Presentación

La pintura de la voz (palabras con que el filósofo y escritor francés François-Marie Arouet, más conocido como Voltaire, calificó el arte de la escritura) nace con la pretensión de ser un lugar de intercambio de opiniones sobre literatura.
Cuando el tiempo me lo permita, iré publicando noticias interesantes del mundo literario, comentarios de libros que he leído recientemente, de mis obras favoritas, etc
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lunes, 7 de septiembre de 2009

Sorpresas gratas: Las vírgenes suicidas


Las vírgenes suicidas (1993)
Jeffrey Eugenides


Una de las mejores novelas que he leído últimamente. Poética, turbadora y muy bien escrita. Es una delicia. Fue llevada al cine por Sofia Coppola, lo que por un lado promocionó la extraordinaria novela de Jeffrey Eugenides, aunque en cierta medida la eclipsó, situándola en un segundo plano con respecto a la obra cinematográfica.

La historia que nos cuenta Eugenides es sencilla en esencia: cinco hermanas, jóvenes y guapas, se suicidan explicable e incomprensiblemente en apariencia. Su muerte y su vida misma obsesiona a un grupo de jóvenes que las conoció durante su adolescencia y que en el momento de la narración, ya cuarentones, rememoran aquellos días con un tono de melancolía y fascinación.

Cecilia, la menor de las hermanas Lisbon, es la primera es suicidarse. Tras un primer intento fallido, cuando trata de quitarse la vida abriéndose las venas en la bañera, se lanza por la ventana y muere atravesada por los hierros de una reja. Es entonces cuando comienza la tragedia. El matrimonio Lisbon, unos padres extremadamente estrictos y conservadores, trata, en respuesta, de restringir la libertad de su hijas mediante la ampliación de las barreras sociales de las jóvenes, de normas muy estrictas, si bien una forma que resulta de todo punto torpe e ineficaz, pues la vida de las hermanas se transforma en una situación opresiva aún peor que la vivieron cuando aún vivía su hermana Cecily.

Durante ese largo invierno, los árboles van cayendo, uno a uno, sacrificados para evitar que se extienda por toda la ciudad la enfermedad que los aqueja. El verano siguiente, mientras una plaga de algas se extiende por el lago, inundando todo el barrio de un pestilente olor que impide respirar, las otras cuatro hermanas, Bonnie, Thérese, Lux (la más fascinante de todas) y Mary, se suicidan.

Muchos años después, cuando los que entonces eran muchachos adolescentes (fascinados por esas inalcanzables jóvenes en flor y atraídos por esa casa de densa femineidad enclaustrada) se acercan a la mediana edad, rememoran y tratan de dar sentido a lo que en aquel verano ocurrió, aquello que no ha dejado de obsesionarles y cuyo significado se les escapó en su momento y todavía ahora no son capaces de reconstruir. Todo este tiempo han guardado, como reliquias, distintos objetos que pertenecieron a las cinco hermanas y que repasan una y otra vez tratando de dar con la solución del enigma.

Las hermanas Lisbon eran en vida, y fueron tras su muerte, un enigma que ellos se vieron impotentes para desentrañar. Eran el enigma de la feminidad cuando vivían, cuando sonreían, cuando tomaban el sol en el jardín, en cada pequeño gesto que ellos, ávidos, trataban de sorprender. Fueron un enigma después, progresivamente encerradas, recluidas en una casa a la que nadie accedía, que soñaban con recorrer, sorprendiéndolas en su intimidad. Fueron un enigma más tarde cuando lanzaban sutiles mensajes de auxilio, encendiendo y apagando las luces, pidiendo catálogos y más catálogos por correo, lanzando mensajes que ellos encontraban entre los radios de sus bicicletas. Pero se convirtieron en el supremo enigma tras su muerte, último y definitivo mensaje que todavía hoy no saben cómo interpretar.

Las vírgenes suicidas aborda el tema inescrutable del misterio de la naturaleza humana, y en concreto el de la adolescencia y su especial relación con el amor y el sexo.

La adaptación cinematográfica de Sofia Coppola es estupenda, y no desmerece en exceso la novela de J. Eugenides. Inevitablemente, la cinta adolece de la profundidad que confiere la palabra escrita, de la prosa exquisita y la reflexión personal de la obra literaria, si bien cuenta con un elemento de un enorme valor: la música, que sustituye en cierta medida las carencias literarias de la película, pues evoca mediante las diferentes canciones que componen su banda sonora el estado de ánimo que la historia demanda en cada situación. La música también nos transporta a la adolescencia, una época de la vida en que la música constituye un sustituto de la palabra.

Recomiendo encarecidamente esta novela, la primera escrita por Jeffrey Eugenides, el escritor norteamericano de origen griego. Es estupenda.
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A.G.

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