personajes que jamás habían aparecido en la ficción con anterioridad y muy
probablemente no volverán a hacerlo. El libro no es una simple novela histórica,
sino que, del modo que el intrincado bordado de una alfombra oriental se teje y
se desteje durante siglos, Maalouf entreteje poesía, filosofía y pasión por el
pasado sufí con la modernidad. Maalouf intercala en la narración extractos de
poemas de Jayyam que dotan al texto de una poderosa cadencia melódica.
La ficción histórica de alta
calidad, como la que representa Samarcanda, es un modo excelente de
despertar interés por la investigación histórica. Maalouf realiza un
trabajo excelente en este sentido, pues elabora una novela con un perfecto
equilibrio entre información y entretenimiento, a la vez que presenta su punto
de vista de las sociedades contemporáneas de mayoría musulmana.
Una novela muy ilustrativa que, como todas las obras de su autor, trata de comprender y avanzar hacia una solución y un encuentro real entre nuestras culturas. Ojalá sea así algún día.
A.G.
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