El hundimiento (2005)
Joachim Fest
En noviembre de 1941 Adolf Hitler intuyó
que la guerra estaba perdida. Ni siquiera la propaganda basurienta y demagógica
de Goebbels, que deliraba con armas secretas inexistentes y la, a su juicio,
inminente quiebra de la unión de los aliados, logró persuadir al Führer de su
convencimiento. El hundimiento analiza, de
forma espléndida y analítica, sin divagaciones ni ampulosidad, el tramo final
de la caída del Tercer Reich. Su interés se centra en el relato de los meses que
Hitler, venido desde su campamento en la Prusia Oriental, pasó en el búnker de
Berlín que se había hecho construir, según el diseño de Albert Speer, a
comienzos de los años cuarenta. Hitler había declarado que él jamás
capitularía, e incluso a comienzos de 1945 aseguró: “Podemos hundirnos. Pero
nos llevaremos un mundo con nosotros”.
Rodeado de su corte
(colaboradores, militares, secretarias…), Hitler vivió en un absoluto delirio
el fatal desenlace del asalto final a Berlín del Ejército Rojo, sus odiados
bolcheviques. A diez metros bajo tierra, encerrado en su búnker maloliente,
soportando el ruido constante de los ventiladores y las máquinas, las
estrecheces de sus pasillos y salas claustrofóbicos, pasó sus últimos días aquel
hombre embrutecido y demente que creía dirigir ejércitos que habían sido
derrotados hacía tiempo. Mas en aquel ambiente de locura e irrealidad, ninguno
de los generales del estado mayor alemán se atrevía a llevarle la contraria. En
vez de tratar de hacerle comprender que ya nada se podía hacer para cambiar las cosas, varios de sus colaboradores (los había incluso desde los tiempos del Putsch de Munich de 1923), no dudaron en abandonar
el búnker. Algunos, como Himmler y Göring, lucharon denodadamente por la
sucesión y no dudaron en negociar con los aliados. Otros, sin embargo, supieron adaptarse mejor a las
nuevas circunstancias; tal es el caso del astuto y cobarde Speer. Mucho
podríamos hablar de qué les llevó a decidirse por una u otra opción a gente
como Bormann, Burgdorf, Goebbels o Krebs, pero prefiero postergar esta
discusión a la reseña de algunas monografías que prestan más atención a la “Corte
de Hitler”.
Impasible ante la
destrucción, tercamente opuesto a negociar la rendición con los aliados, Hitler
persistía en su creencia de que el pueblo alemán no merecía sobrevivir, pues no
era digno ni de él mismo, ni de continuar en el camino de la historia. En
efecto, el Führer no parecía consciente de la inminencia del final, del
Parkinson que no dejaba de hacer temblar su brazo izquierdo, o del excesivo y
paranoico consumo de drogas que le hacían aparentar muchos más de los cincuenta
y seis años que celebró el 20 de abril engullendo bizcochos compulsivamente, sintiendo probablemente como únicas
personas leales a Eva Braun, Goebbels (que no tardó en preocuparse únicamente
por teatralizar el final de aquella epopeya delirante) y su esposa, Magda
Goebbels, de quien al parecer Hitler estaba enamorado desde sus años de
agitador en el Múnich de los años 20.
Lo más significativo de
la obra de Joachim Fest, lo que la diferencia de otros estudios sobre los
últimos días de Hitler (y de los que trataremos aquí próximamente), es su exhaustivo
y brillante hincapié en el proceso de descomposición, algo que Fest analiza con
gran acierto y rigor. Un hundimiento al que también se veían abocados, ajenos a
lo que estaba ocurriendo en el sórdido búnker bajo el jardín de la Cancillería, los
indefensos e inocentes ciudadanos de Berlín, que luchaban desesperadamente por
mantenerse con vida, asediados de día y de noche por el cruel fuego ruso.
En paralelo al relato
de los acontecimientos, Fest disecciona la personalidad de Hitler, a quien
consideraba un espíritu nulo cuyo único y real objetivo era la destrucción,
aunque él mismo se viera abocado a ella. Viendo, pues, que las tropas rusas
estrechaban el cerco del búnker, y temiendo ser apresado por los bolcheviques y ser objeto de su ira, Hitler organizó su propia muerte. Pero antes decidió regularizar
su situación con Eva Braun, con quien se casó en una diminuta habitación ante
la presencia de un puñado de sus más fieles acólitos. Decidió que se
envenenaría con cianuro, y para comprobar la eficacia de su veneno hizo ingerir
una cápsula del mismo su perro favorito, Blondie (a los otros dos los había
hecho matar antes)... Ni los animales se libraban de su crueldad. Más tarde
redactó su testamento político y su testamento personal, de los que Fest no da
demasiado detalles, pero que tendremos la ocasión de comentar cuando analicemos
otros estudios sobre este tema. También dio instrucciones precisas sobre qué
hacer con su cuerpo y el de Eva Braun. Entonces se encerró en una salita con su
esposa y ya nadie volvió a verlos con vida. Eva Braun ingirió una cápsula de
veneno. Hitler ingirió otra y se descerrajó un disparo en la sien.
Tal como había ordenado
hacer, sus cuerpos fueron quemados en el jardín de la Cancillería, junto a una
de las salidas del búnker, y enterrados en las proximidades. Sobre el destino
de los restos de Hitler y Eva Braun han corrido ríos y ríos de tinta, por lo
que he considerado oportuno omitirlo en esta reseña. El mismo destino que su
amo quisieron tener y tuvieron, de hecho, Joseph y Magda Goebbels, quien antes envenenó
a sus seis hijos para ahorrarles el dolor de un mundo sin Nacionalsocialismo…
¡Demente!
Joachim Fest
(1926-2006) fue un notable historiador y publicista alemán que debe su fama
mundial a su biografía Hitler (1973).
Es autor de otros ensayos sobre el nazismo y de obras de carácter
literario-cultural.
El hundimiento sirvió de base, junto
con Hasta el último momento (el libro
de memorias de Traudl Junge (1920-2002), una de las secretarias del Führer, que
permaneció en el búnker hasta el final) para la película homónima (Der Untergang, en el original), dirigida
por Oliver Hirschbiebel y protagonizada por un excepcional Bruno Ganz.
Recomiendo encarecidamente esta película, que levantó una buena polvareda en
Alemania, donde, con toda la razón, son bastante reacios a mencionar siquiera
los años trágicos, nefastos y horrendos del Tercer Reich.
A.G.
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