Presentación

La pintura de la voz (palabras con que el filósofo y escritor francés François-Marie Arouet, más conocido como Voltaire, calificó el arte de la escritura) nace con la pretensión de ser un lugar de intercambio de opiniones sobre literatura.
Cuando el tiempo me lo permita, iré publicando noticias interesantes del mundo literario, comentarios de libros que he leído recientemente, de mis obras favoritas, etc
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martes, 26 de diciembre de 2017

Lecturas recientes: El Círculo


El círculo (2013)
Dave Eggers

Mae Holland, una entusiasta veintañera y licenciada universitaria, comienza a trabajar en el Círculo, la empresa más influyente del mundo, gracias a su ex compañera de habitación y amiga, Annie, una circulista de cierta relevancia. La primera impresión encandila a Mae; se maravilla del hermoso campus, la fuente, las pistas de tenis y voleibol y piensa que aquello es el Cielo, sin saber que será el Infierno.

El Círculo es una empresa enorme de tecnología de la información que ha amalgamado diferentes funciones desempeñadas por empresas del ramo que todos conocemos (y de las que no deseo hacer publicidad, que de bastante disfrutan ya) para crear una corporación unificada con ideas aparentemente hermosas. Los clientes entran en el Círculo con una identidad sencilla, su TruYou, que les permite acceder a todas a las operaciones y conexiones sociales imaginables en el universo digital.

En el interior de la organización un círculo de jefes fusiona idealismo tecnológico y derechos humanos hasta presentar una visión de democracia, transparencia y conocimiento perfectos. El Círculo está dirigido por Tres Hombres Sabios, cada uno de los cuales juega un papel diferente, pero en cuya combinación se encuentra el éxito de la compañía. Nos hallamos, obviamente, antes unas claras referencias orwellianas que no han de pasarle desapercibidas al lector. No obstante, el eslogan central del Círculo (“Todo lo que ocurre debe ser conocido”), deriva no tanto de una imberbe ideología política como del tipo de llamémoslo “infoutopía” expuesta por Julian Asange o los sueños de conectividad social de Steve Jobs.

Mae comienza a trabajar en el modesto departamento de Atención al Cliente, proporcionando respuestas modelo a las preguntas y quejas de los clientes. El primer día su trabajo recibe una puntuación de 97 sobre 100, un récord para un novato. Puesto que las puntuaciones de todos los trabajadores son accesibles a todos y cada uno de ellos, Mae se siente impelida a logra la mayor calificación posible y no tarda en revelarse como una competidora entusiasta. Sus altas calificaciones le permiten acercarse a los anillos interiores de la empresa. Se inicia, así, el descenso de Mae al universo del Círculo. A medida que nos adentramos en el libro, aprendemos que la transparencia que define el trabajo diario de Mae se extiende por toda la compañía. Se espera que los circulistas suban “zings” a la plataforma constantemente, compartan fotos y videos e interactúen con sus seguidores. Pero la presión a hacer todo esto, en lugar de elevar, elimina su escepticismo acerca de sus jefes. De tal forma que Mae se imbuye cada vez más de éste y pasa de ser un simple empleado del Círculo a una ávida usuaria.

A medida que Mae avanza en su involucración (o descenso al Infierno, según como queramos verlo), nuestra heroína se convierte en una especie de cachorro feliz que agita su cola con la esperanza de recibir una recompensa, es decir, una puntuación más alta que le permita subir en la clasificación. Lejos de resistirse, Mae encuentra “delicioso” y “estimulante” cada nueva demanda electrónica. Nada parece evitar, pues, que Mae caiga en las profundidades del Círculo. Sin embargo, un personaje emerge de las sombras, Kalden, quien a diferencia de los demás no da la impresión de vivir en ese mundo de transparencia. Su nombre no aparece en ningún sitio y Mae experimenta su invisibilidad como agresiva. Todos los miembros del Círculo son jóvenes y saludables. Kalden, por su parte, tiene el pelo gris aunque parezca joven.

En su segundo encuentro Mae sigue a Kalden a las profundidades, por largos pasillos y a través de túneles subterráneos, hasta llegar a una sala donde Kalden le muestra una caja roja metálica del tamaño de un autobús, envuelta en brillantes tubos plateados. Kalden le dice que allí se almacenan las experiencias del Hombre Transparente, quien lleva cinco años grabando todo lo que ve y oye. Más tarde, Kalden le desvela a Mae que, en realidad, El Círculo es una “pesadilla totalitaria”, como si el lector no lo supiera ya desde el comienzo.

Al final, Mae llega a hacerse tan transparente como puede llegar a ser una persona en el reino del Círculo. Una cámara vigila todos sus actos a lo largo del día. En el baño, por ejemplo, puede apagar el audio, pero la cámara continúa mostrando imágenes de la puerta. Si permanece en silencio demasiado tiempo, sus seguidores le envían mensajes urgentes preguntándole si se encuentra bien.

Pero, ¿qué ocurre con la vida de Mae fuera del Círculo? Juzgad vosotros mismos: se ha peleado con su novio, Mercer, que ha tratado de abrirle los ojos sin éxito alguno; su padre sufre esclerosis múltiple, pero a cambio de la ayuda del Círculo se ve obligado a llevar una cámara, como ella, a todas partes, hasta que por supuesto se cansa. Y respecto a su amiga Annie, Mae sólo piensa en superarla y quitársela de en medio. Es entonces cuando llegamos al final del libro, a una escena escalofriante que no os desvelaré, por supuesto.

La acción transcurre en un futuro no demasiado distante; los tres sabios que poseen y dirigen el Círculo son reconocibles como individuos de hoy. La empresa demanda transparencia en todo; dos de sus principales eslóganes son: “Los secretos son mentiras” y “La privacidad es un robo”. Se prohíbe el anonimato, se revela el pasado de todos, el presente de todos puede ser transmitido en directo con imagen y sonido, nada grabado se borrará jamás. El objetivo del Círculo es que todos los aspectos de la existencia humana (desde el voto a los asuntos de amor) fluyan en su portal, el único portal de ese tipo en el mundo.

Esta potencial distopía debería resultar familiar. Los asuntos que plantea Eggers ya se debaten en libros y tweets. Es la llamada tiranía de la transparencia, la perpetua presencia de la persona en las redes sociales; nuestra extraña querencia a mostrarnos, el voraz apetito informativo de los buscadores y redes sociales, nuestras vidas bajo la constante supervisión de nuestro propio gobierno. Esta obsesión por compartir opiniones y momentos privados están enriqueciendo a empresas que, a causa de su especial naturaleza, pisotean lo único que nos permite ser a cada uno de nosotros mismos: nuestra privacidad; la libertad de ser buenos o malos sin tener en cuenta si alguien nos está viendo o no, y a vivir nuestra vida para nosotros mismos. Nuestra incapacidad para darnos cuenta de esto parece ser el mayor temor de Eggers, quien conforma la discusión como si fuera una fábula o un cuento que pretende ser instructivo.

Es por ello que bien podríamos pensar que Mae no es una víctima, sino una villana de segunda. Sus motivaciones son menudencias relacionadas con Internet: conseguir las puntuaciones más altas, adentrarse en el interior del Círculo, ser popular. En este sentido, Mae es una mera escolar más que una malvada. Quizá sea esto lo que Eggers quiere decir: que el mal en el futuro se parecerá más a la trivial Mae que al ojo inquisitorio del Gran Hermano. En este caso, creo que Eggers debería haberse esforzado más en expresar este sentimiento tan profundo. Los personajes necesitan sustancia y Mae debería parecer algo más que un simple personaje de cómic.

Por todo lo expuesto, uno no sabe si debería entender El Círculo como una sátira del presente o como una visión distópica de un futuro cercano. Creo que quizá debiéramos concebirla como una visión caricaturesca de la tecnología, del totalitarismo de baja intensidad, un experimento narrativo en el que es el idealismo ideal, más que el fascismo o el comunismo, lo que alcanza una solución final.

El Círculo es el mejor, si no el primer y quizá único intento hasta la fecha en la literatura contemporánea de presentar las consecuencias de vivir en un mundo que rehúye el ideal de privacidad. A diferencia de su predecesor, 1984, de George Orwell, El Círculo explora el camino a la tiranía más que un mundo consumido por ella, más allá de un punto en el que no hay retorno. Se trata, por tanto, de una novela de ideas; de ideas sobre la construcción y deconstrucción de la privacidad, sobre el creciente poder corporativo de la privacidad y los efectos que tal posesión puede tener en la naturaleza de la democracia occidental.

Dave Eggers representa la última generación de grandes escritores norteamericanos que han emergido (y superado) los viejos valores de la literatura. En este sentido, El Círculo puede representar la visión de los idealistas de las redes sociales, vistos a través de la forma de una tradicional novela escéptica.

Llegados al punto donde nos han llevado la sociedad hipertecnificada de la que somos parte y la voracidad informativa de las redes sociales, creo que sería pertinente preguntarnos si acaso no se ha cerrado ya el círculo al que alude el autor en esta reveladora novela.

A.G.

viernes, 24 de noviembre de 2017

Lecturas recientes: Tsugumi


Tsugumi (1994)
Banana Yoshimoto

La novela está contada en primera persona por Maria Sirakawa, una mujer joven cuya vida anterior estuvo llena de incertidumbre debido a sus inusuales circunstancias domésticas. Su padre es un hombre de negocios de Tokio y su madre es la amante de su padre, quien era incapaz de obtener el divorcio de su mujer. Maria y su madre vivían en una pequeña ciudad costera, echando una mano en el negocio de la familia, a la espera de las visitas de fin de semana de su padre.

El divorcio llega finalmente y María y sus padres han de comenzar una vida nueva como una familia de verdad en Tokio, si bien parte de Maria permanecerá en la costa. Maria regresa a la ciudad para pasar un último verano durante el cual se está derribando la pensión. Un verano que proporciona a Yoshimoto con toda la trama que necesita para explorar los vínculos difíciles pero afectuosos entre las primas.

En efecto, Maria es consciente de que éste será probablemente el último verano que pase con sus primas, Yoko y Tsugumi Yamamoto. El anuncio de la venta de la venta de la pensión ha conmocionado a Maria, que se enfrenta a este último largo verano dorado, antes de que las ligaduras con su infancia desaparezcan para siempre. Durante este tiempo, las tres chicas salen juntas y pasean por la playa desierta, recordando con indulgencia romances de verano.

Maria se da cuenta de que aunque ahora va a tener por fin lo que siempre ha querido, esto es, una vida familiar estable, está a punto de perder algo que valora enormemente. Sin embargo, está determinada a sonreirle a la cara a esta terrible pérdida y apurar las últimas gotas de felicidad del verano.

Su prima Tsugumi es una joven frágil y hermosa que habla despacio y parece encantadora a simple vista. Padece una enfermedad crónica y esto parece liberarla de las normas de comportamiento que gobiernan a Yoko, su hermana mayor, y a la propia Maria, permitiéndose maldecir, flirtear con chicos y urdir bromas elaboradas que sorprenden a los adultos de una manera que molestan a Maria, a la vez que provocan su envidia y admiración.

Tsugumi posee un encanto malévolo que enloquece tanto como divierte a su familia y amigos más cercanos, para quienes la joven se revela en ocasiones como una bruja delirante al más puro estilo japonés. Tremendamente consentida y con frecuencia maliciosa, Tsugumi provoca disputas, miente constantemente y disfruta haciéndole vida imposible a los que la rodean. Es difícil de imaginar que estas dos facetas contrapuestas existan en una sola persona.

Maria, como el resto de su familia, es sin embargo el parangón de la paciencia y amabilidad, y mantiene una relación particularmente compleja con su carismática prima. Cuando la salud de Tsugumi empeora, Maria se enfrente por primera vez a la posibilidad de que la chica pueda morir, y posiblemente pronto. Es un hecho evidente para Maria, pues esta circunstancia amenaza todas sus nociones del hogar, amor, familia y pertenencia.

Tal como ocurre con varias de las novelas anteriores de Yoshimoto, Tsugumi no tiene en realidad principio, desarrollo o final. Es más bien una instantánea de una vida, o vidas desequilibradas, a veces de forma visible, a veces tan sólo bajo la superficie. Yoshimoto presenta unos personajes convincentes, una manera suelta y etérea de escritura y un buen ojo para captar el modo en las experiencias terribles conforman la vida de las personas.

La novela se construye entorno a la relación entre Maria y Tsugumi, a la vez que explora la relación entre Maria y su hermana, Yoko, y con sus propios padres. Además, la novela opera como un breve interludio en la vida de una persona que aún tiene que convertirse en sí misma, pero que comienza a descubrir, en virtud del contraste y observación más que cualquier evento particular, que el futuro es brillante para ella y que hay mucho por lo que dar gracias.

Es el hecho de que Maria se dé cuenta del verdadero carácter de su prima y el valor y futuro potencial de su propia vida, lo que impulsa la narrativa hacia adelante, aunque su personaje pueda parecer en ocasiones demasiado débil como para sostener la novela por sí misma.

Los intentos de Maria por entender la personalidad poco común de Tsugumi, y los intentos de Tsugumi por vivir su vida delicada a tope, a pesar de las consecuencias, y resistir el sentimentalismo son también razonablemente potentes, incluso en la ausencia de un auténtico argumento. Las subtramas de los propios sacrificios de la madre de Maria, primero en términos de su amante y luego en términos de su amor por el mar, también operan perfectamente con el sacrificio de Maria su transición a la vida adulta. Su Adiós a Tsugumi (el título original) no es sólo el adiós entre primas y amigas, sino un adiós a la infancia y la inocencia.

La novela nos ofrece una lectura interesante, los personajes (en especial Maria) son interesantes y la localización es atractiva, pero carece de impulso, incluso de emoción, lo cual deja al lector preguntándose qué ha ocurrido exactamente en esta novela. El final es quizá es quizá un poco forzado y deja al lector algo insatisfecho. A pesar de la carencia de profundidad, complejidad o movimiento en la novela, el libro se disfruta, pues posee un sentimiento delicado y una transformación sutil que recordará al lector sus propios años de adolescencia. Un libro adecuado para un joven adulto.

A.G.

viernes, 13 de octubre de 2017

Sorpresas gratas: La maravillosa vida breve de Óscar Wao


La maravillosa vida breve... (2007)
Junot Díaz

Tal como sugiere el título, ésta es la crónica de la vida breve de su protagonista, un adolescente obeso y virginal que crece en Paterson, Nueva Jersey, durante la década de los ochenta. A lo largo de esta vibrante novela, Junot Díaz retrata la infatigable búsqueda de la felicidad de su protagonista, una mezcla de dominicano y estadounidense, mientras nos da un paseo por un siglo de historia dominicana y nos muestra cómo la vida breve de un chico solitario puede ejemplificar la experiencia del emigrante. Desde el comienzo se tiene la impresión de que la familia de Óscar está condenada por una maldición de las Antillas llamada “el fukú”. Se cree que la llegada de los europeos a la isla de la Española liberó el fukú en el mundo, y desde entonces nadie ha sido capaz de acabar con él.

La soledad de Óscar se ve agravada por su innato carácter friki, un amor por la ciencia ficción, una madre inconmensurable y una hermana contracultural. Óscar personifica la antítesis de la masculinidad dominicana. Es un outsider entre outsiders, un virgen intelectual en medio de una cultura de dominicanos emigrantes en la que el sexo es lo único que parece pervivir. Predestinado a una vida de perpetuo bochorno y humillación, Óscar se regocija en el mundo friki: cómics, películas de ciencia ficción, anime, juegos de rol y novelas fantásticas; esto es, el almacén pop-literario de mitos y fantasías que suele creerse habitado por chicos frustrados sexualmente y socialmente marginados. Adora el mundo creado por Tolkien, cita a Star Trek y juega a Dragones y Mazmorras. Su ambición es escribir una épica de fantasía espacial en la que combinar los temas característicos del autor de El señor de los anillos y Doc Smith. Admira series británicas como El Doctor Who y Blake’s 7. Cuando llega a la universidad comete el error de disfrazarse en Halloween de Tom Baker, el actor que encarna al Doctor Who. Este error le hace parecerse a Óscar Wilde, que el acento dominicano transforma en Wao.

Pero la vida de Óscar no es siempre el principal centro de atención de la narrativa, pues otros personajes importantes en su vida cobran protagonismo. En realidad, Óscar parece a menudo como poco más que un exiliado en el libro que lleva su nombre. El relato de sus frustrados romances, sus intentos de suicidio, sus amistades y proyectos literarios se ve interrumpido, y eclipsado, por episodios de historia familiar que revierten el camino migratorio desde la República Dominicana a Estados Unidos, de tal modo que la narración se concentra en las mujeres de la familia de Óscar.

Su hermana Lola, que hasta entonces no había sido más que una presencia nebulosa, relata en su diario su lucha adolescente con su madre vituperadora, Beli. Lola es una rocker punk desenfrenada, un as del volante y en muchos aspectos un personaje más vívido y magnético que su hermano. Mantiene una relación tumultuosa con Yunior, que es precisamente quien narra la historia de Óscar. Pero el chico dominicano de estos relatos ha crecido, del mismo modo que el autor, hasta convertirse en un narrador de historias apasionante y coloquial. A través de sus ojos, el que fuera compañero de habitación de Óscar en Rutgers y su reticente protector, conocemos la vida de Óscar durante sus años universitarios. Su voz reverbera jerga hip-hop, habla de gueto y, sobre todo, un cariño creciente por el lerdo de su amigo. Yunior es lo opuesto a Óscar en cualquier modo imaginable.

Más adelante, la narrativa da marcha atrás y se remonta a los años de formación de Beli en la República Dominicana, bajo el mandato de Rafael Trujillo, el dictador genocida que dirigió el país con mano de hierro desde 1930 hasta que los Estados Unidos ordenaron su ejecución en 1961. Entre el Santo Domingo de la época actual y la era de Trujillo, los personajes sufren un horrendo trama físico y emocional en su tierra natal, si bien, una vez han emigrado a Estados Unidos, tratan que las historias desaparezcan de la memoria colectiva.

Beli bien podría encarnar el estereotipo de la fiera mujer sudamericana que cría a sus hijos sola y trabaja hasta la extenuación en oficios de baja categoría mal pagados. Su notable biografía conforma la verdadera espina dorsal de la narrativa. En Baní, la ciudad de provincias de la República Dominicana donde se crió, Beli era una belleza de piel morena, una estudiante becada en un sofisticado colegio privado y finalmente la amante de un conocido criminal. El doloroso tránsito familiar de su hijo a la vida adulta es comparado con su propia transformación. Cuando la conocemos, se trata de una borderline enfadada, una matriarca que lucha con su hija y acaba agotada por trabajo y la preocupación. Pero capítulos posteriores muestran a Beli como una hija rebelde que lucha con La Inca, la pobre pero respetuosa pariente en cuya casa se crió. Los padres de Beli (médico y enfermera) eran miembros de la burguesía que se enemista con Rafael Trujillo, un dictador brutal, incluso para lo habitual de mediados de siglo XX en Sudamérica. Y justo por ese motivo Trujillo resulta ser una gran bendición para Díaz, que retrata los pueblos y ciudades de su país en las décadas de los 40 y 50, un periodo que es tan violento como sensual y exótico. Puede que la isla esté maldita y encantada, pero está también hechizada; incluso los recuerdos más amargos parecen suavizados por la nostalgia. Los espíritus malignos que son invocados periódicamente para explicar la mala suerte de la familia de Wao son también, para el novelista y para sus personajes, auténticos amuletos. Sin los horrores y las supersticiones del viejo país, sin la dulzura tropical que modula la prosa de Díaz incluso en momentos de gran crueldad, Óscar Wao no sería más que otro friki con una larga lista de desesperadas obsesiones sexuales no consumadas.

El tono narrativo de Díaz es la revelación más importante de Óscar Wao. Once años después de que publicara Los boys (Drown), una colección de historias semiautobiográficas ambientadas en la República Dominicana, Díaz escribe una obra más estilizada y ambiciosa en la que narra la rápida mezcla de referencias culturales frikis y jerga urbana. Aunque los temas y motivos de la novela son reminiscencias de muchas sagas familiares de emigrantes, la historia engancha y es emocionante. De hecho, es difícil pensar en una novela que contenga tanta brutalidad, tortura, violación, asesinato y suicidio como ésta.

A pesar de abarcar un espacio de tiempo relativamente compacto, la novela contiene una rebelde multitud de estilos y géneros. De hecho, la historia de transición a la vida adulta de Óscar es quizá la capa más fina, pues el drama de un joven adulto cubre la crónica de una familia emigrante multigeneracional que se aventura en el realismo mágico tropical, el feminismo punk-rock, el machismo hip-hop o la pirotecnia postmoderna.

Reuniendo todos estos elementos surge una voz que es profana, lírica, culta e incansable, un derroche de acentos y lenguas que coexisten dentro de una única personalidad. La voz narrativa pertenece la mayor parte del tiempo a Yunior, quien sólo gradualmente se deja ver detrás de la cortina de una narración aparentemente omnisciente para revelarse como un personaje.

No obstante lo dicho, la novela es algo más que la épica de un friki, pues Junot nos cuenta una historia perfectamente acompasada de emigración y asimilación. Al crear a Óscar, Junot Díaz ha utilizado un estereotipo para subvertir otro. No todos los dominicanos son unos machotes, y no todos los fanáticos de la ciencia ficción, el anime y Dragones y Mazmorras son chicos blancos. El machismo de la cultura de dominicano-americanos de segunda generación es una fuente interminable de angustia para el joven Óscar, y uno es consciente de que su vida va a ser breve pues es demasiado bondadoso para ella.

La novela ofrece un punto de vista novedoso e ilustrativo de las experiencias postcoloniales. Díaz sugiere que los emigrantes de países en guerra habitualmente se llevan consigo al nuevo mundo los motivos por los que se marcharon: miedo, sospecha y descontento. En efecto, Díaz ha conseguido retratar tanto la particularidad de la vida interior de un adolescente dominicano en Nueva Jersey, como llegar a conclusiones de carácter universal acerca de hombres y mujeres, de raza y clase social.

Una novela estupenda (gloriosa en algunos momentos) que recuerda por momentos a las obras de algunos de los miembros de la larga saga de escritores sudamericanos (García Márquez, Vargas Llosa, Juan Rulfo o Roberto Bolaño, principalmente) que han conformado un peculiar estilo de contar las cosas que tanto deleite y admiración despiertan en el autor de estás líneas.

A.G.

sábado, 16 de septiembre de 2017

Lecturas recientes: La fórmula preferida del profesor


La fórmula preferida del profe (2003)
Yoko Ogawa

La narradora de esta conmovedora novela es una madre soltera a la que su agencia de empleo le asigna un nuevo cliente que vive en un piso destartalado de dos habitaciones en una pequeña ciudad japonesa. Se trata de un profesor, un brillante matemático que sufrió un daño cerebral en un accidente de coche en 1975, cuando aún era un destacado profesor de matemáticas y su amado Yutake Enatsu, el pitcher de los Hanshin Tigers, acribillaba a los bateadores rivales. Desde entonces, el profesor no puede recordar nada que haya ocurrido más de una hora y veinte minutos antes. Lo único que puede recordar es las matemáticas, que brotan en su cerebro en cada actividad de su vida. En un vano intento de llevar una vida normal, el profesor cubre la chaqueta de su traje de notas con recordatorios que él mismo garabatea

Un día la criada le dice al profesor que tiene un hijo de diez años. El profesor abandona su aire taciturno y le pide a la mujer que lo traiga a casa para que el niño no esté solo después del colegio. El profesor y el niño no tardan en congeniar. El profesor decide llamarle Raíz porque su cabeza es plana y le recuerda al símbolo matemático de la raíz cuadrada. Su madre jamás se refiere a él por cualquier otro nombre. Nadie excepto Raíz tiene un nombre en realidad.

Todas las mañanas la criada tiene que presentar a su hijo y a sí misma al profesor. El profesor, por su parte, les pregunta todos los días sus números de zapato y de teléfono. Siempre tiene algo sorprendente que decir acerca de cualquier número que surja. Por ejemplo, el número de la camiseta de su adorado Enatsu, el 28, el segundo número perfecto más pequeño (la suma de todos los divisores excluyéndose a sí mismo). O el cumpleaños de la criada, el 20 de febrero (220), que resulta ser amigo del número 284, que está grabado en el interior del reloj que le dieron al profesor en la universidad como premio a su tesis. Por lo demás, el profesor pasa el día resolviendo problemas matemáticos de revistas y dando paseos con sus recordatorios adheridos al traje. Es su pasión por los números y por compartir su belleza y poesía con otros lo que ayuda al profesor a construir una amistad sorprendente pero duradera con la criada y su hijo.

A parte de la relación entre los miembros de este extraño triángulo, encontramos en la novela una subtrama a propósito del béisbol. Además de Enatsu y sus logros deportivos, el profesor se siente atraído por el sinfín de estadísticas del deporte; el profesor, sin embargo, jamás ha asistido a un partido de béisbol. Otros elementos significativos recorren la novela: la presencia difusa y sobreprotectora de la cuñada del profesor, el premio que logró el profesor en una revista de matemáticas y la fórmula de Euler.

Desde luego, las matemáticas son el motor que mueve la novela. Gracias a las explicaciones del profesor, el lector se instruye acerca de los números primos o la invención del cero. Quizá las palabras más espléndidas del profesor son cuando dramatiza la caza de números primos como una búsqueda en una tierra inhóspita. Al comienzo, los números primos son frecuentes, pero cuando se alcanzan números más altos uno se aventura en una tierra baldía en la que los números primos se encuentran muy apartados unos de otros.

En la escena más conmovedora del libro, encontramos al profesor escribiendo una de las ecuaciones más hermosas de las matemáticas en un trozo de papel, poniéndolo en la mesa y marchándose de la habitación. La criada se queda sola para investigar en el significado de eπi+1=0 en la sección de matemáticas de la biblioteca municipal. Puede que no haya un argumento sólido que te impela a leer página tras página sin interrupción, pero la revelación que hace la novela de la verdadera naturaleza y atractivo del funcionamiento de los números es cautivadora. Todo esto opera, por supuesto, como una enorme metáfora de la realidad de las relaciones humanas en la práctica. Y el único predicamento del profesor ciertamente sugiere preguntas acerca de cómo establecemos relaciones en el aquí y ahora. La mente del profesor sigue estado viva y llena de elegantes ecuaciones del pasado. Los números, en todo su orden articulado, revelan un mundo poético tanto a la criada como a su hijo. El profesor es capaz de descubrir conexiones entre las cantidades más simples y el universo en su totalidad, acercando sus vidas aún más y de un modo más profundo, incluso cuando su memoria de desvanece.

Un día la criada descubre la tesis del profesor, enterrada entre sus cartas de cuando tenía veintinueve años. En la tesis hay una vieja foto del profesor de joven con su cuñada. Aunque jamás queda claro en la novela, se deduce que el profesor y su cuñada estuvieron enamorados, pero no está claro si este amor comenzó como una aventura o después de la muerte del hermano del profesor.

El profesor celebra el undécimo cumpleaños de Raíz. Dos días después, la cuñada da la orden de trasladarlo a una residencia alegando el empeoramiento de su memoria y que lo había previsto hace tiempo. Durante los siguientes once años, hasta que muere el profesor, la criada y Raíz no dejan de visitarlo. El propio Raíz acaba convirtiéndose en profesor de matemáticas, algo que emociona al profesor el día en que se entera de la noticia.

Una historia muy original y cautivadora, salpicada con el suficiente ingenio y misterio para tenernos enganchados de comienzo a fin, sobre lo que significa vivir en el presente y sobre las curiosas ecuaciones que pueden crear una familia.

Una novela amable y elegante, escrita en un lenguaje tan lúcido como poco pretencioso por una de las voces más originales del panorama japonés actual. Fue un bestseller y tuvo una película en Japón.

A.G.

miércoles, 30 de agosto de 2017

Lecturas recientes: Un puñado de polvo

 
Un puñado de polvo (1934)
Evelyn Waugh

La comedia negra se mezcla con lo ridículamente absurdo, la farsa con la tragedia, para producir una novela deslumbrante.

Waugh logra demostrar con éxito cómo una sociedad compleja que ha evolucionado hasta convertirse en una cultura altamente sofisticada es inevitablemente un fértil campo de cultivo para el desarrollo de la sátira social. Un puñado de polvo es un ejemplo sublime de la maestría de su autor en retratar este fenómeno.

El título de la novela procede de un verso de The Waste Land, de T.S. Eliot:

                         I will show you something different from either
                         Your shadow at morning striding behind you
                         Or your shadow at evening rising to meet you;
                         I will show you fear in a handful of dust.

El poema de Eliot se centra en una civilización decadente o, más bien, muerta ya, representada por sus personajes aislados. Un título muy acertado, como veremos a continuación.

La historia se centra principalmente en el personaje de Tony Last, un caballero que vive en la casa de sus ancestros, Hetton Abbey (a una cómoda distancia de Londres), junto con su aristocrática y bella esposa Brenda y su hijo pequeño John Andrew. Tony y Brenda, que llevan casados siete años, son una pareja tan espléndida que resultan redundantes. Tony, que ha heredado una gran hacienda, es un tradicionalista, un hombre que cree que con el cuidado adecuado se puede preservar la personalidad de la gente y sus casas. Tony dedica su vida a su hacienda y al pueblo vecino, donde hace las funciones de terrateniente, involucrándose en los asuntos locales y prestando servicio como miembro de la junta parroquial en la iglesia anglicana. Tony ha desarrollado un sentido del pasado nostálgico y sentimental. De hecho, y de un modo ciertamente inocente y carente de gusto, ha dado a las habitaciones de su casa los nombres de personajes de la leyenda artúrica.

Sin embargo, la vida en Hetton Abbey no tarda en aburrir a Brenda. Es tan inteligente y tan bien educada que ansía la mediocridad, a la que confunde con la libertad. Ésta la encuentra en la persona de John Beaver, un joven inútil y carente de atractivo que pasa los días sentado en casa junto al teléfono a la espera de que alguien le invite a acompañarle a una fiesta. Brenda no se siente exactamente atraída por Beaver. Él simplemente despierta su curiosidad. Una mujer alegre, Brenda disfruta con el juego de intentar descubrir si él tiene realmente personalidad. Beaver, por su parte, también alberga dudas sobre Brenda. ¿Qué puede esperar ella de él? Él no se puede permitir a alguien como Brenda, ni financiera, ni emocional ni socialmente. Beaver se da cuenta de su incongruencia es su único atractivo, que es una flor de plástico que ha iluminado una hermosa mariposa.

Mientras tanto, Tony parece ajeno al asunto. Su buena educación le impide oponerse a los cada vez más frecuentes viajes de su mujer a Londres, donde se encuentra con su amante. Brenda, por su parte, hace todo lo que una esposa atenta puede hacer para consolar a Tony. Le lleva el fin de semana a Jenny Abdul Akbar con la esperanza de que pueda distraer a su marido. Jenny sufre las dificultades de vivir como esposa de un muladí marroquí.

Más tarde, el hijo de Tony y Brenda muere en un accidente de caballo. Cuando Brenda recibe la noticia, expresa su alivio por que la víctima sea su hijo, en lugar de su amante. Brenda se distancia de Tony y le pide el divorcio para poder casarse con John Beaver. Para proteger el buen nombre de Brenda, su abogado convence a Tony de que tome parte en una charada en un hotel de Brighton con una supuesta amante. Pero el plan se frustra de la manera más inverosímil y surrealista. Más tarde, cuando el hermano de Brenda solicita un acuerdo de divorcio que requeriría la venta de Hetton para que Tony pudiera satisfacer las 2.000 libras anuales de manutención, Tony hace un educado mutis por el foro y se une al doctor Messinger (un hombre que conoció en su club) en su expedición arqueológica a Brasil. Durante el viaje Tony hace amistad con una encantadora chica criolla que regresa su escuela de París a Trinidad para contraer adecuado matrimonio.

Tony y el doctor Messinger desembarcan en Georgetown, en la Guayana británica, y se dirigen al interior, donde son abandonados por sus guías nativos y continúan su viaje solos a lo largo del afluente del Amazonas. Tony sufre una fiebre tropical. En su delirio se imagina a Brenda en la barca con ellos. Gracias a los flashbacks intercalados a lo largo de la narración, nos enteramos de que Brenda y John Beaver se han cansado el uno del otro y Brenda ha visitado al abogado de Tony para preguntarle si se encuentra su nombre entre los beneficiarios del testamento de Tony. El doctor Messinger deja a Tony tumbado en su hamaca para buscar ayuda río abajo y acaba ahogado en una cascada. Tony, víctima aún del delirio y la fiebre, es descubierto y rescatado por el excéntrico Mr. Todd, que lo cuida hasta que recupera la salud. Mr Todd es un adicto a Dickens. Incapaz de leer, retiene a Tony en la selva con este propósito. Juntos, recorren la obra completa de Dickens con la excepción de dos volúmenes de los que se han adueñado las hormigas. Una vez terminado, vuelven al principio. A pesar de la insistencia de Tony en que su captor le indique cómo salir de la selva, uno se pregunta si Tony no será al final más feliz con Mr. Todd y Dickens que de vuelta en Inglaterra. Mr. Todd ha urdido un plan que no le deja al bueno de Tony la más mínima posibilidad de elegir su propio destino. Con el paso de los años, se da por hecho en Inglaterra que Tony ha muerto. Sus primos heredan Abbey Hetton, mientras Brenda resuelve su situación casándose con Jock Grant-Menzies, un amigo de Tony.

La novela aborda, en definitiva, cómo los ricos pueden llegar a perder el sentido de las cosas que realmente importan en la vida, tales como sus familias, y cómo esto puede llevarles al final a arruinar sus vidas. El autor explora también el egoísmo del ser humano, tal como vemos perfectamente en el personaje de Brenda, alguien empecinado en lograr sus propias ambiciones de riqueza y felicidad a pesar de la muerte de su hijo y el sufrimiento de su marido.

Waugh también logra demostrar la vulnerabilidad de la civilización ante el resurgimiento de la barbarie que fue superando lentamente, con el paso de los años. gracias a un trabajo inconmensurable. La lucha entre barbarie y civilización no era para Waugh una cuestión racial, sino de fe, voluntad y fortaleza. La crítica social se revela de una agudeza especial en su retrato de una sociedad en la que mantener las apariencias es todo; si bien las apariencias no cuentan nada, pues todos perciben la realidad moral del adulterio, el divorcio y el hurto de un modo muy simple, la aceptan sin cuestionársela, hasta el punto de que se espera de Tony que venda Hetton para permitir que Beaver se case con Breda y mantenga el lujo al que ella está acostumbrada. La tremenda fuerza de este capítulo se debe muy probablemente al trauma que el propio autor experimentó en su primer matrimonio, que acabó en divorcio después de que su mujer le fuera infiel con un amigo común.

Con todo, no existe una catarsis cómoda en la obra. Waugh nos hace sentir que la alternativa a la arcaica estructura social de la época no es un nuevo orden, sino un caos tan viejo como la propia humanidad.

A pesar de ser un autor satírico, Waugh es capaz de escribir escenas trágicas como nadie. Cuando el hijo de Tony muere en un accidente de caballo, Brenda está en Londres y Tony no tiene nadie con quien hablar más que con la Mrs. Rattery, que acaba de llegar en avión. La amante de uno de los amigos de Tony se ofrece a quedarse con él mientras los amigos le hacen llegar la trágica noticia a Brenda. Mrs. Rattery es jugadora de cartas e intenta ayudar a Tony a sobrellevar el dolor jugando al piquet. Tony le dice que no conoce más juego que uno de hacer parejas, que solía jugar con su hijo. Resuelta a consolar a Tony, Mrs. Rattery insiste en que jueguen y poco tiempo después los sirvientes quedan sorprendidos por los ruidos onomatopéyicos procedentes de la biblioteca.

Desde un punto de vista artístico, Evelyn Waugh se encuentra muy próximo a los pesimistas literarios reaccionarios de su tiempo, como Eliot y Pound, y escritores de la llamada Generación Perdida (en especial, Hemingway y Fitzgerald), con la edad suficiente para haber experimentado los horrores de la Primera Guerra Mundial y sus efectos devastadores sobre la civilización occidental.

A.G.

jueves, 27 de julio de 2017

Lecturas recientes: Canadá


Canadá (2006)
Richard Ford

Dell Parsons, un profesor de inglés jubilado, recuerda con una distancia temporal suficiente los acontecimientos que marcaron su vida y le proyectaron hacia un futuro incierto. Sus recuerdos se remontan medio siglo, al año en que él y su hermana cumplieron quince años; una época en la que tuvieron lugar unos acontecimientos claves y traumáticos que situaron a Dell en un camino que jamás sería capaz de desandar hasta su origen. El libro sigue la trayectoria y consecuencias de estos acontecimientos y detalla los duros escenarios en que éstos tuvieron lugar. La novela trata esencialmente de las consecuencias de una repentina ruptura trágica en la vida ordinaria de una familia. Más que en los crímenes en sí, Ford está interesado en cómo estos moldean la vida de Dell y su modo de vivir en el mundo y de relacionarse con él.

Al comienzo del libro, Dell anuncia sus intenciones para las siguientes páginas del libro: “En primer lugar hablaré del robo que cometieron nuestros padres. Luego de los asesinatos, que ocurrieron más tarde”. Desde el primer momento el lector sabe lo que va a ocurrir y, por tanto, es consciente del tipo de "inevitabilidad" que está ligada a las circunstancias. De cómo el narrador vio su vida descarrilar, como consecuencia de un único acto, espectacularmente singular, cometido por su madre y su padre: el mal planeado y peor ejecutado robo a un banco. Su padre pensaba que pasando a Dakota del Norte, un estado escasamente poblado, para robar un banco, él y su mujer pasarían desapercibidos y tendrían éxito en su estúpida empresa. Así pues, convence a su mujer, escéptica mas inteligente, y a partir de ese momento la vida de todos los miembros de la familia cambia por completo y para siempre.

No tardamos en percibir que el narrador es alguien que intenta encontrar un sentido a su pasado. No en vano, el modo en que la historia se despliega refleja la necesidad que siente Dell de unir todas las piezas del rompecabezas de su pasado. Una de las consecuencias de esto es que el lector se encuentra con una narrativa meticulosa en la recreación de ciertos detalles: las marcas de coches, el corte de las ropas, los ritmos lentos y repetitivos de la vida en una ciudad pequeña. Incluso el robo del banco, cuando es finalmente descrito, es reconstruido de un modo bastante neutro y simple. Lo importante aquí no es tanto el acontecimiento en sí como sus consecuencias a largo plazo.

La novela se divide en tres partes. La primera, que trata del crimen y sus efectos inmediatos, transcurre en la segunda mitad de la década de 1950 en Great Falls, la ciudad de Montana que Ford utilizó como telón de fondo en algunas de sus novelas anteriores. A mí es la que más me gusta de las tres. De una hermosura arrebatadora son las descripciones de los paisajes de Montana que Dell recrea con tanta precisión (y poesía), medio siglo después.

La novela se inicia con el establecimiento de la familia Parson en Great Falls en 1956. Bev (Beverly) Parsons, el padre, es el personaje más conmovedor de la novela. Es piloto de la fuerza aérea, amante de las bromas, trucos y actuaciones con que entretiene a unos hijos que adora; un hombre cuya inocencia es adorable, a la vez que letal. Está casado con la mujer equivocada, pero es capaz de sobrevivir a la claustrofobia de una familia demasiado codependiente trasladándose continuamente de una base militar a otra. A pesar de verse implicado en delitos menores, está preocupado hasta la obsesión por el bien estar de su mujer y su familia.

Uno de estos delitos menores, el comercio con carne robada, acaba con la expulsión de Bev de la Fuerza Aérea a la edad de 37 años. Bev llega a Great Falls con la ilusión del que llega a un lugar nuevo donde pueda salir adelante. Comienza a trabajar en la ciudad como vendedor de coches nuevos, luego de coches usados, y más tarde agente inmobiliario que vende tierras y granjas, algo de lo que admite no saber nada. Es en esta misma época cuando Bev se ve involucrado en el comercio ilegal de carne robada. Las cosas salen mal –Bev se encuentra debiendo 2.000$ a unos indios que roban ganado– y convence a su mujer para llevar a cabo el patético robo a un banco del que se nos habla al comienzo de la novela; un acontecimiento calamitoso que nos permite conocer con más profundidad la vida de los Parsons: Bev y Neeva Kampler, los padres forman una pareja mal emparejada; él es un ex soldado débil y criminal y ella una frustrada intelectual judía. Dell se siente más próximo a su hermana gemela, Berner. Los gemelos, que tampoco se llevan muy bien, son ignorados observadores de la tragedia que se cierne sobre su familia. Bell es un muchacho interesado en el ajedrez y en la apicultura que ansía comenzar la escuela secundaria en otoño; su hermana y su madre sienten que no pertenecen a Great Falls. Dell y Berner sí son capaces de ver fácilmente los motivos por los que su madre se sintió atraída por Bev Parsons (un hombre grande, fuerte, hablador, divertido, complaciente). Pero no entienden qué pudo haberle interesado a él de su madre: una mujer pequeña, encerrada en sí misma, tímida, alienada; hermosa tan sólo cuando sonríe e ingeniosa sólo cuando se siente totalmente a gusto). En este punto de la narración, la voz de Dell (introspectiva, lacónica y ligeramente melancólica, pero a gusto con el lenguaje que utiliza para recuperar su memoria) es la fuerza central de este admirable novela. Sus frases cuidadosa y artísticamente construidas merecen por sí mismas el reconocimiento del lector, si bien son también un servicio constante a la historia de la familia Parsons.

Con los padres encarcelados y su hermana gemela dejándolo en la estacada, Dell, que recordemos tiene quince años, se ve obligado a cruzar clandestinamente la frontera de Canadá, donde es acogido por un amigo de la familia. En esta segunda parte de la novela, el robo en el banco no tiene consecuencia ninguna. Dell no vuelve a ver a sus padres y apenas se reencuentra con su hermana. El momento en que todo se derrumba y Dell se queda solo, cruzando la frontera hacia una vida nueva y desconocida, es impresionante y conmovedor. Vemos cómo una vida puede tender su propio puente hacia un futuro en blanco. Dell afirma que Canadá no era mejor que América, y todo el mundo lo sabía, excepto los americanas; Canadá tenía todo lo que América llegó a tener, pero nadie se volvió loco por ello. En este sentido, la grandiosa y extraordinaria secuencia de la segunda parte de la novela es un examen de lo que América podría significar y lo que significa en realidad, desde la óptica de los fugitivos, esto es, gente que jamás volverá a América y que no dudaría en matar a cualquiera que viniera de América en su busca.

Dell se establece en Saskatchewan. Comienza a trabajar en un sórdido hotel al servicio de un misterioso exiliado norteamericano llamado Arthur Premlinger. Allí no sabe a quién temer más: si a su jefe, un misterioso graduado en Harvard huido en Canadá para evitar pagar por sus fechorías pasadas, o al huraño Charley, un chiflado fanático de Hitler que usa pintalabios y con un trabajo turbio. Es entonces cuando Dell se ve involucrado en un crimen aún más grave que el que cometieron sus padres. El propio pasado oscuro de Premlinger atrapa a Dell y éste se convierte involuntariamente en cómplice de un asesinato ejecutado despiadadamente. Dell se ve obligado a marcharse de la ciudad para acabar viviendo bajo el cuidado de otro extraño en Winnipeg, a 500 millas de allí.

Al describir todo esto desde el privilegiado punto de vista del presente, Dell disfruta recordando hasta  el hecho más insignificante, como por ejemplo el día en que su madre se echó una siesta a las cuatro en punto. Con todo, cuando recurre al diálogo, Dell recuerda no tanto lo que oyó como lo que no oyó; tumbado despierto en la cama, dice, mientras sus padres conspiran en medio de un estrépito de platos. Y cuando explica cómo se desintegró su familia, uno nunca tiene la impresión de que Dell esté manipulando los acontecimientos. El efecto es más bien el de un testimonio ofrecido escrupulosamente. Si bien, resulta plausible que algún lector llegue a pensar que el tiempo de Dell en Saskatchewan “no parece haber ocurrido”.

La tercera parte es una breve postdata que transcurre en un pasado reciente y trata principalmente de la visita de Dell a su hermana, que vive en Minneapolis y muere de una enfermedad terminal.

A diferencia del estilo denso y plagado de frases discursivas utilizado en la trilogía de Frank Bascombe, en Canadá encontramos un estilo más austero y preocupado con el significado interno de las cosas cotidianas. La escritura de Ford es aquí más directamente descriptiva de lo que había sido en sus novelas anteriores. Canadá supone el retorno de su autor al llamado “realismo sucio” de sus primeras novelas, aunque esta novela revela como una épica en su concepto y es más confiadamente lenta y deliberada en su narración.

Canadá es la historia de lo que ocurre cuando cruzamos ciertas líneas y no podemos volver atrás. Es un examen del poder redentor de la memoria articulada. 

A.G.

viernes, 16 de junio de 2017

Lecturas recientes: Nadie lo ha visto


Nadie lo ha visto (2003)
Mari Jungstedt

La vida es apacible en la idílica isla de Gotland, donde los barcos, los ponis y la alfarería son las formas habituales de entretenimiento. Nos encontramos en plena temporada turística, mientras los habitantes del lugar se preparan para el momento álgido de las vacaciones suecos: el 4 de julio. Pero un suceso inesperado vendrá a perturbar la tranquilidad de este lugar pintoresco.

Una joven pareja, formada por Helena Hillerström y Per Bergdal, que están pasando sus vacaciones en la isla, celebran una fiesta en su cabaña. Per discute con Kristian Nordström, ex novio de Helena, porque piensa que está toqueteándola durante un baile. Ni los anfitriones ni los huéspedes pueden evitar que el asunto se les vaya un poco de las manos.

La mañana siguiente, Helena sale a dar un paseo por la playa, pero no regresa. La encuentran más tarde, brutalmente asesinada. La mujer está desnuda y su cuerpo aparece cubierto de horripilantes heridas producidas por un hacha. Además, le han metido las bragas en la boca. El perro ha sido decapitado y le falta una pata.

La consiguiente investigación policial es dirigida por el inspector Anders Knutas, quien recibe la ayuda del arrogante detective Martin Kihlgård, de la Policía Criminal Nacional. En la plácida Gotland es importante que un acontecimiento tan extraordinario como un asesinato se mantenga oculto para no espantar a los turistas. Las primeras pesquisas llevan a encontrar el hacha de Per con sus huellas en el mango. El crimen tiene toda la pinta de haber sido cometido por el marido celoso de la víctima; en especial después de la agria discusión entre la pareja durante la fiesta de la noche anterior. Pero los investigadores siguen una pista falsa detrás de otra. A medida que avanzan las investigaciones nos damos cuenta de que el asesinato de Helena no es sino el comienzo de una tragedia que continuará en los días próximos.

Pero no tardan en surgir filtraciones en la comisaría de la policía de Visby, pues Johan Berg, un reportero de la televisión nacional, tiene un contacto dentro de la policía local. Berg consigue más de lo que va a buscar, pues en el transcurso de sus investigaciones se enamora de una mujer implicada en el misterio –es amiga de la mujer asesinada–, a pesar de que ella está casada y tiene hijos. A Knutas, un hombre sensato de mediana edad, le irrita la intrusión en el caso de los medios de comunicación, que han descubierto y quieren revelar detalles escabrosos del mismo. Knutas y su equipo siguen concienzudamente todas las pistas posibles, investigan a la familia y amigos de la mujer asesinada, un proceso durante el cual se revela mucho de la vida e historia de los habitantes de Gotland.

Diez días después del primer asesinato, aparece el cuerpo apuñalado de una coqueta peluquera local. Dos investigaciones se desarrollan en paralelo, mientras Knutas y su equipo reciben una presión cada vez mayor de los políticos locales. Por otro lado, como hemos visto, el periodista televisivo Johan Berg trata de satisfacer las demandas de su medio por llenar horas de programación con chismes relacionados con el caso. En el proceso, el intrépido Berg averigua tanto, si no más que la propia policía. A la vez, se desarrolla un juego interesante entre él y Knutas.

Knutas siente la presión de los vecinos y amigos y desea encontrar enseguida al asesino, con el deseo de que se trate de alguien de fuera de la isla, preferiblemente de alguna metrópoli “malvada” como Estocolmo.

Una tercera mujer es asesinada, y Knutas y Berg consiguen por fin aproximarse al caso, cada uno de su propia manera, hasta cercar al asesino, que ha sido el único que nadie ha visto desde que se produjo el primer asesinato.

La novela alterna de un modo muy convincente el mundo racional de la investigación y destellos de la mente del asesino, cuya horriblemente lógica explicación hunden sus profundas raíces en el pasado.

La historia está contada muy bien. El relato aparece salpicado de pinceladas macabras y hace un uso hábil del escenario tópico de la comunidad cerrada. Jungstedt retrata de forma espléndida las relaciones familiares y desvela detalles íntimos y significativos de la vida de las mujeres asesinadas y sus amigas, y de la relación afectuosa entre Knutas y su mujer.

Mari Jungstedt es otra escritora llegada de la abarrotada escena de la novela negra escandinava. Tal como ocurre en el caso de otros escritores nórdicos, la autora de Nadie lo ha visto construye unos personajes aparentemente juiciosos y saludables que se portan bien hasta el tedio, ricos y con una apariencia envidiable. Sin embargo, algunos de ellos acabarán revelándose como furiosos torrentes de pasión destructora. Además de un más que aceptable nivel literario, la novela exhibe un argumento manejado con cuidado y destreza, sus personajes y su atmósfera –la hermosa descripción de los días sin final del junio sueco– son trazados con sutileza, y el trabajo policial es plausible. Queda al final algún cabo suelto, pero la primera novela de Mari Jungstedt me ha parecido un soplo de aire fresco, un alivio necesario después de haber leído versiones autocomplacientes del género que venían avaladas por una avalancha de buenas críticas injustificadas; no miraré a ningún sitio.

A.G.

domingo, 4 de junio de 2017

Lecturas recientes: La Guerra Fría


La Guerra Fría (2005)
John Lewis Gaddis
 
Todos aquellos que ya tenemos una edad vivimos, cuando aún éramos jóvenes e inocentes, una época cuyos recuerdos se han convertido con los años en historia. Recordamos -desde luego sin una pizca de nostalgia- una época de alta tensión mundial en que Praga no era el hermoso destino turístico de hoy en día, sino una ciudad oscura bajo la ocupación soviética; un tiempo en que el Muro de Berlín se levantaba como un telón de acero (término acuñado por W. Churchill) y separaba a compatriotas, en lugar de un reclamo turístico delante del que fotografiarse sonriente; una época en que los misiles SS-20 y Pershing-2 se desplegaban por toda Europa y amenazaban destruir, con sus cabezas nucleares, cualquier objetivo que se pusiera en su punto de mira. En efecto, hace ya más de veinte años desde que Ronald Reagan y Mijail Gorbachov se reunieron en Ginebra por primera vez para dar comienzo a la última partida de ajedrez de la Guerra Fría, que acabaría con el colapso del comunismo soviético.

Vista en retrospectiva, la Guerra Fría parece conducir inexorablemente a un triunfo de Occidente. Gaddis, sin embargo, lo ve de otro modo: las contingencias de los individuos, ideas, decisiones críticas, escapadas por los pelos, oportunidades perdidas y peligros acechantes se entretejieron para proporcionarle al conflicto su carácter y trayectoria singulares.

John L. Gaddis, profesor en la universidad de Yale, se dirige a sus estudiantes, que apenas tenían cinco años cuando cayó el Muro de Berlín y que, tal como afirma el autor de este brillante estudio, ven este acontecimiento como algo tan distante como pueda ser la Guerra del Peloponeso. Gaddis, uno de los más distinguidos historiadores de la geopolítica posterior a la Segunda Guerra Mundial, afirma haber escrito La Guerra Fría deliberadamente para esta generación, incapaz de comprender que un régimen tan transitorio como la URSS hubiera sido capaz de crear tanto miedo; para una generación que no entiende la moralidad y el clima intelectual de un mundo que vivía bajo la amenaza de una asegurada destrucción nuclear mutua.

Gaddis elabora un relato revelador de la historia de Europa con la lucidez de argumentación de alguien que comprime la esencia de la investigación de toda una vida en un marco filosófico. En efecto, Gaddis va más allá de la narrativa para examinar los principios por los cuales dos sistemas políticos antitéticos, cada uno armado con la capacidad de acabar con la vida en el planeta, trató de obtener el dominio global. También resulta apologético en su conclusión: el mundo es un lugar mejor gracias a que el conflicto se luchó y se ganó del modo en que se hizo.

El autor remonta el origen del conflicto a la época en que la guerra contra Hitler aún no estaba ganada. Un período en el que los diferentes miembros de la coalición alidada ya estaban enfrentados entre sí. Algún tiempo después, en lugar de encontrar una causa común en la derrota de los Nazis, Stalin profetizó una nueva clase de guerras y el desmoronamiento del Capitalismo. Sin embargo, la animadversión del dictador soviético hacia la sociedad occidental no era el resultado de una mente paranoica, tal como explica Gaddis; Stalin no veía enemigos en cualquier sitio, más bien los inventó porque los necesitaba.

El carácter de la Guerra Fría fue determinado desde el primer momento por el lanzamiento de las bombas atómicas en Iroshima NagasakiTruman y Stalin sabían, no obstante, que la utilización de armas atómicas supondría el fin del mundo. Los políticos tuvieron que arrebatarles el control a los generales y luchar las guerras de una forma diferente para que el mundo no acabara aniquilado. Ése es el motivo por el cual Truman jamás permitió que el Pentágono supiera cuántas bombas atómicas poseía Estados Unidos, de modo que ambas superpotencias se mantuvieron relativamente tranquilas durante la Guerra de Corea. No en vano, Truman se quitó de en medio al general Douglas MacArthur, como modo de asegurarse de que no habría opción nuclear posible.

En la confrontación entre comunistas y capitalistas, las superpotencias se convirtieron en prisioneras de sus propias alianzas estratégicas. A ninguno de los bandos les gustaban sus aliados coreanos. En Europa, los Norteamericanos fueron desafiados por Francia y acabaron frustrados por Alemania; apoyaron dictaduras repugnantes en Sudamérica, África y Vietnam. La Unión Soviética se vio implicada en una relación ideológica con China que acabaría convirtiéndose en una pesadilla. Mao Ze-Dong, que aún era un aliado soviético en 1956, insistió en que Jruschov invadiera Hungría cuando el líder soviético dudada si hacerlo o no, y acabó rompiendo con la URSS. Un mundo ideológicamente dividido había mutado en uno de innumerables conexiones contradictorias.

Gaddis concluye que la distensión fue un invento de los años Kissinger-Brezhnev, no para poner fin a la Guerra Fría, sino para manejarla. Las alianzas inestables requerían de ambos adversarios entenderse mejor el uno al otro. Poco importaba si eso significaba que se les negara para siempre la libertad a millones de personas en Europa oriental y el mundo comunista, mientras éstas les estaban garantizadas a los ciudadanos del mundo occidental. Ése era el precio que Kissinger pensó merecía la pena pagar en pro de la seguridad global.

Así pues, para acabar con la Guerra Fría, en primer lugar había que acabar con la distensión, lo cual se logró, tal como argumenta Gaddis, gracias a un acto de desafío contra las fuerzas del determinismo histórico por medio de unos pocos individuos clave; aquellos a los que él llama “actores” y que “ampliaron el espectro de la posibilidad histórica”: Ronald Reagan, Juan Pablo II, Margaret Thatcher, Lech Walesa y Mijail Gorbachov.

Hubo un cierto sentido de congruencia moral en el hecho de que Polonia, entregada a Stalin en Yalta, fuera el escenario en el que comenzó el derribo de la dictadura soviética. Con todo, la caída del comunismo fue también el resultado de uno de los últimos actos de distensión: la firma por parte de la URSS de la Declaración de los Derechos Humanos de Helsinki de 1975.

Gorbachov se convirtió en el héroe de Occidente, pero en realidad fracasó, tal como lo ve Gaddis, pues jamás llegó a ser un líder en el modo en que los fueron sus colegas occidentales o Deng Xiaoping. Gorbachov quería salvar el socialismo, pero no hizo uso de la fuerza para conseguirlo. Tuvo la mala suerte de que estos dos fines fueran incompatibles. Por eso, al final prefirió abandonar una ideología, un imperio y su propio país, antes que hacer uso de la fuerza. Su contribución a un bien superior le hizo merecedor del Premio Nobel de la Paz. La URSS se había venido abajo, con todo su arsenal nuclear y sus armas perfectamente intactas.

La lucha de Estados Unidos con la Unión Soviética y el Comunismo durante la Guerra Fría es el mito fundador clave del estado norteamericano moderno; un estado completamente diferente en muchos aspectos del que existía antes de los años 40. La Guerra Fría terminó en lo que ha sido retratado generalmente en EEUU como una victoria absoluta que implicó no sólo la derrota apabullante del enemigo y la desaparición de su ideología, sino la disolución de la URSS como estado. El alcance de esta victoria ha sido el responsable de gran parte del subsiguiente comportamiento patológico del establishment político de EEUU. Creo, en definitiva, que la obra de Gaddis contribuye a nuestra consideración de la Guerra Fría, a la vez que nos proporciona una imagen del modo en que la mayoría del establishment norteamericano y las clases educadas del país ven el conflicto.

A.G.

miércoles, 10 de mayo de 2017

Lecturas recientes: La ópera flotante



La ópera flotante
John Barth (1956)

La mañana del 23 ó 24 de junio de 1937 Todd Andrews –el mejor abogado de la costa este de Maryland y el ciudadano más excéntrico de la ciudad de Cambridge– se toma un trago largo de whisky de centeno Sherbrook, tal como suele hacer todas las mañanas desde su época en la universidad. Se echa agua en la cara y siente que tiene una inspiración: ése es el día en que se suicidará, pues la vida es un sinsentido. Además, tiene la impresión de que no ha progresado en los últimos dieciocho años.

Todd completa este día tan importante en su vida con tareas poco inusuales: se ocupa en el embrollado proceso judicial de su amigo Harrison Mack, que aspira a la herencia de 3 millones de dólares de su padre; le enseña a la hija de tres años de los Mack el showboat que da nombre al libro, etc. Más tarde, el matrimonio Mack y Todd asisten a la actuación de la Ópera Flotante de Jacob Adam, y Todd toma la decisión acerca de su tentativa de suicidio.

Mediante un peculiar estilo de stream of consciousness, Todd se dirige al lector –sirviéndose de un uso comedido de la segunda persona–, al que invita a acompañarle en su narración sin albergar temor alguno por su corazón débil. Sin duda, Todd Andrews es un tipo raro, aunque él lo niegue. ¿Quién en su sano juicio –tal como sabremos más tarde– regalaría 3.000 dólares a un millonario local sin esperar nada a cambio, rechazando pertinazmente todos los ofrecimientos e incluso la devolución del dinero del citado benefactor, hasta provocar su histeria?.

A continuación, conocemos en detalle a Todd Andrews. Tiene 37 años, es soltero y está alojado en el Hotel Dorset. Cada mañana Todd paga su noche en el hotel mediante un cheque de 1’50 dólares y más tarde se registra para otra noche. No tardaremos en comprender que a Todd le gusta hacer todo de un modo diferente. A lo largo de la extensa narración, dividida en varias de decenas de capítulos de variada extensión, Todd nos cuenta su vida: su primera experiencia sexual, la universidad, el servicio militar, la facultad de Derecho y su carrera de abogado. Nos habla del suicidio de su padre y de su intento de averiguar qué le llevó a tomar una decisión tan drástica. También nos habla de su más que aceptable vida sexual, minada, eso sí, por su problema crónico de próstata, y de su affair con Jane Mack, la mujer de su amigo Harrison; algo más que una simple aventura, instigada por el propio matrimonio en parte como un modo de celebrar su amistad. De hecho, llegamos a la conclusión de que la hija de los Mack puede en realidad ser hija de Todd. También leemos acerca de su traumática experiencia en los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial, y en especial de su encuentro con un soldado alemán, al que acabó asesinando. De sus estudios en la Universidad Johns Hopkins y de su primera experiencia sexual con una chica de la ciudad que más tarde se convirtió en prostituta. Nos detalla el complicado proceso judicial entre Harrison Mack y su madre y nos da detalles de sus problemas de salud: su corazón débil, que puede matarle cualquier día, y la mencionada infección de próstata, que le impide en ocasiones cumplir en la cama. También nos habla del trabajo de toda una vida: su Investigación, que comenzó antes de ese día de junio de 1937 y continúa hasta mediados de los 50.

Fragmentos del pasado y presente de la vida de Todd vienen y van delante de nuestros ojos para reforzar la creencia del narrador de que la vida no es otra cosa sino una broma estúpida y sin sentido. Todd se da cuenta de que en toda su vida no ha sentido más que unas pocas emociones, cada una de las cuales es el resultado de acontecimientos nada gloriosos y a menudo cómicamente patéticos. Aprendió el júbilo al descubrir la postura ridícula que el espejo le mostraba durante su primera experiencia sexual (a la vez que humillaba a su compañera); aprendió el miedo en la guerra (matando de forma cobarde a un soldado alemán con el que por un momento pensó que había unido su alma); aprendió la sorpresa cuando Jane, la mujer de su mejor amigo, se ofreció a ser su amante (lo cual ocurrió con las bendiciones del marido, como hemos visto); y aprendió la desesperación cuando aprehendió la epifanía de toda la verdad contenida en la frase de Camus (la noche antes de su suicidio planeado): “suicidarse supone reconocer que no merece la pena vivir”, afirma el escritor francés en El mito de Sísifo.

Aunque La opera flotante recuerda el día más importante en la vida de Todd Andrews, tal como él mismo recuerda una década más tarde, vivió para contar una historia que se construye no sólo para demostrar lo correcto de su decisión, sino también para todo lo contrario: para acentuar la carencia de importancia de cualquiera de las dos decisiones. Sin duda, parece el modo de actuar propio de un existencialista y/o un nihilista. En 1954, Todd se sienta para escribir un relato de ese día memorable y para contar por qué no se suicidó después de todo; de hecho, tenía siete cajas de melocotones llenos de anotaciones sobre el asunto. Todd concluye que no existe razón última para vivir, ni para suicidarse. Incluso llega a la conclusión de que no existe motivo alguno para leer su novela.

A pesar de los defectos que críticos de prestigio han afirmado ver en la novela, debidos principalmente al entusiasmo de un novelista joven que a veces exhibe un poco de postureo (como se dice hoy en día), creo que la ausencia de unidad estructural no es uno de ellos. Por el contrario, la coherencia de la narrativa es una de las cosas que más me ha gustado. Pero también es cierto que no he percibido su ópera como una farsa, sino como una novela metatextual que enmascara una realista. No en vano, su tema principal, tal como sugiere con sutileza el título, aborda la complicada relación entre el creador y su arte. De hecho, el significado del título, explícito e implícito, señala precisamente en esta dirección.

John Barth admitió que el título de la novela está inspirado por el nombre de un barco que vio en 1937. El citado showboat, o barco con teatro abordo, recorría Virginia y Maryland. También aporta una segunda explicación más profunda, según la cual, era su sueño construir un showboat que estuviera siempre a la deriva, con una sola cubierta abierta donde de forma ininterrumpida pudieran realizarse espectáculos para una audiencia que, desde la orilla, vería tan sólo la parte del espectáculo que la marea le permitiera cuando el barco pasara por delante. Una poderosa metáfora para la narrativa de John Barth.

El showboat es también el lugar donde se desarrolla el clímax abortado de su suicidio. El lugar que reúne por última vez a los personajes de la historia, preparados para que su amigo los haga saltar por los aires. Todd, ahora de cincuenta años de edad, les permite esquivar su destino fatal por el simple motivo de que ha llegado a la conclusión de que, en realidad, no hay más justificación para el suicidio que para seguir viviendo.

Respetando las opiniones de avezados críticos en una dirección diferente, creo que La ópera flotante es esencialmente una novela cómica. Puede ser bastante divertida a ratos, si bien John Barth exhibe un humor negro que no resulta siempre fácil de comprender. Coincido con la opinión de muchos de estos críticos, quienes afirman que La ópera flotante es también –aunque no sé si sobre todo –una novela filosófica en la que Todd expone su exacerbado nihilismo; su creencia en que la vida no tiene sentido ninguno. La vida de Todd es, en realidad, satisfactoria, en el sentido que es un abogado de éxito que hace mucho dinero, y tiene una hermosa amante. Pero su vida es también bastante triste: tiene una amante, pero no una esposa; a veces no puede dar la talla en la cama; su padre se suicidó; vive en un hotel; su actitud hacia la ley es que se trata de un juego cínico, etc. El contraste entre estas visiones contrapuestas de su propia existencia le lleva a tomar unas decisiones drásticas.

La ópera flotante es un libro divertido y fácil de leer, con el contrapunto efectivo de ese lado oscuro que aflora a lo largo de la narración. Algunos contados capítulos, tales como aquellos en que se aborda el proceso judicial de los Mack, resultan algo tediosos, si bien hay algunos otros, recuerdo en especial el titulado “Coito”, que son extraordinarios. En este capítulo, muy al comienzo del libro, Todd narra, entre la incredulidad y el cinismo que lo caracteriza, su relación adúltera con la bella Jane Mack; cómo ambos miembros del matrimonio le animan a que se embarque en ese sui géneris menage a trois, sus reticencias iniciales y el enorme deleite que le supuso irse a la cama varios centenares de veces con la hermosa y complaciente Jane Mack. Un capítulo glorioso. Sinceramente, una de las piezas narrativas que más he disfrutado en los últimos años. Una espléndida exhibición de la armonía narrativa de Barth, de su sentido del humor, de su cinismo, de su forma especial de acercarse al tema del amor y la sensualidad. Sólo por estas páginas merece la pena haber leído esta novela que tan extraña les habrá parecido a los lectores que no estén familiarizados con la literatura postmoderna, de la que he de confesarme un fiel seguidor.

John Barth, nacido en 1930 y aún vivito y coleando, está considerado como uno de los decanos de la novela postmoderna norteamericana.

A.G.