Hasta el último momento (2002)
Junge, Traudl
Gertraud (Traudl)
Humps nació en Múnich. Su
padre, cervecero y teniente en la reserva, fue uno de los primeros miembros del
Partido Nazi. Participó en el Putsch de Hitler el 9 de noviembre de 1923 y en
1925 dejó a su mujer Hildegard y sus dos hijas Traudl e Inge. Más tarde llegó a
ser General de las SS en la reserva.
Traudl
creció en el ambiente del advenimiento del régimen nazi y se inscribió en la
Liga de Muchachas Alemanas. Trabajó de secretaria, aunque su
sueño era trasladarse a Berlín y convertirse en bailarina profesional. Aunque
fue contrata por la compañía de danza Deutsche Tanzbühne de Berlín, su jefe no
aceptó su petición de despido y le impidió marcharse a la capital. Pero
finalmente, gracias a los contactos de su hermana, consiguió ir a Berlín en la
primavera de 1942.
En
diciembre de 1942 supo, por medio de la bailarina Beate Eberbach (la cuñada de
Albert Bormann) que había quedado vacante un puesto de secretaria en la Cancillería
y logró colocarse entre las postulantes. El primer encuentro de Traudl con
Hitler tuvo lugar unos días más tarde. Ella y otras dos chicas que había
solicitado el puesto de secretaria estaban durmiendo en un tren en las afueras
de la Guarida del Lobo, el cuartel general de Hitler en Prusia oriental, cuando
se les llamó para que acudieran a donde se encontraba el Führer. El pánico
cundió entre ellas. Temblaban de tal forma que no eran capaces de encontrar sus
zapatos o de abrocharse los botones. Tras el examen al que las sometió Hitler,
Traudl supo que ella era la elegida. Se encargaría de redactar de cartas y
documentos de orden doméstico, administrativo y personal. Tenía
veintidós años, no sabía nada de política. Tan sólo pensó que sería emocionante
desempeñar un puesto tan especial.
Durante los
siguientes tres años, Traudl vivió con Hitler en sus varios bunkers. Paseo y habló
con él, y escuchó sus peroratas sobre los temas más diversos. Hitler incluso
interfirió en su vida, algo que tanto le gustaba hacer. Instó a Traudl a
contraer matrimonio,
tras un período de compromiso más bien breve, con Hans Hermann Junge,
oficial de las SS y ayuda de cámara de Hitler. Su marido murió en combate en un
avión de observación en las cercanías de Dreux (Normandía) el 13 de agosto de
1944, apenas un año después de su boda.
Cuando el Ejército Rojo comenzó a
avanzar sobre el este de Europa tras la caída de Stalingrado, la Guarida del
Lobo tuvo que ser abandonada. Traudl, junto con Gerda Christian (la otra
secretaria de Hitler), acompañó al Führer y su séquito a su último destino, el
búnker de la Cancillería.
Durante este
tiempo, Traudl no dudó ni por un segundo que estaba en presencia de un líder
bueno y sabio, aunque ella jamás fue miembro del partido. Sólo cuando el ruido
de la artillería soviética se hizo ensordecedor, comenzó a cuestionarse ciertas
cosas. Con todo, permaneció con Hitler hasta el mismísimo final.
Mientras
Berlín caía y resultaba daba a entender a todos que planeaba suicidarse, Traudl
se despidió y recibió dos regalos: veneno, de parte de su jefe (las cápsulas de
cianuro había sido proporcionadas por el sanguinario Heinrich Himmler), y un
abrigo de piel de zorro de su nueva esposa, Eva Braun. Después de su suicidio,
Traudl se fue a la habitación donde Hitler y su esposa se habían dado muerte.
Allí, entre la sangre, encontró un pañuelo de gasa rosa, un revólver Walther PPK semiautomático
y una cápsula de veneno. La cápsula se parecía a “un pintalabios vacío”,
afirma. Habiendo redactado el testamento político y privado de Hitler, y
después del asesinato por su propia madre de los seis hijos del matrimonio
Goebbels y la muerte de la sanguinaria pareja, Traudl abandonó el búnker. Era
el 30 de abril de 1945. Salió al exterior en compañía
de Otto Günsche, Erich Kempka y Martin Bormann, tratando de romper el cerco de
las tropas soviéticas. Mas no tardó en ser capturada por soldados rusos,
quienes la entregaron a los estadounidense. Considerándola una simple
simpatizante del régimen, éstos la pusieron en libertad en 1947. Jamás fue
procesada por ningún crimen.
Traudl Junge redactó su relato de los años de la
guerra en 1947. Éste fue publicado por primera vez en
1989 en el libro Voces del búnker, de
Pierre Galante y Eugene Silianoff.
La narración de Traudl demuestra que era una
persona que se fijaba en los detalles. Sitúa a Hitler en el centro de la vida
doméstica. El efecto es sorprendente y constituye lo que podríamos llamar la
“banalidad del mal”. Hitler es presentado como una criatura macilenta,
carismática pero debilucha. Es vegetariano y sigue una dieta estricta, si bien
exime de su cumplimiento al personal a su cargo en Berghof. Sus únicos vicios
son los huevos fritos y el puré de patata.
A medida que la situación empeora para Alemania,
la narrativa de Traudl va adoptando una nueva urgencia. Ella fue testigo de
excepción del fallido atentado urdido por von Stauffenberg el 20 de julio de 1944. Tras la explosión de
la bomba, Traudl pudo a duras penas aguantar la risa al ver a Hitler despeinado
y con los pantalones hechos trizas. Traudl también formó parte de del puñado de
acólitos que permanecieron en el búnker de la Cancillería del Reich cuando
Hitler asumió definitivamente que todo está perdido. Traudl recuerda que todos
hablaban de cuál era la mejor forma de morir. Durante esos días Traudl jugó con
los seis hijos de Goebbels, sabiendo que en el bolso de su madre estaba el
veneno que acabaría con sus vidas. Incluso discutió las virtudes del cianuro
con Eva, que deseaba que el suyo fuera un cadáver hermoso, y asistió a la boda
de una cocinera.
En sus memorias Traudl Junge describe también la
lucha por la supervivencia en el inmediato caos después de la guerra y cómo
gradualmente fueron mejorando sus condiciones de vida. Años después Traudl Junge trabajó como periodista en diferentes medios.
En 1959 publicó el libro Animales con
vida de familia.
En los últimos años de su vida, Traudl comenzó a
considerar la responsabilidad personal de los horrores perpetrados por el líder
al que sirvió, y sufrió un período de depresión. Aquellas reflexiones la
llevaron a declararse en contra de las atrocidades
del régimen nazi, de tal modo que aceptaba finalmente su responsabilidad
personal por no haberse opuesto a los nazis. Afirmó
que durante el ejercicio de sus labores durante la Alemania nazi nunca llegó a
saber del genocidio perpetrado por el régimen de Hitler, debido a su
fascinación por el carisma paternal de su jefe. Traudl Junge murió en Berlín en
2002.
Hasta el último
momento
es un notable documento histórico. Está precedido por una introducción de su
editora, Melissa Müller, una periodista y escritora
austriaca que a mediados de los 90 escribió un libro sobre Anna Frank. Años más
tarde, mientras investigaba para un proyecto acerca de los artistas en el
Tercer Reich, conoció a Traudl Junge. Durante sus encuentros se gestó Hasta el último momento.
Melissa Müller enmarca biográficamente el texto de Traudl Junge a
través de una introducción biográfica y un amplio epílogo basado en
conversaciones con ella los últimos años de su vida, como una anciana deprimida,
culpable y sola. Pero ante todo es un recuerdo doloroso de cómo es posible que
una persona –o incluso una nación entera– puede lentamente caminar como un sonámbulo
hacia el pecado.
Melissa Müller responde así a la pregunta de cómo pudo
suceder que aquella joven ingenua ocupara un lugar junto al hombre que destruyó
la vida de millones de personas. Müller explica también cómo veía Traudl Junge
su pasado, el mismo que la acompañó toda su vida como una sombra, y describe su
horror al reconocer su ingenuidad y su culpa.
En 2004 se estrenó la película El hundimiento, dirigida por el alemán
Oliver Hirschbiegel. Su guión se basa principalmente en las memorias de Traudl
y el libro homónimo de Joachim Fest, que comentamos aquí recientemente.
A.G.