Los últimos días de Hitler (1947)
Hugh Trevor-Roper
En septiembre de 1945, el destino de
Adolf Hitler era un misterio. Había desaparecido. Stalin estaba obsesionado con
encontrarlo, vivo o muerto, pero las tropas rusas que entraron en el búnker de
Hitler en Berlín a comienzos de mayo no encontraron más que unos huesos
calcinados mal enterrados que podrían pertenecer a él. Su sucesor, el almirante
Karl Dönitz, a quien el mismo Hitler nombró como tal cuando comprendió que su
final era inminente, insistía en que Hitler había luchado hasta su último
aliento contra el Ejército Rojo, mientras los Soviéticos denunciaba que aún
seguía vivo, en manos de los Aliados. En julio el propio Stalin
había dicho a Truman, durante la Conferencia de Potsdam, que pensaba que Hitler
estaba con vida en España o Argentina. La falta de certeza sobre la muerte de
Hitler llegó a comprometer la seguridad en la Alemania ocupada e incluso
originó una tensión creciente entre los rusos y los británicos: El Reich de los
mil años no podía ser proclamado oficialmente muerto si el Führer seguía vivo.
En este estado de confusión y ante la
necesidad de dar una respuesta definitiva al asunto, el Servicio Secreto Británico
de Inteligencia envió a Berlín a Hugh Trevor-Roper. El joven oficial inglés,
que conocía el país, hablaba alemán y tenía experiencia en interrogar a
prisioneros nazis, recibió la ardua tarea de investigar acerca de los últimos
días de Hitler y redactar un informe “definitivo” sobre su muerte. Para ello,
tuvo acceso a archivos norteamericanos de contraespionaje y prisioneros alemanes.
Su estudio se centra en los últimos diez días de la vida de Hitler (20-29 de
abril) en el búnker subterráneo de Berlín y reconstruye los alucinantes días
finales.
Trevor-Roper no pudo hallar evidencia física
de la muerte de Hitler, pues su cuerpo había sido incinerado, como él mismo
había ordenado hacer. Ante esta dificultad, hubo de dirigir sus investigaciones
a la búsqueda de testigos oculares de tanto su suicidio como de su
incineración. Trevor-Roper recorrió Alemania, dedujo quiénes serían los últimos
ocupantes del búnker e interrogó a los que seguían vivos. Su testigo más famoso
fue el arquitecto y ex ministro nazi Albert Speer, que había desafiado a Hitler
negándose a destruir las infraestructuras alemanas ante el avance del Ejército
Rojo. Pero Speer no estuvo en el búnker los últimos días, si bien fue a
despedirse de su señor unos días antes. Así pues, Trevor-Roper entrevistó a
secretarias, mayordomos, doctores y guardias del búnker. Los diferentes
testimonios le permitieron demostrar que Hitler se había suicidado.
El libro está estructurado en torno a siete capítulos. Destaca, a mi juicio, el preciso análisis que hace el autor de lo que él denomina la corte de Hitler, que define como “incalculable en su capacidad para la intriga, como si se tratara de un sultanato oriental”. Trevor-Roper esboza vívidos retratos de los infames miembros del círculo más próximo de Hitler: el perverso y banal asesino Heinrich Himmler, el brillante y vil propagandista Joseph Goebbels, el chiflado drogadicto amante del lujo Hermann Göring, el fiel segundón Martin Bormann y Albert Speer, la figura más interesante; el único que contaba con la inteligencia y los escrúpulos para ver lo que era realmente el nazismo, del que sin embargo fue cómplice.
El resto de capítulos desgrana los acontecimientos finales: la derrota alemana, el asedio del búnker, la decisión de suicidarse, la traición de Göring, los infanticidios cometidos por Magda Goebbels, el testamento político y vital de Hitler (y de Goebbels, tras la muerte de su amo) y el suicidio de Hitler y su ya esposa Eva, y posterior incineración de los cuerpos en el jardín de la Cancillería del Reich.
Los últimos días de Hitler es una obra imprescindible. Cuidadosamente documentada, se revela como uno de los estudios más notables y reveladores, si no el que más, de aquellos días apocalípticos de destrucción; del final de aquella paranoia, de la mayor locura y desgracia que ha vivido la humanidad... del hundimiento (como lo llamaría años más tarde Joachim Fest) de aquel demente cabo austriaco que embaucó a su pueblo y que, por suerte para todos, no logró su objetivo de aniquilar al mundo entero y llevárselo a la tumba con él.
La publicación de Los últimos días de Hitler causó una enorme sensación y convirtió a su autor en rico y famoso a la edad de treinta y tres años. También lanzó su carrera profesional, que se movería entre el periodismo popular y la escritura académica. Trevor-Roper (1914-2003) fue profesor de historia y colaborador de The Times y The New Statesman.
El libro está estructurado en torno a siete capítulos. Destaca, a mi juicio, el preciso análisis que hace el autor de lo que él denomina la corte de Hitler, que define como “incalculable en su capacidad para la intriga, como si se tratara de un sultanato oriental”. Trevor-Roper esboza vívidos retratos de los infames miembros del círculo más próximo de Hitler: el perverso y banal asesino Heinrich Himmler, el brillante y vil propagandista Joseph Goebbels, el chiflado drogadicto amante del lujo Hermann Göring, el fiel segundón Martin Bormann y Albert Speer, la figura más interesante; el único que contaba con la inteligencia y los escrúpulos para ver lo que era realmente el nazismo, del que sin embargo fue cómplice.
El resto de capítulos desgrana los acontecimientos finales: la derrota alemana, el asedio del búnker, la decisión de suicidarse, la traición de Göring, los infanticidios cometidos por Magda Goebbels, el testamento político y vital de Hitler (y de Goebbels, tras la muerte de su amo) y el suicidio de Hitler y su ya esposa Eva, y posterior incineración de los cuerpos en el jardín de la Cancillería del Reich.
Los últimos días de Hitler es una obra imprescindible. Cuidadosamente documentada, se revela como uno de los estudios más notables y reveladores, si no el que más, de aquellos días apocalípticos de destrucción; del final de aquella paranoia, de la mayor locura y desgracia que ha vivido la humanidad... del hundimiento (como lo llamaría años más tarde Joachim Fest) de aquel demente cabo austriaco que embaucó a su pueblo y que, por suerte para todos, no logró su objetivo de aniquilar al mundo entero y llevárselo a la tumba con él.
La publicación de Los últimos días de Hitler causó una enorme sensación y convirtió a su autor en rico y famoso a la edad de treinta y tres años. También lanzó su carrera profesional, que se movería entre el periodismo popular y la escritura académica. Trevor-Roper (1914-2003) fue profesor de historia y colaborador de The Times y The New Statesman.
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