Presentación

La pintura de la voz (palabras con que el filósofo y escritor francés François-Marie Arouet, más conocido como Voltaire, calificó el arte de la escritura) nace con la pretensión de ser un lugar de intercambio de opiniones sobre literatura.
Cuando el tiempo me lo permita, iré publicando noticias interesantes del mundo literario, comentarios de libros que he leído recientemente, de mis obras favoritas, etc
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miércoles, 9 de marzo de 2016

Lecturas recientes: Sábado


Sábado (2005)
Ian McEwan

Comienza el fin de semana para el neurocirujano londinense Henry Perowne. Un fin de semana de febrero de 2003 durante el cual se alternan momentos de dicha y de tensión, mientras los pensamientos del protagonista viajan al pasado y al posible futuro.

Aún no ha amanecido cuando Henry se levanta de la cama; se siente alerta e inexplicablemente eufórico. A través de los cristales ve un avión que desciende sobre la Torre de Correos, dejando en su caída el rastro de humo de su ala incendiada. Henry piensa que podría ser otro ataque terrorista y aquello desvanece al instante su visión eufórica del mundo para abrir paso a unos sentimientos horribles de pánico y muerte. Henry se pregunta si puede hacer algo al respecto, pero concluye que no hay nada útil que él pueda hacer y esa pasividad como mero observador le perturba.

Por otro lado, no es un sábado cualquiera en Londres, pues es el día de la mayor manifestación antibelicista jamás vista en la ciudad. A pesar de compartir a regañadientes la paranoia nacional, la inteligencia de Perowne es capaz de comprender los dos puntos de vista antagónicos sobre Irak, la agresión y el apaciguamiento. Consigue así esquivar a los partidarios de una y otra posición y afrontar el nuevo día centrado en sus propios planes y pensamientos.

Otras necesidades compiten por su atención: la sensualidad familiar de hacer el amor con su mujer, el habitual partido de squash con el anestesista que le asiste en sus operaciones, una visita a su madre, quien, a causa del Alzheimer, ya no le reconoce, y el regreso de su hija, Daisy, de París. Es un día con muchas cosas que hacer.

Perowne es un hombre afortunado. Además de tener un trabajo que le reporta satisfacción y los privilegios propios de la clase media alta, disfruta de una gozosa vida doméstica. Tiene dos hijos con éxito, Daisy, que está a punto de publicar su primera colección de poesía, y Theo, un talentoso músico de blues. También tiene una mujer encantadora, Rosalind, de quien sigue profundamente enamorado después de casi un cuarto de siglo de matrimonio. Pero lejos de ser un hombre engreído, Perowne es consciente del mundo en que vive –los tumultuosos inicios del siglo XX, tras los días de miedo y desconcierto que siguieron al Once de Septiembre y la Guerra de Irak– y de que ni siquiera su inclinación natural hacia el optimismo puede protegerle de la oscuridad de su tiempo.

A medida que Perowne prosigue con los placeres y tareas de su día de descanso, persiste esta tensión entre la esfera personal y la pública. Perowne se ve atrapado entre la viveza y claridad de sus placeres privados y sensuales y las complicadas exigencias del mundo exterior. El mundo está siempre a la puerta, tocando sobre ella para que le dejen entrar, de modo que el derecho que Perowne reclama –que lo dejen vivir en paz– está constantemente amenazado. De hecho, mientras conduce hacia el lugar en que ha de disputar el partido de squash, la manifestación en contra de la guerra de Irak le obliga a desviarse de su ruta habitual y acaba envuelto en un accidente de coche aparentemente sin importancia. Los ocupantes del otro vehículo piden de inmediato una compensación por los daños causados en su coche y cuando Perowne se niega a pagar la violencia hace acto de presencia. Prowne logra escaparse gracias a sus conocimientos médicos, lo cual le hace dudar de la moralidad que existe en su utilización de la autoridad médica como si se tratara de una pistola, aunque sea en un acto de defensa propia.

De vuelta a casa por la noche, mientras preside una reunión familiar –su hijo ha regresado del ensayo con la banda, su hija acaba de llegar de París, su anciano suegro también está en la ciudad–, su esposa regresa de la ciudad para completar la fiesta, pero lo hace seguida de unos violentos invasores que convierten la cena familiar en una pesadilla de cuchillos y agresiones que no encontrará un final feliz más que gracias a la recitación de una poema y la milagrosa transformación que éste consigue en el cabecilla de los delincuentes. De nuevo, como al comienzo, los sentimientos de culpabilidad e indefensión conducen al inevitable conflicto entre odio y compasión por el enemigo. He aquí precisamente donde se erige como elemento pacificador la capacidad transformadora del arte. Con todo, volvemos a encontrarnos al final con aquel mencionado sentimiento de ambigüedad moral; un gesto aparentemente perfecto de perdón por parte de Perowne que bien podría no ser más que un intento de reafirmar su control sobre el enemigo, o incluso un tipo de venganza. La novela termina, de hecho, con un acorde algo disonante de tranquilidad restablecida e incertidumbre persistente.

McEwan presenta sus temas con eficiencia y claridad y demuestra un perfecto control sobre su material y una coherencia y elegancia estructural. Demuestra, además, su gran talento por la observación, extraordinariamente precisa. En Sábado nada aparece forzado; la atención madura del autor ilumina todo aquello en lo que pone sus ojos. En este sentido, McEwan encuentra en Henry Perowne su alterego ideal. Exacto y erudito, es una persona que examina todo en su vida. Palpa la experiencia, en busca de señales vitales.

McEwan parece cristalizar el estado de la sociedad en un momento muy concreto, el de Londres antes de los ataques terroristas de 2005, acontecimiento que parece profetizar el autor en las últimas páginas de la novela. Ésta capta en efecto un sentimiento de ansiedad que venía construyéndose desde los acontecimientos del once de septiembre de 2001 y se había convertido en un hecho ineludible de la vida de Londres. En este sentido, Sábado transmite un sentimiento de nefasta inevitabilidad. El avión en llamas que está a punto de estrellarse en Londres es un espectáculo que a Perowne le resulta descorazonadoramente familiar. Pero también hay otros aspectos menores que en realidad son más relevantes en la vida de los personajes y que le hacen reflexionar sobre si está perdiendo el contacto con sus hijos. Además, está el mencionado asunto de la guerra, que martillea su cabeza mediante el golpeteo de los tambores por los manifestantes que protestan en las calles de Londres.

Una espléndida novela postmoderna en la que McEwan vuelve a sorprendernos con su brillante clarividencia y aguda percepción de la realidad.

A.G.

domingo, 7 de febrero de 2016

Lecturas recientes: La trama nupcial

 
La trama nupcial (2011)
Jeffrey Eugenides

La nueva novela del laureado autor de Las virgenes suicidas es bien sencilla. Hay una heroína, el hombre equivocado del que se enamora y con el que se casa, y el hombre correcto que sufre mientras la espera.

Tres son, en efecto, los personajes entorno a los que se desarrolla esta versión posmoderna del romance del siglo XIX. Tres estudiantes universitarios –Madeleine, Mitchell y Leonard–, que se conocieron en la clase de semiótica y abandonaron Brown en 1982, el año antes de que lo hiciera el propio Eugenides. Madeleine Hanna es una muchacha hermosa e ingenua perteneciente a una próspera familia Wasp con profundas inquietudes intelectuales que debe elegir entre uno de los dos hombres, ambos de orígenes humildes, estudiantes de religión y ciencias respectivamente. Leonard Bankhead, su novio ocasional, es un joven brillante, taciturno, pobre y carismático. Mitchell Grammaticus, un alter del ego del autor, es un griego de Grosse Pointe, Michigan, que anhela alternativamente a Madeleine y a Dios. Resulta irresistible a las mujeres, mas es salvajemente autodestructivo. También resulta ser clínicamente bipolar. Sin embargo, Madeleine se casará con él y es precisamente en su relación donde reside la principal fuente de tensión de la novela.

El punto de vista de la novela alterna entre los tres personajes principales, pero Leonard dispone de menos tiempo que los otros dos. Madeleine, sin embargo, dispone de casi la mitad de la novela, lo cual no es extraño considerando la fascinación del autor con la experiencia femenina. Su personaje es casi totalmente reactivo; incluso el modo en que resuelve su relación con Leonard y Mitches son reactivos.

Con Mitchell embarcado en un largo viaje por Europa y la India en busca de santidad, Madeleine y Leonard se establecen en Cape Cod, Massachussetts, donde Leonard trabaja en un laboratorio de genética y Madeleine solicita plaza en un programa avanzado de estudios de la novela victoriana. Su tesis versa sobre la trama nupcial, pero ésta no parece tratar tan sólo sobre el matrimonio y el amor, sino sobre cómo estos dos temas pueden ser rescatados para la literatura contemporánea y, lo que considero más importante, sobre aquello de lo que tratan todas las novelas de Eugenides: el drama de la transición de la niñez a la vida adulta. El autor retrata a tres jóvenes que se enfrentan a la vida adulta, y en ello percibimos, por supuesto, ciertas reminiscencias de Salinger.

La novela posee la textura y el dolor de la experiencia vivida, captura la pretenciosidad de los intelectuales universitarios, el dulce encanto de la cortesía, la dura vida después de la universidad, cuando uno ha de enfrentarse al mundo sin la protección que le brindan las aulas, la lucha de Mitchell con su espiritualidad y de Leonard con la enfermedad mental que se afirma desde el comienzo y camina inexorable hacia adelante y la propia lucha entre Madeleine y Leonard.

La trama nupcial es también una novela para y sobre bibliófilos, pues explora la relación especial entre los libros y los amantes de los libros y el significado especial que éstos pueden adquirir por diferentes razones: la persona que nos los regaló, el momento de nuestra vida en que los descubrimos, o el hecho de que sea una edición especialmente bonita. En este sentido, Eugenides afirma que uno de los mayores placeres de ser un bibliófilo es curiosear en las librerías de otras personas. Esto tiene sentido desde el momento en que el autor expone la teoría de que los libros que leemos son una reflexión significativa de nuestra personalidad. Eugenides emplea los libros que lee Madeleine para exponer la personalidad de su heroína.

En efecto, los primeros rasgos de caracterización de Madeleine son proporcionados por sus preferencias literarias. A medida que la novela avanza está claro que ser una lectora ávida parece ser su único rasgo de personalidad y que a pesar de sus cuatro años de universidad fuera de casa, su personalidad aún no está bien formada. Es infantil y consentida, pues aún desea que se sus padres la traten como una niña, con todo lo que ello conlleva. Gran parte de su comportamiento parece estar calculado para evitar cualquiera cosa que pueda resultarle difícil o le suponga un desafío que no sea capaz de afrontar con éxito.

Eugenides tiene acostumbrados a sus seguidores, entre los que me cuento, a una gran novela cada diez años. En este blog ya hemos comentado Middlesex, que fue la primera que leí, y Las vírgenes suicidas, que a mi juicio posee una calidad literaria superior a la de las otras y que no deja de sorprender, lectura tras lectura, tanto por lo que se cuenta como por el modo en que se cuenta. Con todo, creo que La trama nupcial es una novela muy interesante y reflexiva, como todas las del escritor de origen griego, pues aborda no sólo los aspectos que hemos comentado en estas líneas, sino otros de mayor complejidad y que, como tales, merecería una reflexión más amplia y profunda que excede, desde luego, el propósito de este blog.

Y para concluir, un deseo en voz alta: espero que no tengamos que esperar otros diez años para volver a saborear la próxima y, a buen seguro gran novela, de Jeffrey Eugenides.

A.G. 

viernes, 15 de enero de 2016

Lecturas recientes: El sueño eterno


El sueño eterno (1939)
Raymond Chandler

La novela con la que iniciamos este incierto 2016 es la primera de las siete protagonizadas por el detective privado Philip Marlowe. Una serie magnífica e imprescindible de la ya cometamos en este blog El largo adiós (1953).

Philip Marlowe no es un personaje cualquiera, sino uno muy especial. No en vano, el propio autor reconoció en 1951 tener la impresión de estar unido a él de por vida. En efecto, Chandler comprendió perfectamente la genuina idiosincrasia del detective arquetípico de ficción y pasó años puliéndolo. Se trata de un hombre completo y común pero del todo inusual. Un hombre solitario y orgulloso de ser tratado como tal. Un hombre que habla como lo hace un hombre de su edad, es decir, con un ingenio rudo y un vívido sentido de lo grotesco, un manifiesto disgusto por la hipocresía y un absoluto menosprecio por la estrechez de miras. Fuerte, valiente y sin embargo lejos de ser infalible, Philip Marlowe se convirtió en la imagen de lo que todo hombre quería ser. El hombre que toda mujer quería amar.

Marlowe actúa, en cierto sentido, como un caballero del siglo XX que cabalga por las calles hostiles de Hollywood y Santa Mónica y visita las casas de hombres ricos, con sus mayordomos ingleses, secretos corrosivos y vicios siniestros.

El título de la novela se refiere al eufemismo con que los gánsters se refieren a la muerte. Aunque no destriparé la ciertamente complicada trama de novela, sí me gustaría dar unas pinceladas de su argumento. Éste es aparentemente sencillo, pero las cosas no tardan para complicarse. En el arranque de la historia, Philip Marlowe, de quien aún o sabemos mucho, es citado en casa del anciano y rico general Sternwood, cuya hija, Carmen, están siendo chantajeada por Arthur Geiger, un  sórdido librero que le reclama el pago de las deudas de juego de su hija. Marlowe debe dar con el paradero de Geiger. Durante su entrevista Marlowe también tiene la impresión de que algo huele mal en la desaparición de Rusty Regan, el marido de Vivian, la hija mayor del general. Las malas lenguas afirman que Regan se escapó con Mona Grant. Así pues, parece haber dos líneas argumentales en la novela: el chantaje y la desaparición de Regan.

A medida que la trama se complica, el lector se ve conducido a un mundo de pornografía, juego y escoria, ambientado en el fascinante Hollywood de los años 30. Sin embargo, tal y como ocurre en todas las historias de Chandler, el argumento está subordinado a los personajes, el estado de ánimo y la atmósfera.

El argumento de la novela procede de dos de las veintiuna historias que Chandler escribió para la revista de literatura barata Black Mask a partir de 1933. Las historias de estos relatos están ambientadas en Los Ángeles, los policías buenos y malos se ven mezclados en un cóctel criminal de violencia, drogas, sexo y juergas. Estos dos relatos que Chandler “canibalizó”, según sus propias palabras, son El asesino en la lluvia (1935) y La cortina (1936). Ambas son historias independientes que no comparten personajes comunes, pero sí guardan similitudes. En ambas hay un padre fuerte angustiado por una hija salvaje. Chandler mezcló los dos padres para crear un nuevo personaje, e hizo lo mismo con las dos hijas. Existen otras fuentes para la obra: al igual que Carmen Sternwood, su propia esposa, Cissy, había posado desnuda de joven y había tomado opio. Los problemas con alcohol de Marlowe reflejan el propio alcoholismo latente de Chandler. Prácticamente en cada escena de la novela, alguien está encendiendo un cigarrillo o tomando un trago.

Contado con esa voz característica de su autor (un inimitable estilo de frases simples pero llenas de ironía), y gracias a sus diálogos brillantes y a la conjunción de unos personajes magníficamente caracterizados, El sueño eterno es una excelente mirada al lado sórdido del sueño americano.

Chander ofrece una perspectiva filosófica del mundo. Encara en mundo hostil en el que el dinero corrompe y cualquiera puede ser comprado. Un mundo en el que la mayoría acaban rindiéndose. Pero no es el caso de Marlowe, que es un hombre íntegro, si bien no duda en infringir la ley si es por un buen motivo. Trabaja por dinero, eso es obvio, pero jamás se deja controlar por quienes le pagan. Incluso cuando Sternwood le dice que el caso ha terminado, Marlowe sigue intrigado por el misterio del chófer perdido. Le paguen o no, a Marlowe lo que le preocupa es la verdad.

La novela cosechó una buena crítica por parte del mundo literario, incluyendo a escritores de la talla de Somerset Maugham, pero apenas vendió 13.000 ejemplares. No comenzó a recibir atención mundial hasta después de la proyección de la película de Howard Hawks en que Humphrey Bogart hacía el papel de Marlowe.

El sueño eterno es una novela conmovedora y, sin embargo, realista; compasiva pero cínica acerca de la satisfacción que puede producir la vida.

A.G.

martes, 22 de diciembre de 2015

Lecturas recientes: La verdadera historia de la banda de Kelly

 
La verdadera historia de la banda de Kelly (2000)
Peter Carey

En su séptima novela, Peter Carey emplea de nuevo un tema histórico. Pero no uno cualquiera, sino la vida de uno de los mitos más perdurables de la Australia colonial: Ned Kelly (1855-1880), un proscrito legendario. Ladrón de ganado y de bancos, Kelly fue un famosísimo ladrón (de ganado, de bancos o de lo que fuera) que gustaba de dar el dinero a los pobres; una especie de Robin Hood australiano que jamás hizo daño ni a mujeres ni a niños, que se hizo construir una armadura con un cubo en la cabeza, que mató a infinidad de policías y se convirtió en un héroe del pueblo cuya violencia ha sido santificada, y que acabó colgado a la temprana edad de veinticinco años en la cárcel de Melbourne en 1880.

La violencia de Ned no es justificada, si bien se presenta como el resultado inevitable y trágico de la persecución policial de los pobres colonos irlandeses. El relato del primero asesinato que comete Ned, en Stringybark Creek, es devastador. Como consecuencia de éste, la madre es encarcelada tres años y los hermanos se ven obligados a huir.

El lector, especialmente aquel familiarizado con la vida y obra del personaje, podría esperar una mera transcripción de su vida. Partiendo de la idea de que su historia es bien conocida, urge preguntarnos qué esperaban los lectores de La verdadera historia de la banda de Kelly. Es de suponer que nadie se dejaría engañar por las citas de unas supuestas fuentes de archivo, ni con la atroz puntuación de una narración que, por lo demás, no tardamos en encontrar perfectamente adecuada.

Carey podría haber optado por contar la historia de un modo tangencial. Pero lejos de buscar un subterfugio mediante el cual abordar un asunto de dominio público, narra la historia de Ned Kelly de forma cronológica, en primera persona y guardando estricta fidelidad a los hechos narrados: desde el arresto de su padre por robar a un novillo en 1865, pasando por sus años de aprendizaje hasta conocer a Harry Power –el bandolero que habrá de convertirse en una mala influencia para Ned, quien acaba comprendiendo que en realidad no tiene nada que temer de él–, hasta la terrible escena del hotel Glenrowan en 1880, cuando la banda de Kelly planea hacer descarrilar un tren lleno de policías y cuando Ned con su armadura inhumana avanza hacia la lluvia de balas mientras hace golpear su revólver sobre su coraza hasta ser alcanzado por los disparos en las piernas.

Tres son los trucos de invención que utiliza Carey para convertir lo que podría no pasar de ser una simple biografía en una novela sensu stricto. El primero es la idea de que Kelly ha escrito durante los dos últimos años de su vida un relato de sí mismo para su hija y que este relato ha sido preservado en trece paquetes independientes de manuscritos del puño y letra de Kelly, todos los cuales conforman juntos la novela. A parte de unas escuetas notas editoriales y unos resúmenes al comienzo de cada sección, la historia es toda ella de Ned. Un material bueno y divertido, lleno de traición, asaltos a bancos y asesinatos. El segundo de los trucos es su relación con Mary Hearn, que le da una hija. Y el tercero es la voz que Carey le da a Ned, que es precisamente donde, a mi juicio, reside el verdadero encanto de la novela, lo que la convierte en una obra literaria hermosa y emocionante.

El lenguaje que emplea Ned es convincente y no deja de sorprendernos. Es simple y directo, coloquial y lleno de humor e incluso poesía. Se introduce en la mente del lector con la inmediatez de la expresión oral; en ciertos momentos parece que estuviéramos escuchando la voz del mismísimo Ned Kelly contándonos la desgarradora historia de su vida. Su voz es profundamente honesta y franca. La transparencia de su lenguaje nos lleva directamente al corazón de un personaje que es visto por los australianos como un gran héroe. Carey demanda del lector que confíe en el narrador de la historia tanto como en la historia misma. Carey está interesado en la imagen e identidad de los compatriotas, desde los primeros colonos que luchaban por comprender lo extraño y precario de sus vidas y del mundo que habitan, a la desilusión y el vacío del hombre urbano contemporáneo, separado de los vastos espacios –lugares repletos de leyendas– que se extienden alrededor.

El éxito de Carey radica, por tanto, en el hecho incuestionable de haber tomado como punto de partida la biografía del personaje escrita por Ian Jones en 1995 y proporciona a Ned Kelly de una voz que lo convierte en un ser dolorosamente real que mantiene, no obstante, su identidad de héroe. Carey dota a su novela del poder emocionante de una historia individual; no es sino el mito hecho real.

Ned Kelly en 1880
A través de los ojos de Ned Kelly, la novela examina una época singularmente incivilizada de la historia australiana –el final del siglo XIX–, una época en la que los emigrantes irlandeses sufrieron a manos de la clase británica dirigente. Nacido en el seno de una pobre familia irlandesa del noreste de Victoria, Ned sufre la mentira y manipulación de los adultos en su vida, incluyendo a su madre, Ellen, que es acosada por diversos pretendientes después de la muerte del padre de Ned. Demasiado avariciosa mas poco leal, Ellen se mantiene en el centro de los afectos de su hijo incluso después de haberlo vendido a la edad de quince años al bandido Harry Power. Como aprendiz suyo, un Ned de buen corazón se ve obligado a llevar una vida criminal, consecuencia de lo cual no tarda en dar con sus huesos en la cárcel, en lo que no es sino la primera de sus numerosas estancias entre rejas. Ned es privado del derecho a defenderse una vez detrás de otra y victimizado por un sistema legal que parece carecer de un elemento importante: la justicia. Unos años más tarde, cuando es acusado de asesinato, Ned se ve obligado a huir con sus hermano pequeño, Dan, y una banda de aliados. Durante casi dos años, eluden la justicia, robando bancos y empleando parte del dinero para ayudar a los empobrecidos habitantes del distrito.

La novela plantea una pregunta nada banal: ¿quien tiene derecho a escribir la historia? En un país donde la verdad y la justicia son conceptos peligrosamente subjetivos, ¿puede lo que es verdadero y justo ser alguna vez definido de forma satisfactoria? Ned Kelly, tal como aparece retratado en esta gran novela, se perdió en los márgenes de estas ideas, pues murió intentando abrirse camino a través de ellas.

A.G.

lunes, 21 de diciembre de 2015

Lecturas recientes: Julio César: la grandeza del héroe

  
Julio César: La grandeza del héroe (1958)
Hans Oppermann

La vida de Julio César ha fascinado a lo largo de los siglos a personas de toda índole, entre las que desde luego hemos de incluir a historiadores, novelistas o dramaturgos de renombre. La obra de Hans Oppermann nos presenta la doble vertiente del personaje: el hombre el público y el hombre privado. El político y hombre de estado que, sirviéndose de su habilidad como general, acabó por hacerse con el poder supremo en la República Romana y se convirtió en su dueño absoluto. El escritor que relata con detalle y pasión su campaña en las Galias, esposo de tres mujeres y amante de otras (y supuestamente también de otros)… El estratega. El gobernante magnánimo que no hacía un uso gratuito de la violencia y que fue asesinado por algunos de los muchos hombres a los que perdonó la vida. El hombre que abrió las puertas del nuevo Imperio a su delfín Octavio y cuyo nombre –César– se convirtió en un título con el que honraron su nombre los sucesivos emperadores romanos. Un título que simbolizada el poder supremo y legítimo del que aún encontramos reminiscencias en el siglo XX, durante el cual hombres poderosos adoptaron los títulos de Kaiser o Zar, como tributo a Julio César.

Oppermann repasa en su brillante estudio las diferentes etapas de la vida del personaje: desde los poco conocidos años de su infancia, turbulenta juventud y prometedora carrera política, durante la cual se relacionó –aunque de diferentes maneras– con personajes como Mario, Cinna, Sila o Cicerón, hasta su acceso al consulado. Julio César fue un fugitivo, prisionero de piratas, a los que acabaría ajusticiando, líder militar, abogado y cónsul en Hispania y la Galia, donde llevó a cabo una impresionante serie de duras campañas contra los diferentes pueblos bárbaros, que no dio por terminadas hasta llevarse esposado a Roma a Vercingétorix, el líder galo de la tribu de los Arvernos.

A Julio César jamás le faltó el valor necesario, si bien siempre actuó de acuerdo con los dictados de la razón. Fue paciente y perseverante con los Galos, calculador y decidido con Pompeyo, a quien trató con todos lo medios de convertir en su aliado, magnánimo con sus enemigos. Cruzó el Rubicón y emprendió una lucha encarnecida contra los pompeyanos, que hubo de continuar incluso después del vil asesinato de Pompeyo en Egipto; una crueldad sin sentido que Julio César recriminó a Ptolomeo, quien se sirvió de la traición de los propios hombres de Pompeyo para entregarle su cabeza a Julio César, en cuyo ánimo estuvo siempre restablecer la amistad entre los dos.

Tras el final de la Guerra Civil, triunfador de campañas militares que lo llevaron de una punta a otra del Mediterráneo, e incluso más allá (Veni, vidi, vici), Julio César se convirtió en dictador. Fue aclamado e idolatrado por sus legiones y por el pueblo, con quienes compartió la inmensa riqueza de sus botines de guerra.

Sin embargo, sus actos –a veces excesivamente despóticos– no fueron del agrado de todos, ni siquiera de aquellos a los que perdonó la vida, y se urdió una conspiración que acabó con su violento asesinato a las puertas del Teatro de Pompeyo el 15 de marzo del año 44 a.C. (A propósito de este asunto recomiendo Los Idus de Marzo (1948), la entretenida novela histórica del escritor norteamericano Thornton Wilder.)

El legado de Julio César –el que fuera gran admirador de Alejandro Magno– es inmenso, tal como Oppermann desgrana en uno de los capítulos finales de su obra; un legado historiográfico tanto como político… pero ésa es otra historia.

A.G.