Presentación

La pintura de la voz (palabras con que el filósofo y escritor francés François-Marie Arouet, más conocido como Voltaire, calificó el arte de la escritura) nace con la pretensión de ser un lugar de intercambio de opiniones sobre literatura.
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lunes, 21 de diciembre de 2015

Lecturas recientes: Julio César: la grandeza del héroe

  
Julio César: La grandeza del héroe (1958)
Hans Oppermann

La vida de Julio César ha fascinado a lo largo de los siglos a personas de toda índole, entre las que desde luego hemos de incluir a historiadores, novelistas o dramaturgos de renombre. La obra de Hans Oppermann nos presenta la doble vertiente del personaje: el hombre el público y el hombre privado. El político y hombre de estado que, sirviéndose de su habilidad como general, acabó por hacerse con el poder supremo en la República Romana y se convirtió en su dueño absoluto. El escritor que relata con detalle y pasión su campaña en las Galias, esposo de tres mujeres y amante de otras (y supuestamente también de otros)… El estratega. El gobernante magnánimo que no hacía un uso gratuito de la violencia y que fue asesinado por algunos de los muchos hombres a los que perdonó la vida. El hombre que abrió las puertas del nuevo Imperio a su delfín Octavio y cuyo nombre –César– se convirtió en un título con el que honraron su nombre los sucesivos emperadores romanos. Un título que simbolizada el poder supremo y legítimo del que aún encontramos reminiscencias en el siglo XX, durante el cual hombres poderosos adoptaron los títulos de Kaiser o Zar, como tributo a Julio César.

Oppermann repasa en su brillante estudio las diferentes etapas de la vida del personaje: desde los poco conocidos años de su infancia, turbulenta juventud y prometedora carrera política, durante la cual se relacionó –aunque de diferentes maneras– con personajes como Mario, Cinna, Sila o Cicerón, hasta su acceso al consulado. Julio César fue un fugitivo, prisionero de piratas, a los que acabaría ajusticiando, líder militar, abogado y cónsul en Hispania y la Galia, donde llevó a cabo una impresionante serie de duras campañas contra los diferentes pueblos bárbaros, que no dio por terminadas hasta llevarse esposado a Roma a Vercingétorix, el líder galo de la tribu de los Arvernos.

A Julio César jamás le faltó el valor necesario, si bien siempre actuó de acuerdo con los dictados de la razón. Fue paciente y perseverante con los Galos, calculador y decidido con Pompeyo, a quien trató con todos lo medios de convertir en su aliado, magnánimo con sus enemigos. Cruzó el Rubicón y emprendió una lucha encarnecida contra los pompeyanos, que hubo de continuar incluso después del vil asesinato de Pompeyo en Egipto; una crueldad sin sentido que Julio César recriminó a Ptolomeo, quien se sirvió de la traición de los propios hombres de Pompeyo para entregarle su cabeza a Julio César, en cuyo ánimo estuvo siempre restablecer la amistad entre los dos.

Tras el final de la Guerra Civil, triunfador de campañas militares que lo llevaron de una punta a otra del Mediterráneo, e incluso más allá (Veni, vidi, vici), Julio César se convirtió en dictador. Fue aclamado e idolatrado por sus legiones y por el pueblo, con quienes compartió la inmensa riqueza de sus botines de guerra.

Sin embargo, sus actos –a veces excesivamente despóticos– no fueron del agrado de todos, ni siquiera de aquellos a los que perdonó la vida, y se urdió una conspiración que acabó con su violento asesinato a las puertas del Teatro de Pompeyo el 15 de marzo del año 44 a.C. (A propósito de este asunto recomiendo Los Idus de Marzo (1948), la entretenida novela histórica del escritor norteamericano Thornton Wilder.)

El legado de Julio César –el que fuera gran admirador de Alejandro Magno– es inmenso, tal como Oppermann desgrana en uno de los capítulos finales de su obra; un legado historiográfico tanto como político… pero ésa es otra historia.

A.G.

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